Decimonovena noche.

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28 de Diciembre de 1998.

Harry sintió demasiada presión sobre sus párpados y por instinto arrugó la frente, tratando de alejar el dolor de cabeza.

Comenzó a remover su lengua dentro de su boca, de a poco, reviviéndola y sintiendo el amargo sabor de la saliva mañanera. Sus brazos estaban algo pesados y dormidos, podía sentirlo, pero realmente él no sabía el por qué.

Sus ojos verdes comenzaron a asomarse por debajo de sus párpados hasta que se mostraron relucientes ante el brillo de la mañana. Harry tenía la mirada cansada, los músculos tensos y los rizos desparramados sobre su cabeza.

Suspiró, mientras observaba su alrededor. Un pequeño cuerpo descansaba a su lado, rodeando su cuello y apoyándose sobre su pecho. Con un sentimiento bastante extraño en el alma, el chico de los rizos sonrió enternecido ante la imagen de su ojiazul.

Louis descansaba a su lado, sus cabellos revueltos y sus mejillas rojas, sus pequeños y enflaquecidos bracitos rodeando y creando contacto entre ambos. Sus largas y espesas pestañas negras dibujaban sombras sobre sus pómulos...

La luz del sol se colaba por la habitación, haciendo que Louis se viese como la criatura más hermosa en todo el planeta. La respiración del pequeño era lenta y pausada, se veía tranquilo, en paz. Como un ángel.

Harry se acercó con cautela hasta poder posar sus cálidos labios sobre la frente de su pequeño y besarla con ternura. Al tragar saliva y alejarse apenas un poco se preguntó a él mismo cómo alguien tan hermoso por fuera y por dentro podía haber tratado de matarse...

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso Louis era infeliz? Él podía cambiar eso, Harry sabía que podía volverlo feliz...

Con un corto suspiro, el chico de los rizos simplemente acarició por escasos segundos el cuerpo de su pequeño de voz chillona, para luego girarse para ver la hora en su reloj. Descubrió que no eran nada más que las 10:05 de la mañana.

Con una pequeña rabieta, se levantó cuidadosamente de la cama. No quería dejar a su chiquitín, no quería que despertase solo...Él deseaba estar ahí para ver cómo esos hermosos ojos color cielo volvían a la vida.

A regañadientes y gruñidos llenos de enojo Harry se puso las pantuflas y caminó lentamente por los fríos corredores de su casa. Las paredes estaban heladas y por las ventanas se veía que ya casi no había nieve en las calles, pero sí restos de tormenta.

Cuando el chico de los ojos verdes llegó a su cocina se dispuso a prender la hornalla y calentar algo de leche. Quería prepararle el desayuno a Louis para que él no tuviese que levantarse. Bufando, Harry caminó de un lado a otro, sacando el café, azúcar, pan para tostar, mantequilla para untar.

Tazas, cubiertos, infinidades de cosas. Mientras el chico esperaba que la leche hirviera preparó todos los demás utensilios lo más presentable posible sobre una bandeja que nunca jamás había usado desde que se la habían regalado.

Se sentó unos minutos, mientras esperaba a que la maldita leche hirviese. Y cuando estuvo a punto de soltar un gran suspiro, escuchó cómo la tierna voz mañanera de su pequeño le llamaba.

— ¿Eddie?

Cuando el chico de los rizos giró su cabeza para ver el marco de la puerta algo en su pecho se removió. Sintió de la misma forma en la que sintió cuando le encontró en el hospital por primera vez. Louis estaba descalzo y cubriéndose con nada más que la enorme camiseta de pijama.

Tenía el cabello revuelto y bajo sus párpados había unos tonos algo café rojizo. Sus ojos estaban más preciosos que nunca y tenía las mejillas algo rosadas.

Línea Suicida.Where stories live. Discover now