—Ahhh, no me digas, eres una de esas chicas que viven a dieta, ¿no? —inquirió Alicia con la sinceridad que la caracterizaba—, como siempre usas ropa holgada no me pareció que te importara demasiado.

—No, no, quiero probar eso —dijo y tomó una magdalena de la bandeja antes de que Alicia la colocara de nuevo en la mesa.

—Prepararé café para que no nos quedemos dormidos del aburrimiento, lo que tenemos que leer es tedioso —añadió.

—Bien...

En ese preciso momento el timbre sonó, y con un ademán, Alicia le pidió a Gaby que fuera a abrir la puerta. Ella caminó los pocos pasos que la separaban de la puerta y la abrió, para encontrarse con Lautaro, vestido casual, como siempre, pero esta vez con el cabello suelto y una pequeña niña de la mano.

—Hola... —saludó.

—Hola... perdón... mi abuelo no iba a poder cuidarla y tuve que traerla, ella es Pilar —informó—, mi hija.

Había notado que Lautaro parecía un poco mayor a ellas, pero no se imaginó que tendría una niña. Los miró con sorpresa, él tenía una apariencia un tanto ruda, musculoso, de cabello largo y algunos tatuajes en el brazo, difería por completo con la niña que estaba vestida de rosa y tenía una vincha de unicornio. A Gaby le pareció tierno.

—Hola... —saludó la pequeña.

—¿No habrá problema en que se quede con nosotros? No molestará, lo prometo, hemos traído sus hilos y demás. Le gusta hacer pulseras —informó.

Gaby les regaló una sonrisa dulce y los dejó entrar. Alicia los recibió contenta e invitó a la niña a comer algo.

—¿Qué edad tienes? —preguntó.

—Ocho —respondió la pequeña.

Lautaro le dijo que se sentara en la pequeña sala y allí colocara sus cositas y se entretuviera, ella asintió y lo hizo en silencio, mientras los tres adultos se sentaban en el comedor y preparaban la tarea.

Casi dos horas después, habían acabado y se sentían agotados.

—¿No se quieren quedar a cenar? —inquirió Alicia—. Marcos no vendrá hoy así que por ahí me hacen compañía.

—Yo tengo que regresar a casa —dijo Gaby encogiéndose de hombros—, estoy un poco agotada y necesito dormir —añadió.

—Comprendo, tu vida es ajetreada —comentó Alicia con un gesto compasivo.

—Y yo tampoco puedo, debo dejar a Pilar con el abuelo, tengo una actuación...

—¡Qué pena! —se quejó Alicia—. Cuando Marcos no está aprovecho para pasar con amigos, pero justo hoy todos están ocupados —añadió con un dejo de melancolía que llamó la atención de Gaby, su amiga se veía solitaria—. ¿Por cierto, qué edad tienes? —dijo a la muchacha.

—Veintiséis —respondió ella.

—Te ves mucho más joven, como de veintidós —añadió con sorpresa—. Yo tengo veinticinco, ¿tú?

—Creo que soy el mayor, tengo treinta —admitió Lautaro encogiéndose de hombros.

—Pues tampoco te ves de treinta —añadió Alicia.

—¿Y actuación de qué tienes? —preguntó Gaby con curiosidad, no se le había escapado aquella frase.

Lautaro no contestó. Se levantó apresurado y caminó hasta donde estaba la niña.

—¿Nos vamos?

—Bien —dijo la pequeña que juntó con premura sus cosas.

Pilar se acercó a su padre y le dijo algo en el oído. Seguidamente, Lautaro preguntó si podía pasar al baño y Alicia le señaló la habitación. Lautaro acompañó a la niña y dejó solas a las muchachas por un rato.

Un salto al vacíoWhere stories live. Discover now