—¡Ey! No te había visto –salió de sus pensamientos al escuchar la voz de León, uno de los pocos amigos de su preparatoria y secundaria. Él presenció su cambio, él la apoyó, él la consoló cuando más lo necesitó, él fue su incondicional hasta que se enamoró de una chica y su relación se alejó bastante. Sonrió sinceramente girando. Era apuesto, de su edad, solía hacerla sentir más ligera. Sin más la cargó para depositarla sobre el suelo riendo—. ¡Vaya, Anel! Si no vengo por algo en la mañana, no te veo –tomó sus manos para luego cambiar su expresión—. ¿Estás bien?

—Sí, claro –mintió alegre, ladeando la cabeza observándolo—. ¿Y Ely? –Su novia. Se llevaban bien, pero no era su amiga, no como él.

—Bien, ya sabes, sus loqueras, pero todo va genial –Anel lo abrazó de nuevo—. Todo sigue mal... —murmuró León junto a su oreja. Ella asintió sin soltarlo—. Vamos, debes comer, yo te invito algo de la cafetería y me dices qué ocurre... ¿No te ha tocado, verdad? –Se separó negando asustada. Era el único que sabía lo de Alfredo. Miles de veces conversando sobre ese sucio punto, lograron creer que no se acercaría, que de alguna manera mantendría las cosas así pues ya había pasado mucho tiempo y no avanzaba.

—No, no –susurró avergonzada de su falta de control, la sola mención de ese hombre agravaba los síntomas de un cuerpo por demás descuidado, mal atendido, desprovisto de lo necesario. Él besó su frente tomándola por los hombros.

—Vamos.

—No, tengo clase. No te preocupes, León –este acunó su barbilla preocupado.

—Mierda, Anel. Siento mucho haberme alejado, prometo que estaré más al tanto. Júrame que comerás más tarde... Ya estás demasiado delgada –rodó los ojos asintiendo. Sabía que debía engullir más, sabía que no era sano seguir por ese camino, sin embargo, no lograba reconciliarse del todo con la comida, muchos de los peores momentos vividos los últimos años sucedieron ahí, en el comedor, cuando pensaba ingerir lo que se le servía. De alguna forma Analí siempre se las arreglaba para que su ingesta doliera incluso, como si piedras con púas se tratara y de a poco, sin percatarse, fue aborreciendo todo aquello que pasara por su boca.

—Lo prometo –la acompañó hasta su aula hablándole sobre su carrera, su relación, su felicidad. Lo escuchó taciturna, sintiéndose por primera vez irritada con él. Su alegría era molesta, su cercanía no llegaba a su ser como solía y de hecho, le hastió. En las puertas del salón se despidieron quedando en marcarse. No lo haría, no pronto por lo menos y sabía que ese chico tampoco. Ya no era lo de antes, ya no reía como solía y no tenía nada en común. Sacudió la cabeza y entró triste. Así era la vida. "El fin era inevitable" recordó sus palabras con nostalgia. Eso podía ser cierto.

Marcel bullía sentado mientras escuchaba la exposición de uno de sus compañeros. Deseaba romperle la cara, deseaba ir por ella y sacarla de la puta clase para besarla, besarla por completo y recordarle que ese juego aún no terminaba. Pero lo que más rabia le daba fue ver cómo reía, cómo parecía despreocupada, cómo... lo abrazaba, como se escondió en su pecho aferrando su camisa con aquellas manitas que ahora tan bien conocía y que ¡Con una mierda! No deseaba estuvieran sobre nadie más, no mientras sintiera la puta sangre hervir gracias a lo que dejaron pendiente.

Sí, desde esa maldita noche no había podido estar en paz. Su tío lo llamó porque el consejo deseaba estipular la fecha de su incorporación, haciendo que firmara y se comprometiera de esa manera a no fallar. Tres malditas semanas después de salir de clases. Ese era el puto tiempo que tenía de libertad.

Al día siguiente quiso acercarse, pero su hombría se lo impidió, no le agradaba nada ver que no parecía afectada por su lejanía, que no lo buscaba, vaya, que ni siquiera parecía recordarlo cuando lo tenía lejos.

Tú, nada más © ¡A LA VENTA!Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum