Destino -TGCF

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El pequeño Hong Er desde principios de su vida supo que estaba maldito. Destinado a traer mala suerte a las personas a su alrededor, incluso sus padres no soportaban su presencia. El recuerdo de llegar a lo que antes llamaba hogar y encontrarlo vacío por siempre grabado en su memoria. Fue por esto y muchas más razones que decidió que su existencia tal vez no era necesaria en este mundo. Es más, el mundo estaría mejor sin alguien como él, las estrellas lo decían así que ¿Por qué no creerles?

En vez de sentir sus músculos y huesos destrozarse ante el impacto contra el suelo lo que sintió fueron brazos fuertes, pero gentiles cargarlo y detener su caída. Sus ojos posados en el ser majestuoso frente a él.

Esto...esto no debía ser más que un dios ¿Por qué un dios tomaría piedad de él? ¿Por qué esta deidad creería que su vida tiene algún valor?

Los ojos del dios lo miraban con un dejo de preocupación, buscando alguna lesión en su pequeño cuerpo. Su cabello castaño caía por sus hombros resaltando aún más los aretes de perlas rojas que usaba. Exquisitas ropas que Hong Er solo podía soñar con ver de cerca ahora rozaban contra su piel. El tacto suave.

Pero no tan suave como las manos del dios benevolente.

Fue en ese momento donde Hong Er llegó a pensar que tal vez...el destino tenía algo distinto planeado para él. Estar al borde del abismo era algo necesario para por fin ver la luz que lo esperaba al otro lado y dentro de esa luz estaba él.

Xie Lian, el príncipe heredero.

Así se llamaba su salvador y su dios. Hong Er pensaba seguir a su príncipe por toda la vida, seguro de que el destino del príncipe estaba marcado por la grandeza y llegaría al puesto más alto de los cielos.

Hasta que no fue así.

Sangre, dolor, sufrimiento, una espada penetrando la carne una y otra vez, gritos pidiendo por ayuda...

No había tal cosa como el destino.

Si lo hubiera ¿Por qué su dios tuvo que sufrir tanto? ¿Por qué nadie pudo ayudarlo? ¿Por qué ÉL no pudo ayudarlo?

Hong Er, no, ahora se llamaba Hua Cheng, tomaría el destino que se le había dado a su dios y lo rompería con sus propias manos. Después de años de debilidad, por fin era lo suficientemente fuerte para desafiar la voluntad de los cielos.

La lluvia de sangre caía a su alrededor en su salida del monte Tonglu. A las afueras de este, en medio de la escasa vegetación, descansaba una pequeña y delicada flor blanca. Hua Cheng no dudó en protegerla bajo la sombra de su paraguas, no dejaría que se ensuciara con sangre ajena o propia, no dejaría que se enfrentara sola al caos.

Ya no más.

Cultivatober MXTX  2020Where stories live. Discover now