Mathew

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Caminaba por una vieja calle de Manhattan. De esas que parecen haberse quedado atrapadas en el tiempo. Esperando a que volvieran sus épocas doradas. Aguardando el momento en el que volvieran a ser lo que fueron. No mucha gente se atrevía a caminar por aquellos lugares, solitarios y despoblados.

Lo cual era perfecto para un "trabajo" como el mío.

Entré en una vieja fábrica de productos químicos. La visión es bastante tétrica, un edificio enorme, completamente abandonado e inhabitable.

Ya estaba acostumbrado a su fuerte olor a alcohol y ácido. Supongo que era una especie de "hogar" si se puede llamar así. En el teléfono una luz parpadeaba. Alguien había dejado un mensaje de voz. La reconocí de inmediato. Mathew.

Tengo un trabajo para ti -decía -Llámame.

Pensé en llamarle mañana, porque era tarde, pero sabía que seguiría despierto. Llamé de forma anónima, así sabría que era yo. Mathew tenía demasiados enemigos con ansia de venganza, pero era un hombre fuerte, sin miedo a nada, sin el más mínimo sentimiento de culpabilidad por cualquiera de sus grotescas acciones. Sus manos estaban sucias y manchadas de sangre. Aunque eso nadie lo veía. Parecía un multimillonario sin escrúpulos embutido en un carísimo traje de seda. Pese a todo esto, era el único al que podía llamar amigo o al menos era una persona fiel.

-¿Mathew?

-Esperaba tu llamada, Ray.

Ambos sabíamos que ese no era mi nombre verdadero.

-¿Nombre? --- dije.

-William Anderson. Director de empresa.Un tema personal...

-¿Tipo de muerte?

-Sorpréndeme, Ray.

Llamando a las puertas del infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora