Capítulo III

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Caicai llevó al hombre a la playa de Rahue y lo dejó sentado sobre la arena. Llovía intensamente, el cielo era iluminado solo por relámpagos errantes. Él ya no lloraba, solo estaba cabizbajo y con la mirada perdida. El agua se escurría como riachuelos por su cabello, por su nariz grande, masculina y recta y por sus pómulos hasta perderse en su barba.

El primer impulso de la nereida fue dejarlo solo, su objetivo había sido cumplido, pero sabía, sin ninguna duda, que si lo abandonaba, él terminaría lo que ella interrumpió.

―¿Cuál es tu nombre? ―preguntó Caicai agachándose para quedar en el campo visual del hombre.

Él alzó la vista, sus ojos se encontraron con los de esa mujer rubia que estaba casi desnuda y lo escrutaba con la mirada. ¿De verdad era la Pincoya?

Pero ya la conocía. Su rostro, aunque estuviera en la penumbra de esa tormentosa noche, era inconfundible.

―Hoy te vi en el Muelle de las Almas ―respondió con sequedad.

―Creo que «Hoy te vi en el Muelle de las Almas» es un nombre muy extraño para un hombre tan atractivo como tú ―bromeó con ligereza. Él parecía no estar de humor, a juzgar por su seriedad y esos ojos oscuros que la miraban fijo. Caicai suspiró, para luego añadir―: Sí, era yo.

―Al menos eso no fue mi imaginación... ―dijo para sí mismo, a la postre, soltó un sentido suspiro―. Me llamo Ethan. Ethan O'Neil.

―Creo que me gusta más «Hoy te vi en el Muelle de las Almas» ―bromeó otra vez. Caicai sentía la necesidad de arrancarle aunque fuera el atisbo de una sonrisa, mas él, maldito sea, no colaboraba―. Tu nombre no suele ser común en estas latitudes y tu acento, claramente, no es extranjero. Pero es muy bonito, significa firme, perdurable, perpetuo.

Ethan no contestó, más por el hecho de tener esa ridícula conversación con esa mujer semidesnuda que parecía inmune al frío. Reparó en su piel, las minúsculas algas parecían aferradas a ella y se vislumbraba un entramado de escamas iridiscentes. «Fascinante», pensó, pero su expresión facial era insondable.

―Mi viejo era descendiente de ingleses ―explicó él al cabo de largos segundos.

―Es un placer conocerte, Ethan.

―¿Y tu nombre? ¿En serio eres la Pincoya?

―Supongo que ya he demostrado con creces mis habilidades y poderes.

Ethan sopesó los dichos de la mujer. Si no fuera porque estaba muy lúcido ―sin haber bebido una gota de alcohol o de haber consumido algún alucinógeno―, habría pensado que estaba loco ―o que ella era una lunática―. Sin embargo, debía admitir que ni siquiera un hombre en una lancha podría haberlo sacarlo vivo del mar embravecido.

Tenía cuatro posibilidades; una. Había muerto y estaba en una especie de extraño limbo, pero no podía quejarse. La insólita compañía de esa mujer no era desagradable; dos. Estaba perdiendo el juicio y sí estaba teniendo alucinaciones; tres. Estaba teniendo un sueño en extremo vívido; y cuatro. Ese momento era real, la mujer era real y era quien decía que era.

A esas alturas de su vida, había perdido cierta capacidad de asombro. No obstante, la situación sobrepasaba cualquier expectativa y, por extraño que pareciese, no estaba perdiendo la cabeza por ello. No sentía miedo, solo un poco nervioso por no saber cómo actuar ni a qué atenerse.

Daba lo mismo, se iba a morir de todas formas.

Rio internamente, sin darse cuenta, se había vuelto un viejo cínico amargado. Lo cual era... liberador.

―Digamos que eres la famosa princesa del mar ―añadió Ethan un poco más relajado ante la surreal experiencia―. ¿Quieres que te llame así? ¿La Pincoya?

[A LA VENTA EN AMAZON] En el corazón de la nereida (Libro 2 Dioses En La Tierra)Where stories live. Discover now