Capítulo Único

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Sus mullidas patitas blancas no producían ningún sonido mientras corría sobre el frío pasillo de piedra. Había recorrido aquel camino tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados, aunque tampoco es que hubiera mucho para ver. Todo estaba a oscuras, en silencio. Los enormes ventanales no mostraban nada, el reino estaba vacío, muerto más bien, llevaba años así.

La flor que llevaba en su boca emitía un tenue brillo azul que parecía contradecir todas las leyes no escritas de ese escalofriante lugar, pero no era la única fuente de luz. La más importante se encontraba en su destino, el que visitaba cada día desde hace más de 10 años.

No tardó mucho en llegar, y en cuanto cruzó las pesadas y antiguas puertas dobles de madera, la opresión del ambiente desapareció. Sin embargo, en su lugar se instaló el anhelo y la tristeza. La habitación estaba tan silenciosa y fría como todo lo demás, pero las sombras no tenían poder allí. El soberano de aquel mundo descansaba aquí, la luz de su pecho se sumaba a la que irradiaba el grueso colchón de flores sobre el cual descansaba, el que crecía en cada visita.

Se acercó lentamente y dejó caer la flor junto a las demás. Luego saltó sobre su pecho y se acercó a su rostro. Maulló una vez, llamándolo para que despertara, pero no obtuvo respuesta. Se refregó contra su mejilla y cuello, saludándolo con un ronroneo. Lo extrañaba. Lo observó una vez más, estaba tan pálido y quieto como el primer día, a veces temía que jamás volviera a despertar. Maulló una vez más, pero sólo causó un eco en la recámara. Derrotado, se acurrucó sobre su pecho, justo donde la luz brotaba, la única que lo mantenía en una sola pieza. Mientras brillara, su compañero aún estaba vivo, y él no dejaría de esperarlo. Escondió la nariz bajo su cola, y cerró los ojos.

Una detonación lo despertó. Tardó unos instantes en darse cuenta que ya no estaba al lado de Tony, sino que había regresado a su cuerpo. Bajó la mirada a sus manos y vio cómo la flor que había convertido en una ofrenda, se volvía cenizas entre sus dedos y desaparecía en la noche. Su espíritu, así como el de sus hermanas, jamás se marchitaría en el reino de su compañero.

–Bienvenido –dijo Steve apareciendo en su campo de visión, sosteniendo el escudo en alto y con una expresión apenada–, lamento haberte hecho volver, ¿algún cambio?

Bucky negó con la cabeza y tomó su arma antes de ponerse de pie e ir tras su amigo. Había sido demasiado descuidado al ir a visitar a Tony antes del final de la noche, pero no pudo evitarlo. Faltaba poco para el amanecer y necesitó saber si ese era el día que tanto esperaba, pero no fue así, la barrera no se había debilitado. Tony tampoco despertaría este año. La desilusión se había vuelto difícil de manejar. Su pecho se sintió pesado y no pudo concentrarse en la batalla que se estaba desarrollando a su alrededor. Sam, Steve y Natasha se turnaban para asegurarse que no le arrancarán la cabeza. 

Era la noche de Halloween, el momento más peligroso para el mundo humano. Mientras ellos celebraban, bailando entre calabazas y riendo dentro de sus disfraces, ignoraban cuán cierta era la parte de que la línea entre los mundos se desdibujaba. Cada 31 de Octubre, la magia se debilitaba y las barreras que mantenían separados y a salvo los distintos mundos, caían. Los humanos se convertían en la presa favorita. Si tenían suerte, se convertían en la cena de alguna criatura, incluso en sus esclavos, pero sino, serían capturados por el Reino Oscuro de Hydra. 

Los humanos se asemejaban a un lienzo en blanco altamente cotizado, sus cuerpos, aunque frágiles, eran compatibles con casi todas las razas conocidas así que se hibridizaban fácilmente, dando vida a innumerables quimeras y nuevas especies. Hydra experimentaba con sus cuerpos hasta crear monstruos que obedecieran ciegamente sus órdenes. Steve y él habían sido humanos una vez, ajenos a las batallas que ocurrían cada año en las distintas fronteras entre los reinos sobrenaturales y las ciudades humanas. 

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