13. Pasar página

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Me resulta difícil concentrarme en mis tareas habituales por la preocupación, en especial porque Yvanna no atiende mis llamadas y hasta ahora solo me ha contestado un mensaje de todos los que le envié. Sé que ella es mayor que yo, pero eso no cambia el hecho de que su vida es incluso más desastrosa que la mía y tiene un don natural para aferrarse a la gente de mierda, igual que mi madre.

Vuelvo a leer su única respuesta, que me llegó hace unos días:

"Estoy bien. No te metas en lo que no te importa".

Al menos el mensaje sí se parece a alguno que ella enviaría, pero eso no significa que no esté en problemas o necesite ayuda.

Suelto un gruñido y guardo de nuevo mi celular porque estamos en plena reunión con Melania y, para colmo, en su oficina. No tengo idea de por qué nos hizo venir aquí si se supone que no debemos molestar a Whatever.

—Bruno, estoy hablando, nene —Ella me da un sermón, chasqueando los dedos para que la mire, como si yo fuera un perro.

Levanto la cabeza y veo que me está observando con la cara que acostumbra a mostrar: de amargada. Continúa hablando al cabo de un segundo, al notar que le dedico toda mi atención. Nos termina de explicar algunos cambios que estuvo pensando para nuestras canciones y, una vez que termina, se pone de pie y se mueve hasta la puerta.

—Con eso hemos terminado por hoy. Vuelvo en unos minutos con unas cervezas y alguien a quien quiero que conozcan —anuncia.

Eso es lo que me agrada de esta mujer. Puede ser muy estricta cuando se trata del trabajo, pero fuera de eso, transmite una energía atrapante.

—¿A quién creen que nos vaya a presentar? —Lucas no puede disimular la emoción que tiene encima.

—Espero que sea a alguna chica y que esté buena —apunta Francis—. Alguna hija suya que haya heredado esas tetas no estaría mal. —Hace un gesto con sus manos, enfatizando el tamaño, lo que hace que mi mejor amigo y yo nos echemos a reír.

Tadeo se cruza de brazos.

—Más respeto, chicos —se queja, mirando al pelirrojo con expresión reprobatoria.

Un minuto después la puerta se abre y los cuatro nos quedamos con la boca abierta al ver a quien ingresa junto a ella:

¡Es Oliver Sorja, puta madre!

No lo había visto antes en persona y luce genial. Lo que más llama la atención es que no tiene un estilo supercargado como la mayoría de los cantantes famosos. Luce sencillo y a la vez con mucha onda.

Si no conociera a Lucas, Oliver sería el rockero más genial que hubiera visto.

—Así que estos son tus chicos, Melany. —Él se detiene delante de nosotros, analizándonos con una mirada curiosa. Parece estar buscando con sus ojos a alguien y eso lo tengo claro cuando se detiene en mi mejor amigo—. Lucas, ¿no? —le pregunta, a lo que el otro asiente, anonadado. Cualquiera diría que una serpiente le comió la lengua—. Y tú debes ser Tadeo —se gira ahora hacia el otro, que abre los ojos como si se hubiera quedado de piedra al ser reconocido por alguien como él.

Parece que a algunos los precede su reputación, lo que me hace deducir que Melania ya le advirtió sobre lo que vendría a encontrar.

Ella se aclara la garganta, como si hubiera esperado que disimulara más. Él parece entenderlo y mueve la cabeza hacia el pelirrojo, continuando.

—Tú tienes toda la pinta de ser el baterista —asume, acertado.

—Francis —se presenta el otro y le pasa la mano.

Ese último momentoWhere stories live. Discover now