Capítulo tres

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Bajo más escaleras y miro atrás. Veo la fachada del edifico dónde estaba. Por supuesto, está abandonado. Miro la puerta por la que acabo de salir, y contemplo que hay otras dos puertas a cada lado. Sin duda, veo problemas donde no los hay. Me quedo un rato mirando el edifico y compruebo que estaba más o menos en la planta de la mitad. De repente, me pregunto cómo West se sabía situar en él, y también por qué aún quedan cámaras dentro, si está deshabitado.

No puedo con mi propio peso. Me tiemblan las piernas y todo mi cuerpo se tambalea. No sé qué debo hacer ahora. Me giro y contemplo la calle. Veo casas sueltas y desordenadas justo delante de mí, y al girar la vista hacia la derecha, contemplo unos enormes rascacielos. A la izquierda, ruinas y pobreza. Observo un vagabundo hurgando entre una casa caída; parece desesperado. Parte de mí quiere ir a ayudarlo, no me está gustando lo que veo. Otra parte de mí quiere olvidarse de la imagen, tengo otras cosas por las que preocuparme. Decido hacer caso a mi lado egoísta y camino hacia los rascacielos.

Mi marcha es rápida y desesperada por encontrar alguna señal de vida entre los modernos edificios. Mi corazón late deprisa mientras me pregunto si tengo familia aparte de mi hermano, si tengo una casa, amigos… Me he prometido que no voy a llorar. Solo deseo tener todo esto, y descubrirlo pronto.

Por la posición del sol calculo que es mediodía, y mi estómago empieza a rugir. No tengo nada que comer. Estoy en una ciudad, no hay árboles ni plantas alrededor. Puede que en las afueras, pero yo me he adentrado al centro y aquí no hay de eso. A medida que me voy acercando al epicentro de la población (he deducido que sería el edificio más alto, al que  mi hermano llamó Edificio Central, con una fachada de acero y cristal), veo pasar a alguien por la calle de vez en cuando. Me cruzo con una señora mayor cargada de bolsas. Su rostro es cálido y me parece agradable. Me mira con sus ojos azules, esperando que le ofrezca mi ayuda para cargar con todo el peso, pero yo estoy concentrada en otras cosas, así que aparto la vista y sigo mi camino.

Veo pisos a mi alrededor, todos diferentes pero parecidos. No pienso en nada, sólo en encontrar comida. No sé cuánto tiempo llevaba en el edificio abandonado durmiendo, pero tengo la boca seca y mucha hambre. Veo un restaurante. Por un momento se me ilumina el rostro, pero luego recuerdo que no tengo dinero. Mi instinto me dice que no encontraré nada más que eso, y cómo antes me ayudó a salir de ese edificio, le hago caso y me dirijo a la puerta del local. Hay gente dentro, pero no mucha. Abro la puerta y veo que sirven comida rápida. Me río. No sé porque pero me hace gracia. ¿Qué cabía esperar de un barrio así? Un lugar tan pobre no tendría un restaurante gourmet, eso seguro. Me dirijo a la barra dónde hay una chica rubia de pelo largo recogido en una coleta.

–Hola. Quisiera comer –digo tímida. Hay algo en esa chica que me dice que debo alejarme.

–No me extraña, la gente viene aquí a comer –me suelta brusca y seria. Es una chica guapa pero parece enfadada por algún motivo. Puede que por su vulgar empleo o el ridículo atuendo que lleva. Yo nunca me rebajaría a llevar ese uniforme. Los uniformes son estúpidos. Pero no voy a juzgarla por la ropa que su jefe le hace llevar. Veo tristeza en sus ojos.

–Ya, bueno…  es que hay un problema... –dejo de hablar para observar su reacción. Arquea una ceja, pidiéndome que continúe, y así lo hago–. No tengo dinero.

–Pues ya puedes irte, aquí no damos nada gratis.

Frunce el ceño y susurra algo que no puedo comprender. En ese momento un cocinero saca la cabeza por la puerta de entrada a la cocina para preguntar cuándo acaba su turno. Le miro. Me mira. Mi corazón late a mil por hora. Está irreconocible, pero es él. Bajo el delantal y el sombrero estúpido que llevan todos los cocineros está West. Me quedo paralizada. No sé qué hacer. ¿Debo correr a abrazarlo porque es el único al que conozco o ignorarlo como si no supiera quién es? Él me lanza una mirada cómplice y sonrío. Parece que ella no se ha enterado. No le digo nada; no sería inteligente. West va hacia la chica de pelo rubio y le pregunta si hay algún problema.

–Esta chica quiere comer y no tiene dinero –dice con indiferencia. Puede que no sea feliz, pero esta no es manera de tratar a la gente. Hago una pausa. ¿Pero a mí que más me da como trate a la gente? Decido no pensar en ello y centro mi vista en West.

–Esto se puede arreglar –suspiro de alivio–. Dale una hamburguesa, luego puede fregar platos.

–¿Fregar platos? Eso no es dinero Chuck –lo interrumpe la chica, y me sienta como un puñetazo en el estómago. Le acaba de llamar Chuck. Está trabajando en un restaurante de comida rápida. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¡Me ha mentido! No es mi hermano, es alguien que solo quiere jugar conmigo. Se llama Chuck y  sé dónde trabaja. Querría darle un puñetazo ahora mismo, pero tras pensarlo unos segundos llego a la conclusión que lo que más necesito ahora es comida, y no venganza.

–Pero es trabajo. Si no quieres colaborar, ya la sirvo yo –acaba diciendo Chuck–. Ven conmigo a la cocina, así te familiarizas con las cazuelas.

¿Primero me miente y ahora me llama tonta? Se va a enterar. Aún no sé cómo un vulgar cocinero me ha podido hacer esto. Estoy tan enfadada que destrozaría cualquier cosa. Pero no es el momento, primero debo comer.

West (o Chuck, ya no sé cómo llamarle) se dirige a la cámara frigorífica de la cocina y me hace meter dentro. Por un momento pienso que es un obseso de los espacios cerrados, pero me quito la idea de la cabeza. ¿De verdad podría existir tal obsesión? Automáticamente recuerdo la explicación que me dio sobre las cámaras. Los armarios deben ser los únicos sitios que no están vigilados. Se mete en la habitación conmigo y empiezo a gritarle.

–¿Pero quién te crees que eres para hacerme esto? ¿Pero qué te has creído? ¡Te juro que te voy a matar! –me abalanzo sobre él y coloco mis manos sobre su cuello, pero consigue apartarse. Es más fuerte que yo y me da rabia.

–Eh, cálmate –me suelta.

–¿Calmarme? ¿Cómo quieres que me calme después de lo que ha pasado allí afuera? –chillo.

–Soy yo, ¿vale? Soy West. No te he mentido en ningún momento –arqueo una ceja–. Ahora, cálmate por favor o te va a oír todo el mundo –supongo que por todo el mundo se refiere a la chica rubia maleducada y a otro cocinero que estaba haciendo hamburguesas cuando entramos en la cocina.

–¿Pretendes que te crea? Exijo una explicación.

–Muy bien. Te la daré –resopla–. Soy West. Me llamo West. Es mi verdadero nombre.

–¿Y por qué esa chica te ha llamado Chuck? –le interrumpo.

–Es un nombre falso. Brook, aquí nadie sabe que trabajo para el gobierno. De hecho, nadie sabe nada del gobierno. La única cara que la gente conoce (conocía) es la de Dryn. Es la única imagen del gobierno que tiene la población. Lo demás es secreto. Nadie puede saber mi verdadero nombre, porque aunque no conocen mi cara, mi nombre sale en la lista de trabajadores del gobierno. Me inventé Chuck. Y busqué este empleo para parecer un chico normal con un trabajo normal, como todos. Así no levanto sospecha.

Tengo la boca abierta. Lo noto. No digo nada. No sé qué pensar. ¿Me está engañando? No soy de muy buena fe y en mi estado, no puedo confiar en nadie. Me siento vulnerable, cualquiera puede mentirme porque no recuerdo nada.

–Podrías estar mintiendo –afirmo rotundamente.

–Podría, pero no es el caso.

–¿Hay alguna cosa que pueda probar lo que dices?

–Sígueme –se gira y abre la puerta de la cámara frigorífica. Le cojo el brazo con mi mano y se vuelve para mirarme.

–He venido a comer, West –le digo esperando que después de abrir la puerta me sirva una hamburguesa. Él esboza una sonrisa, creo que es porque le he llamado West.

–Claro –me dice y asiente con la cabeza.

Abre la puerta, sale de la cámara y se dirige a los fogones. Saca un trozo de carne y lo pone en la parrilla.

Puede que se piense que lo he creído. Pero no es así. No lo creo y no lo haré.

No confío en nadie.

AISLADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora