—Deseaba verte—Explico, ruborizándola. —Todas dicen que serás enviada a un planeta lejano, en una luna pantanosa.

¿Acaso era rencor lo que sentía en su tono de voz? Ella no soltó su mano, y se mantuvieron así, mirando el atardecer, cuando volteo para mirarla, los brillos del sol hacina lucir doradas las lágrimas en sus ojos.

—Nunca te dejare—Le dijo.—Aunque tenga que pasar el resto de mis días oyendo los aburridos sermones de Zircón rosa en medio de los juicios, volveré y estaremos juntas.

—Siempre he pensado—La interrumpió su compañera. —Lo bonito que es este sitio, me gustaría permanecer aquí también...contigo, por siempre ¿Cómo podemos prometernos un sueño así?

Ella gruño, testaruda y callada, aunque su compañera no se equivocaba, ella no aceptaba algo como eso. Los cuarzos rutilados eran un tipo distinto de gema, bastante poco común, y de cierta manera, su número limitado mantenía a la mayoría de ellas cerca de los diamantes, solo un evento realmente importante las podía separar.

Y aun así, ella se las ingeniaría para volver.

—Te lo prometo—Le dijo. —Debes prometer que cantaras para que te oiga desde ahí arriba.

Y señalo a una estrella, una de las primeras en definirse en el cielo. Su compañera la observo con los ojos brillantes, y soltó un risita, empujándola.

—Tonta, tendría que gritar desde las troneras de los calabozos solo para que pudieras oírme ahí abajo—Y señalo al vacío de las nubes con su pie.

—Sí, tienes razón, es inútil—Disfruto ver por el rabillo del ojo que su compañera dejaba de sonreír y volvía a recostarse contra el muro. —Supongo que tendrás que cantarme hasta que memorice la canción, así podre llevármela a los confines del universo.

Continuaba mirando el anochecer cuando su compañera recostó la cabeza en su hombro.

—Lo hare, te cantare, cada noche, hasta que nos separemos, y cada noche cuando estemos juntas de nuevo, tú me buscaras ¿Cierto, C.?

—Solo hasta que se me cansen los pies, no prometo nada.

Ella le sonrió. Acerco los labios a los suyos, cerró los ojos y se sumió una vez más en la oscuridad.

Y luego solo hubo silencio, finalmente, silencio.

"Te encontré".—Pensó Cuarzo rutilado, sosteniendo aquellos fragmentos en su enorme mano de bestia.

Los deposito con cuidado en su antiguo reposo, protegiéndolos un momento con su palma, mientras los recuerdos se desdibujaban a su alrededor, mientras sus botas se convertían en pezuñas una vez más y sus dedos se afilaban hasta ser garras, mientras su cuerpo se desvanecía, abrumado por la fuerza destructora de su propio despecho, aquel dolor amargo como la bilis, que quemaba cada centímetro de su núcleo. Y al presentir la cercanía de aquellas dos gemas juntas, se dio cuenta de que realmente era capaz de odiar, y que una vez odiara lo suficiente, sería tan fuerte como para escapar de ese dolor. Recogió entre sus manos torpes aquel trozo retorcido de metal con la que la había fastidiado la fusión molesta y ruidosa, quemándose por su propio rencor, acelero contra ellas.

En su mente quebrada solo podía concebir el deseo de que todo desapareciera a su alrededor, deseaba aquel silencio, lo único que podía traerle paz.

Al acelerar, pues era la única manera de describir de manera clara la forma en que la gema se apretujaba en el mismísimo espacio y se abría paso con velocidad hacia cualquier dirección, Jaspe solo escucho el sonido de un corcho y Lapis se encontraba a varios metros, tendida en el suelo, aturdida. La gema estaba frente a ella, y la joya en su pecho brillaba con un resplandor anaranjado. En su garra sostenía el mismo tonto poste roto que había usado la fusión de las bajitas para intentar zurrar a la gema a falta de otra arma que la cuerda de saltar de Amatista, y hasta donde presumía Amatista un arma que podía emplearse para alcanzar el interruptor de la luz sin levantarse del sillón los sábados frescos no podía considerarse un arma para Jaspe.

La táctica barataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora