Le era difícil ver con todo ese aplastante silencio, pero basto con acercarse lo suficiente para que el paisaje se definiera frente a ella, la ciudad, aquella curiosa ciudad habitada por humanos, era distinta de noche, pero solo en apariencia, guiada por el susurro del agua en los desagües, los cables zumbando mientras arrastraban electricidad y el murmullo de las polillas arremolinadas alrededor de las farolas, aquella canción que dedicaba su compañera y el lazo que las unía era suficiente para guiarla.

Y mientras avanzaba dejando caer las burbujas, a su paso, los destellos rojizos no tardaron en hacerse presentes, mientras la distracción era puesta. En la oscuridad por donde avanzaba, incluso los gritos de miedo eran algo que podía agradecer y aun cuando llego a sentir miedo de lo que vendría después, ella no estaba sola.

Cuando Steven abrió los ojos había una hormiga gigante mirándolo, Connie gruño para que le prestara atención y le mordió el labio, demandante, el chico sonrió y le rodeo la cintura con los brazos. En realidad, el armatoste lucia bastante real, su exoesqueleto debía de ser de resina o plástico, aunque casi lucia como si fuese de cristal autentico, pues brillaba aunque no lo atravesara la luz, y el núcleo de su sombra era como magma de color rosado.

Connie decía algo sobre estar en graves problemas cuando el insecto gigante cerro lentamente sus mandíbulas y volvió a abrirlas, como tijeras dentadas de color azabache, tan brillantes que lucían húmedas. Grito con los labios unidos a los de Connie y la chica se apartó, riendo a carcajadas mientras apoyaba las manos en las rodillas.

—¡Steven, tonto! ¿Qué estas...?

Las mandíbulas de la hormiga gigante no llegaron a cerrarse sobre el cuello de Connie, pues el escudo lo impidió, y la chica pudo ver la pequeña boca de la criatura, mientras esta intentaba aferrar los bordes del escudo del chico, conferido de un brillo cristalino de color melocotón. Con suficiente fuerza, consiguió empujar a la criatura al otro lado del corredor. Cuando vio resbalar sus patas acabadas en agujas de cristal, tuvo que retroceder casi a trompicones cuando Connie salto, se sujetó de la reja y la hizo bajar con fuerza. Las puntas de las mandíbulas de la hormiga se clavaron entre los espacios del metal pintado de rojo, incapaz de entrar. Aturdida en un principio, se apartó de la caseta del cine y se alejó por la calle.

Ni siquiera se atrevía a mirar a Connie a la cara, la cinta del hombro derecho de su vestido se había rasgado, vio como la chica fruncía el ceño, sin sonreír, hubiera podido entender incluso que quisiera irse a casa, la vida de Connie no tenía por qué ser como la suya.

—Cine y batalla con hormiga gigante—Connie le dio un golpe en el brazo. —Sí que sabes atender a una chica, Steven Universe.

Aunque la risa se revolvió en su estómago, consiguió imitar su expresión seria.

—¿Sabes? En realidad suelo hacer esto en todas mis citas—Connie alzo una ceja, asintiendo, simulando impresión. —Es todo un asunto pagarle a la hormiga, y mis tarjetas están por los suelos, pero uno debe mantener la imagen...

Connie estaba a punto de preguntarle qué dirían las gems de verlo gastar así el dinero cuando el estruendoso sonido de la marea humana los hizo girarse. No parecía estar muy contentos de hallarse encerrados.

Mientras Connie discutía con el gerente Steven tomo su teléfono y empezó a marcar las teclas.

Era una de esas noches de cielo despejado, unas cuantas nubes todavía eran visibles y en ese momento opacaban la hermosa luna, que en esos momentos era un semicírculo afilado de color blanco. Un par de sombras en las escaleras hicieron que Garnet se apartara de aquella bonita escena y observo como Amatista y Perla entraban haciendo sonar la campanilla.

Le sorprendió que Perla sonriera a pesar del estado de sus ropas, maltratadas y manchadas de verde y marrón, Amatista en cambio estaba mojada hasta las rodillas y tenía arena en los zapatos, dejando un rastro brillante al caminar.

Al mirarla a los ojos, la sonrisa de Perla se hizo más ancha y las comisuras de sus labios subieron, Garnet sonrió, alzando una ceja.

— ¿Algo que valga la pena comentar?

— ¡Amatista le tiene miedo a las ratas!—Exclamo Perla.

— ¡Ya te dije que no era una rata normal!—Chillo la gema con las mejillas coloradas.

Una rata grande la había perseguido debajo del puerto. Por desgracia, no llegaron a ser capaces de debatir hasta que tamaño se podía considerar gigantesca una rata. Perla soltó un gritito y se llevó las manos a los pantalones, que estaban zumbando.

—¿Qué tienes ahí, Perla?—Le pregunto Amatista.—¿Un abejorro?

La gema tomo el teléfono y las demás se acercaron al escuchar la voz de Steven. No tenían otra opción que posponer la búsqueda de Jaspe.

La táctica barataWhere stories live. Discover now