Ámarok no pronunció palabra cuando se lo conté. Para él la cosa estaba muy clara: Asmord y yo sentíamos cosas muy parecidas el uno por el otro. Yo no lo veía de ese modo. Puede que fuera una escéptica o muy negativa, pero no concebía la idea de que mi profesor pudiera sentir algo así hacia mí.

No volvimos a hablar del tema. Las noches se centraron únicamente en controlar los dones con los que nací. En ciertas ocasiones, creo que cuando ninguno de los dos podía soportarlo más, nos alimentábamos el uno del otro. Y después, desaparecíamos. Era extraño y un poco frustrante, pero podía soportarlo mejor que tenerlo siempre lejos, distante.

Mis lecciones (y puede que los mordiscos) comenzaron a surtir efecto. Cada noche lograba controlar mejor mis poderes. El aire ya casi había dejado de ser un misterio para mí. Podía hacer cosas inimaginables, ¡incluso elevarme por unos minutos! Con el fuego seguía teniendo problemas. Mi descontrol aumentaba o disminuía en función de lo que pensábamos que eran mis emociones. Cuando estaba tranquila, el fuego y yo éramos uno. Pero cuando estaba triste o enfadada... el fuego arrasaba todo lo que se interpusiera en mi camino.

—Tendrás que tomar lecciones de autocontrol también —me comentó Asmord una de aquellas noches—. Hasta que no consigas dominar, aunque sea un poco, tus sentimientos, no lograremos avanzar. Y, por tanto, tu primera prueba se pospondrá.

Era algo que no podía permitir. No tenía tiempo para aprender de forma convencional, ni siquiera era como los demás vampiros. De modo que empecé a practicar todas las noches con Ámarok. Él era mi ancla en el mundo, mi soporte. Si no lo conseguía con él, nunca lo haría.

Asmord insistió en que mi don comunicativo con los animales también tenía que ser adecuadamente explotado. Por eso muchas noches cazaba animales solo para mantener conversaciones con ellos. Al parecer, mi don era débil porque yo también lo era. A medida que me fuera haciendo más fuerte podría entender mejor a los animales. Pero para eso también necesitaba practicar.

En cuanto a mi don hipnotizante era muy extraño. Conseguía utilizarlo solo ocasionalmente. Me exigía demasiada concentración y muchas veces no sabía cómo activarlo. Al no haber nacido con él era el más complicado de controlar. Por suerte, jamás había tenido ningún accidente, ningún descontrol de mi nuevo poder... hasta aquella noche.

Hesper quería verme antes de mi entrenamiento. Solíamos quedar a veces para charlar y él me preguntaba por mis lecciones, mi vida allí y Ámarok.

—¿Te sientes mejor que cuando llegaste aquí? —me preguntó mientras paseábamos por el bosque.

Las hojas de los árboles se habían tornado en un color marrón bastante oscuro y muchas habían comenzado a abandonar las ramas. El otoño estaba llegando a su fin, aunque de manera perezosa. Los animales salían cada vez menos pero no dudaban en recolectar comida para el próximo invierno. Asmord me había advertido de que, debido al cambio de estación, se me proporcionaría algo de ropa nueva. Pequeños cambios estaban sucediendo en todas partes.

—Este sitio es muy diferente a Neptuno —respondí—. La temperatura es más alta, puede que incluso en invierno siga siendo así. No es un lugar tan húmedo, pero tiene mucha vegetación y eso me gusta.

—¿Y con respecto a las relaciones con los demás?

Tuve que reprimir un pequeño escalofrío al pensar en Asmord, pero me quité al vampiro inmediatamente de la cabeza.

—Hablo bastante con Kinn, es una buena chica —aseguré—. Mi relación con Ámarok no ha cambiado mucho. Él y yo siempre hemos sido muy cercanos. Gladius es... complicado. He coincidido algunas veces con él, pero no parece interesado en querer tener ningún contacto conmigo. Y, sinceramente, yo tampoco pongo mucho empeño.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora