5. No es una cita.

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CANCIÓN: Lady Antebell - Need you Now.


Despertó con la boca seca, desorientada. El ruido de las teclas de un ordenador hizo que se irguiera.

—Como que mi apartamento ya te gustó para dormir –Marcel parecía entretenido ahí, con el aparato sobre sus piernas.

—Lo siento... —sus voz sonaba pastosa aunque como siempre; delicada.

— ¿Estás mejor? –Se frotó los ojos como un gatito, sus lentes descansaba a un costado. El chico de inmediato volvió a lo que hacía. Cada movimiento, cada gesto, lo hacía desearla más. Por lo mismo se sumergió en eso que tanto le gustaba para dejar de estar al pendiente de cada débil ronroneo que emitía ahí, a su lado, descansando de la manera más tierna que hubiese presenciado.

—Sí... —miró a su alrededor, pronto oscurecería—. ¿Haces tarea? –preguntó un tanto nerviosa. Él levantó la vista negando divertido, torciendo la boca de esa manera sensual que definitivamente la derretía. Parecía relajado.

—Ven –palmeó un sitio a su lado un tanto entusiasmado. Esa era una nueva actitud, notó Anel. Tomó, con movimientos lentos, un poco de agua del vaso que estaba en la mesilla del centro y que llegaba casi al ras del tapete gris para luego acomodarse ahí poniendo atención en la pantalla del ordenador. ¿Planos arquitectónicos?—. Mira... —le señaló con frescura una serie de líneas—. Es un complejo habitacional, cuando termine podré verlo en tercera dimensión. Las medidas y proporciones son reales –Anel abrió los ojos asombrada, aunque sin entender mucho lo que ahí se veía. Por más de una hora Marcel le explicó cada movimiento que efectuaba con el cursor, y lo que hacía.

—¿Y me preguntas a mí por qué no estudié fotografía? –Se atrevió a decir cuando cerraba el aparato. Marcel la miró enarcando una ceja con rostro inescrutable.

—Besas bien, nada más –soltó poniéndose de pie. Anel se retrajo de inmediato. Pestañeó respirando un tanto ansiosa. ¿Qué ocurría con él? Ese juego en el que se estaba sumergiendo la hacía sentir cada día más alerta, más ansiosa, deseosa de alejarse, pero a la vez de pegarse a su cuerpo para sentir esa seguridad que le brindaba su brazo alrededor de la cintura, el roce de su aliento sobre su piel, su mirada llena de fuerza, de suspicacia, de... misterio, de magia. La hacía sentir anhelo, pero a la vez, la hundía, le dolía.

—Debo irme –dijo de pronto. Tomó su mochila caminando con menos dolor hacia la salida.

Su mano la detuvo.

—Solo no quiero que olvides que esto no llegará a ningún sitio, Anel –murmuró sobre su cabello, oliéndolo. Cerró sus ojos pasando saliva.

— ¿Q-qué quieres de mí? –Su apenas audible voz se le clavó en un lugar entumido, dormido desde hacía demasiado tiempo. Apretó los dientes haciéndola girar para verla a los ojos.

—Ya te dije... —la forma en la que hablaba lograba que su determinación bajara pues la bruma que dejaba su esencia sobre su piel, la embelesaba sin remedio.

—Mis besos –él suavizó el gesto y sin más, sonrió. Pegó sus labios a los suyos con cuidado, midiendo las reacciones de su cuerpo primitivo.

— ¿Qué harás mañana? –Se encontró preguntando como un imbécil embrujado por ese sabor a miel que la chica dejaba en su lengua cuando la probaba aunque fuese de esa forma delicada, inocente.

—To-tomaré fotos –logró decir torpemente.

— ¿Dónde? –encogió los hombros negando débilmente. Marcel seguía dándole pequeños roces que la iban desquebrajando de a poco.

Tú, nada más © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora