Espejos

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Mi madre solía contarme que los espejos eran mágicos, que acumulaban poder y servían de portales, que podían llevarte a los lugares donde deseabas estar y que también servían de escudo. Yo le creía, tenía siete años.

Pero el tiempo pasó, crecí y mis poderes también. Tanto que se me salieron de control.

La Iglesia me descubrió, mamá ya no estaba para defenderme. Debía hacerlo sola, ¿pero cómo?

—¡Aquí está la bruja, no dejen que escape! —gritaron afuera de mi casa. Podía sentir el olor del humo filtrándose entre la madera, no faltaría mucho para que esto ardiera conmigo adentro.

Congelé la entrada, para darme más tiempo.

Tomé todo lo que pude y lo metí en una bolsa que colgué de mi hombro, las manos me temblaba y lo que tocaba se llenaba de escarcha, no sabía qué hacer. Estaba tan asustada. 

—Mamá, ayúdame —supliqué al poco viento que corría por ahí. 

Un brillo intenso y azul empezó a brotar debajo de la cama, por lo que me acerqué rápido a mover el desgastado colchón y sacar a relucir un brillante espejo de cuerpo completo, quien era la responsable de tanta luminosidad.

—¡La bruja está haciendo uno de sus hechizos, apresúrense!

Golpearon con más fuerza, el hielo no resistiría por mucho tiempo.

Apoyé mi mano en el espejo, y ésta desapareció. Con rapidez la retiré del cristal, volviéndola a ver.

Mamá tenía razón.

La traba de la puerta salió volando al otro lado de la casa. Dándome un ultimátum para decidir qué hacer.

—Llévame a un lugar seguro —susurré, apreté el bolso contra mi pecho y me dejé caer al fondo del espejo.

[...]

Destellos blancos y azules salieron de los pastizales que apenas pensaba quitar, fruncí el ceño con desconcierto.

Con mi azadón en la mano y listo para atacar, me acerqué al lugar sigilosamente.

Nadie visitaba mi terreno, era extraño que hoy sí.

Di un respingo en mi lugar cuando la vi, una joven tirada en el piso con signos de estar inconsciente. Su aroma se mezclaba entre madera quemada y canela. Una extraña combinación.

—Mamá... —alcancé a escuchar que decía.

Me agaché hasta ella, y descubrí su rostro, que estaba escondida por su cabello platinado.

Exótico color.

Era muy pálida, ojos grandes y nariz pequeña.

Quise acercar mi mano para poder tocarla, pero fue atrapada por ella. Estaba muy exaltada.

—¿Dónde estoy? ¿Q-quién eres? ¿Qué es lo que quieres? —su agarre no era fuerte, pero había algo raro en él. Se sentía frío.

—Estás en mi rancho, acostada entre la hierba –expliqué, intentando sonar lo más calmado posible. Porque la temperatura en mi mano comenzaba a bajar, sentía hormigueo en mis dedos–. Y yo soy Hans, un gusto —con poca dificultad pude cambiar la posición de mi mano sujetada, apuntando el saludo hacia ella.

No dejaba de mirarnos.

Con lentitud, soltó mi muñeca.

—Elsa... —contestó.

—Lindo nombre –por fin vi que el color dorado de mi piel volvía a mí–. Te ves cansada, ¿quieres ir a un asiento más cómodo? —bromeé, poniéndome de pie.

—No lo sé, yo necesito estar lejos —se incorporó con velocidad.

—Tranquila, este es un lugar seguro —le sonreí.

Ella pareció suspirar aliviada.

ꫝꪖꪀડ  &  ꫀꪶડꪖWhere stories live. Discover now