—No es muy grande —fue la primera impresión del vampiro, que inspeccionó con sus ojos entrecerrados la pequeña sala. Louis logró hacer a un lado el remolino en su cabeza para quitarle el saco del traje y colgarlo en el perchero junto a la puerta.

—Quítate los zapatos.

Quería gritar. Lo haría, con todas sus fuerzas, pero su vecina de noventa años que vivía justo debajo de su piso no aceptaría ninguna excusa cuando viniese a tocar la puerta enojada. Louis creería que una persona tan anciana estaría tranquila y sorda, durmiendo durante la mayor parte del día u horneando galletas sin cesar. Su vecina no era nada parecida a eso, incluso le hacía recordar a Annette Smith.

Harry obedeció su orden, quedándose parado junto a la pared. Louis estaba luchando contra el impulso de decirle que se sintiera como en casa, porque él debería hacerlo por su propia cuenta.

Con un poco de suerte, el té lo haría sentirse más despierto. Buscó los sacos de té en la alacena, poniéndose en puntas de pie para alcanzarlos. No preguntó cuando llenó dos tazas grandes, e instó al vampiro a beber una.

Louis estaba confundido. Harry actuaba distante y callado, hasta tímido, si no lo conociese. La única diferencia entre la foto en su billetera y la persona sentada en su sofá, era que pestañeaba.

—Di algo —suplicó, soplando el humo que su infusión desprendía.

—¿Como qué? —Una pequeña sonrisa se asomó, aunque Louis podría haberla imaginado—. Estás delgado.

—No es cierto —Llevó una de sus manos a su abdomen, levantando ligeramente su camiseta—, estoy gordo, mira.

—Bebiste demasiada cerveza.

—Un poco.

—Demasiada —enfatizó.

Louis llevó la mano que no sostenía la taza hacia su frente. Harry abrió los ojos al ver que aún llevaba puesto el anillo que le había regalado. Louis lo observó estirar la mano, dudoso, y volviéndola a dejar donde estaba. Cerró los ojos, las cosas daban vueltas alrededor de él. Gracias a Dios, Harry atrapó su té antes de que su mano lo soltara y apoyó ambas tazas casi llenas en la mesa de la televisión.

—Prometo hablar contigo mañana —dijo. Su voz se escuchaba seria y penumbrosa. Una vez de pie, el vampiro levantó al humano sin mucho esfuerzo en sus brazos—. Tienes la piel muy pálida y ojeras prominentes, Louis.

—Todavía tienes ese acento extraño cuando pronuncias mi nombre —Se acurrucó contra su camisa blanca, que no llevaba una sola arruga pese al ajetreo—. Solo estoy cansado, y está oscuro. No puedes ver bien mi piel.

Harry estaba frío y su pecho vibró cuando habló de nuevo.

—¿Cuál es tu habitación?

—Mm, la segunda puerta del lado izquierdo.

Asintió. Sus pasos eran largos y no le costó mucho trabajo llegar. Abrió la puerta y echó un vistazo a su alrededor: todo estaba bastante ordenado, aunque la cama estaba algo deshecha. La luz de la luna entraba por la pequeña ventana e iluminaba lo suficiente como para que pudieran ver y no tropezar. Harry se encargó de dejar a Louis encima de la cama y acomodó las sábanas que estaban desordenadas en el final de ésta.

—¿Por qué... —balbuceó, reacio a soltar los brazos del vampiro. Si estuviese sobrio, probablemente se golpearía en la cabeza; estaba actuando ridículo— tanto?

Harry le acarició la mejilla.

—Mañana hablaremos —Lo besó en la frente—. Espero que no te moleste dejarme dormir contigo hoy.

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