Capítulo 4 - Noticas inesperadas

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Al sentirse atacado, había perdido el control sobre su boca y las palabras ya no pasaban por ningún filtro antes de ser escupidas. No sabía reaccionar de otra forma, por muy a su pesar que fuera. Lo último que quería era hacerla daño, pero la rabia nubló ese pensamiento y explotó después de tantos años intentando algo con ella frustradamente. Ya no podía controlarse, llevándole a comportarse de la única forma que conocía con una chica.

–¿Es que estás buscando algo conmigo? -dijo con un tono de voz más grave mientras se acercaba a ella y la acorralaba contra la pared. La tenía a tiro para besarla.

Laia ladeó la cabeza hacia un lado y entrecerró sus ojos. Al mirar la cara de ésta, Seth notó una expresión apenada. "¿Debería seguir?" pensó dubitativo. Era lo que siempre había querido. Indeciso, paró su avance hasta quedarse a pocos centímetro de la de ella. ¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Se estaba sintiendo mal por ello? Todo lo decía que no debía hacerlo, al menos no con ella. Era más que eso para él.

Al final era verdad que tenía conciencia.

–No quiero nada con alguien que pretende conseguir todo por su apariencia- confesó.

Aquel comentario se clavó en el corazón del contrario como una flecha. Avergonzado, le abrió el paso para que pudiera salir de sus fauces. La chica se alejó de él incómoda y, antes de irse, se despidió con voz apenada.

–Adiós Seth, realmente espero que cambies.

Era un ver y no creer. Seth jamás de los jamases había hecho tal cosa por una mujer, pero el remordimiento que luego sentiría si las cosas hubieran salido mal le hubiera carcomido hasta el final de su vida. Y al ver su respuesta, se agradeció a su mismo de no haberlo empeorado. Se refugió en lo que él dijo en el momento en el que entró a la escuela y es que no consideraba la intención de atarse con ninguna chica. Pensaba que era una persona libre de hacer lo que quisiera y cuando quisiera.

Esperó a que la silueta de la chica desapareciera de su vista y siguió su camino hacia las habitaciones de Fuego. Menos mal que no estaba el castaño, hubiera sido ya la guinda del pastel.

En cuanto llegó a su cuarto, se quitó toda la ropa y se metió dentro de la cama. Era la primera vez en su vida que se acostaba tan temprano y sin cenar. Necesitaba hablar con la almohada muy seriamente.

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Al día siguiente se levantó, como era de esperar, más temprano que de costumbre por culpa de los remordimientos que le atormentaban. Sentía algo de angustia aún por todos los incidentes que pasaron ayer. Le daba tiempo hasta para asearse antes de tener que ir a desayunar, cosa insólita en su día a día. Se desnudó lleno de energía y se miró al espejo para ver el horrido panorama que mostraban sus costillas. Tenían muy mala pinta y eso que ayer había recibido atención sanitaria.

Alrededor de ellas se le habían formado unas costras muy duras, de color marrón oscuro. Su gruesa piel tardaría mucho en cicatrizar heridas tan profundas. Hizo un par de movimientos con el tronco para saber si le iba a dar problemas hoy también, pero parecía todo normal dentro de movimientos no muy bruscos. Lavó su cuerpo lo más rápido que pudo y se vistió.

Normalmente era ese el momento en el que habría salido echando leches al gran salón de Fuego para hablar con sus amigos y enterarse así de las nuevas matutinas, pero hoy no tenía ganas de mucho contacto social. Además, se acordó de que, si no cuidaba un mínimo su cuerpo magullado, podría tardar en mejorar más tiempo del que deseaba. Se desinfectó las heridas con las pociones que todo estudiante tenía en un pequeño botiquín de emergencias, el cual tocaba ya renovar. Luego las cubrió debidamente y se puso una camisa nueva recordando que la anterior también la había manchado de sangre.

Mariposas de fuegoWhere stories live. Discover now