Capítulo 2: Me acostumbré a perderte.

118 15 18
                                    

Me acostumbré a tu sonrisa, a tus palabras encadenadas, a tu peculiar forma de ver la vida. Me acostumbré a esperarte, tanto como fuera necesario, a inyectar en mis venas una dosis extra de paciencia, a saber parar el tiempo. Me acostumbré a guardar silencio, a tragarme las preguntas, a bañarme en dudas y nadar entre melodías inacabadas. Me acostumbré a abrigarme con recuerdos, a acercarme a la nostalgia, a tapar con vendas rotas las heridas que no cierran. Me acostumbré a necesitarte, a tenerte como parte imprescindible de mi vida, aún sin estar en ella, a guardar tu historia en un rincón bajo llave para que nadie pudiera estropearla. Me acostumbré a pensar en ti, sin apenas darme cuenta, a tenerte de manera improvisada en mi memoria, en el momento menos esperado, en el instante más impreciso. Me acostumbré a buscarte, por todas partes, en los lugares y personas más recónditos y extraños, sabiendo que, posiblemente, no te encontraría. Me acostumbré a recorrer cada tren, cada barco, estación y puerto, deseando que algún día, la caprichosa casualidad, volviera a ponernos en el mismo camino. Me acostumbré a imaginar que estabas bien, aún sin saberlo, a imaginar que, de alguna forma, tú también te acordabas de mí. Me acostumbré a borrar lo malo, a quedarme con lo bueno, a pintar enormes cuadros con tus dulces promesas. Me acostumbré a refugiarme en todo lo que me dijiste. Me acostumbré a seguir la historia, por mi cuenta, ignorando por completo la parte del punto final. Me acostumbré a escuchar todas tus canciones, tus poemas y frases, por si, tal vez, algo fuera para mí. Me acostumbré a arriesgar sin pensármelo dos veces, a aguantar cien mil tormentas, a lanzarme al vacío con un solo motivo. Me acostumbré a sentirte cerca, estando demasiado lejos, a sentir escalofríos cuando escucho tu nombre, a perderme inesperadamente con una simple fotografía. Me acostumbré a pensar que, tarde o temprano, sentirías lo mismo, que vendrías a mí del mismo modo que lo hiciste el primer día, que sólo era cuestión de aguantar un poco más. Me acostumbré a tenerte como un contacto más, sin ser un contacto más. Me acostumbré a visitarte en sueños, al fin y al cabo, era la única forma de tenerte cerca. Me acostumbré a seguir aquí, justo aquí, por si alguna vez necesitabas algo de mí. Me acostumbré a llegar a ti, para luego tener que volver a echarte de menos. Me acostumbré a todo. Me acostumbré a nada. Supongo que, después de todo, me acostumbré a perderte. 

Todo lo que nunca me dije.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora