Es atractivo, Tiare puede admitir eso mientras lo saluda. Huele bien, y probablemente se preocupa mucho más por su ropa y su pelo que Manuel, pero aún así no le gusta. Aún cuando vio los posters de cuerpo completo que tenían algunas de sus amigas, aún cuando lo ha visto jugar y sabe que es realmente bueno.

Aún cuando Manuel parece feliz mientras caminan al auto, no le gusta.

Nunca le ha gustado, en verdad.


Tiare recuerda mejor que nadie el primer año que Manuel pasó en la casa, principalmente porque ella estuvo en casa también durante ese verano, mirándolo consumir libro tras libro, hasta que ya no quedaba nada que no hubiese leído en la biblioteca de la casa.

A veces jugaban juntos en sus consolas muggle, o estudiaban juntos también; Manuel era el único dispuesto a pasar tardes enteras intentando enseñarle encantamientos avanzados, y ella se lo pagaba obligándolo a acompañarla a practicar pociones, los dos escondidos en el quincho del patio, rodeados de todas las protecciones que a Manuel se le habían podido ocurrir, porque en realidad ninguno era particularmente dotado en esa área, y a Tiare le gustaba experimentar.

Era agradable tenerlo ahí para variar, hasta que ya no estaba.

Todos los días, a eso de las siete de la tarde, Manuel se encerraba en la biblioteca, con los libros y la chimenea. Nunca salía antes de las diez, pero cada vez que lo hacía, parecía estar en un peor humor del que había tenido al entrar. Pasaba del encierro de la biblioteca al encierro en su pieza sin decir una palabra, y al día siguiente, el proceso se volvía a repetir.

Su madre decía que era una fase, que se iba a estabilizar todo cuando encontrara algo en lo que ocupar su tiempo, además de obsesionarse con el novio. Su padre opinaba que debería ir a buscar otro novio, porque el rucio (como lo llamaban en la casa) probablemente no iba a volver, si era tan buen jugador como decían en la radio.

Su tío, que se encargaba de cuidar la parcela allá en el sur, pero venía de vez en cuando a pasar semanas enteras en la biblioteca buscando quién sabe qué, se reía sin humor, y a diferencia de todos los demás, se sentaba frente a Manuel a decirle que estaba perdiendo el tiempo.

— Necesitas algo tuyo, y el rucio no es tuyo. —decía él, y Manuel fruncía el ceño, pero nunca le decía que no. — Él tiene algo suyo allá, por eso se fue ¿o no?

Tiare nunca se metía en esas conversaciones, incluso si tenía sus propias opiniones, y Manuel parecía aliviado en verdad cuando se sentaba al lado de ella y en la mesa, libre de todos los comentarios bien intencionados de la familia.

— Gracias por no decirme nada —había dicho, durante una tarde especialmente mala, justo dos días antes de que Tiare tuviera que irse al colegio— De verdad.

— Está bien —dijo ella, sin despegar la vista de la pantalla. Estaba terminando la etapa ya y no quería distraerse en medio de la pelea.

Manuel se había sentado como indio a su lado, mirándola jugar en silencio. Tiare había supuesto que estaba haciendo hora, pero cuando dieron las siete y no se levantó, tuvo que voltearse a mirarlo, frunciendo el ceño.

— ¿Qué te pasa?

— ¿Qué debería hacer, según tú?

Manuel y ella nunca habían tenido una mala relación antes, porque Manuel era callado y ella era muy pequeña, y porque sus padres siempre tenían algo más que hacer, además de mirarlos a ellos. Siempre había algo más en la casa, algo más en el trabajo, algo más que hacía que Manuel terminara leyéndole cuentos antes de dormir.

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⏰ Last updated: Sep 01, 2020 ⏰

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A la medida (HP AU)Where stories live. Discover now