Parte VIII

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                    ESCUCHAN los pasos lentos de la bestia en el techo, como si sus pies fueran de hierro duro al chocar con el metal o quizá un monstruo calzado con zapatos de acero. Ambos hombres se inundan en el silencio esperando que el ente ataque, pero sigue jugando con ellos, mueve el carro, sigue caminando y acaricia las ventanas con sus garras para atormentarlos.

Oyen la risa macabra y burlona, la calma que por fin Teo había creado se esfuma como el fuego apagado por una ventisca, los nervios matan sus ansias, ninguno de ellos sabe en qué momento "eso" entrará y tampoco saben por dónde.

Teo hace uso de su memoria, ya han pasado varias horas de la horrible travesía, y sin embargo, el automóvil maldito no ha llegado a ningún lado, el mismo camino sin fin, no hay luces en las vías, no se divisa un cableado, alguna cerca a lo lejos, ningún dinamo tipo ojo de gato en el asfalto, no han pasado por ningún pueblito, caserío o alguna estación de gasolina. Se encuentran atrapados en un camino infinito de tortura.

La luna es el único indicio de iluminación, le permite observar el borroso horizonte, de repente unos picos se asoman al final del panorama, unas montañas salen a saludarlos. Teo traga saliva, no sabe a dónde se dirigen ¿El objetivo del auto es chocarlos contra una montaña? ¿O llevarlos a una cima y arrojarlos desde lo más alto?

Poco a poco el auto maléfico se acerca a la montaña y gracias a la tenue luz del menguante astro del cielo, Teo puede distinguir un túnel al fondo, un túnel con luces.

¡Al fin habrá una esperanza de luz! Podrá despojarse del miedo nocturno que lo arropa y del mismo modo podrá ver a la bestia y enfrentarla cara a cara, aunque del miedo se muera, pero moriría como un hombre enfrentando sus peores temores.

Entran con velocidad de cometa al túnel, las pequeñas luces del techo no iluminan mucho, pero si lo suficiente como para que Teo y Jesús volteen al instante para mirarse perplejos. Teo se compadece de Jesús, su cara ahora está aún más deforme que cuando él lo golpeó, rojo e hinchado como si una plancha hirviendo se hubiese posado en su rostro, también algunos vestigios de quemaduras en sus brazos, ropa y cuello. El pobre casi muere quemado, ahora entiende los increíbles gritos de dolor que expulsaba el hombre de su garganta, ¿Qué le habrá hecho la bestia?

Jesús se encuentra devastado, ahora que puede ver se da cuenta de la horrible verdad que lo asecha, la oscuridad nublaba su vista, pero ahora nota su hinchazón y quemaduras, su borrosa visión es causa de la inflamación de su rostro, no le queda más remedio que llorar en silencio. El calor no ayuda al menesteroso y apaleado sujeto, sobre todo cuando detalla el rostro de Teodoro, sin ninguna quemadura o agresión, con un esfuerzo logra verse a través del espejo del retrovisor... el llanto aumenta ¿Por qué ese monstruo lo atacaba solo a él?

Teo olvida rápidamente a Jesús, se preocupa de su seguridad y detalla algunos cambios que ha sufrido el automóvil, efectivamente las manillas y el seguro de las puertas han desaparecido, ahora puede ver su ausencia, no fue una ilusión macabra que le causaba la oscuridad, también ha desaparecido la guantera, los botones del tablero, el mecanismo para abrir los vidrios, el pequeño compartimiento entre los asientos e incluso la palanca de cambios y el freno de mano. El reproductor de música sigue ahí, mientras Teo lo observa con detalle el mismo comienza a desaparecer, la pared del tablero lo adsorbe asimilándolo como una molécula comiéndose a otra, el aparato cambia su textura igual que la pared y se hunde dentro hasta dejar la superficie lisa.

-¿Por qué no puedo abrir la puerta...?- Pregunta Jesús, aunque muy en el fondo sabe la respuesta.

-Estamos condenados campeón...- le responde Teo con fuerza, sin recordar que el automóvil tenía un seguro especial en la parte de atrás, quizá las manillas allí no habían desaparecido.

El monstruoso ser, seguía en el techo, Teo asoma la cara pegándola al vidrio de la puerta, quiere poder conseguir vislumbrar el ente, pero no lo logra, el hombre se rinde y su mirada se desvía al horizonte del infinito túnel. Las paredes son grotescas y negras, se ven húmedas y viscosas, sudadas por el calor, su color va de entre el gris más oscuro al marrón más putrefacto, y se dividen en pequeñas secciones como si una enorme reja de concreto estuviese pegada en todo su espacio, de arriba abajo, una horrenda estructura como si hubiese salido de la imaginación de H.R. Giger. Teo también nota algunos pequeños túneles por donde pasan en ocasiones, túneles del tamaño de una persona, algunos con luces fulminantes al fondo cual fuego, eso lo aterró.

Las espeluznantes y distantes llamas fueron solo el preludio del capítulo, a lo lejos aparece una luz, mientras se acercan distinguen columnas gigantes de fuego a los costados del túnel, una tras otras, abrazadoras como el mismo infierno, lenguas de fulgor que chocaban con el techo produciendo un sonido como el alarido de un dragón demoniaco. El desbocado calor de las brasas intensifica el insoportable olor a azufre. La luz cegadora es casi insoportable, todo es iluminado y el calor evapora hasta el sudor.

Teo y Jesús abren los ojos atónitos al descubrir la gigantesca sombra de la bestia que reposaba en su techo, la resolución de sus quejidos divierte a la bestia, los ojos de los hombres revelan la verdad, una silueta plasmada en el asfalto, tan enorme como un hombre corpulento, de extrañas patas hacia detrás, cola y unos enormes cuernos en su cabeza. La silueta se mueve con sutileza y elegancia, para su satisfacción la sombra levanta una mano y el dedo índice moviéndolo en una señal negativa, el monstruo sabe perfectamente que pueden verlo, todo es parte de su obra, ellos son unos simples protagonistas con los que el autor de los hechos jugará hasta que decida eliminarlos de la trama.

Teodoro entiende lo que pasa, relaciona los hechos, el fuego, el calor, el hedor, la sombra macabra la reconoce, ahora sabe a dónde lo lleva la bestia, un lugar al que nadie en la existencia de la humanidad querría ir, el lugar donde nacen las pesadillas y se crían los miedos, donde crece la maldad y se cosecha lo pagano, el sitio donde se pagan las facturas corruptas de la vida, la morada de los pecadores, donde la lujuria, la glotonería, la envidia, el orgullo, la avaricia, la pereza y la ira te obsequian un boleto y estadía gratuita.

El desdichado longevo desploma sus esperanzas al suelo como una roca pesada cayendo en lo más profundo de las fosas de las Marianas. Teo desamarra el rosario del retrovisor y lo coloca en su pecho, reza el Padre Nuestro tan rápido como una anciana en una iglesia. Jesús ignora en donde está o hacia dónde va, no entiende nada, no se toma la molestia de pensar, no sabe quién es el que está allá arriba. Teo por otro lado ya lo conoce, es un católico devoto, aunque un poco escéptico sabe hoy que todo lo que leyó y creyó es verdad.

El señor de la oscuridad, el jefe de lo macabro, el menester del odio, el amante de la muerte, el inquilino lujurioso, el dueño de lo desagradable y lúgubre, el escultor de pesadillas, el juez de lo pagano, el creador de desdichas, el cocinero de la gula, el coplero y rimador del terror de los llanos, el orfebre de la codicia, el doctor del cáncer, el que cava el abismo, el que escupe inundaciones, el que estornuda huracanes y tifones, el que defeca la hambruna, el que dibuja y pinta la sangre, sus pisadas crean temblores y sus susurros destrozan almas y corazones. Son algunos de los alias que retumban en la mente de Teo, toda esperanza está perdida, hoy es su día, la hora ha llegado, acepta la realidad y se olvida de su descanso eterno.

El PasajeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora