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El fuego ilumina el enorme banquete que acontece en el corazón de la tribu, la gente baila, come y vacía sus cuernos de hidromiel con ganas, pues hoy la noche será larga y nada importa más que pasar un buen rato. Se celebra un acontecimiento sumamente especial: el de la vida.
Sentados a la cabeza de esa mesa de madera y piedra bajo las estrellas, los líderes de los salvajes se toman todo con algo más de calma.
—Incluso después de un año aquí, me sigue sorprendiendo la cantidad de alcohol que pueden tragar.
Katsuki le dedica una mirada de reojo a su marido, incluso sorprendido de que haya sido él quien decida romper el silencio. Ha pasado tiempo desde que la molestia de ambos a raíz del matrimonio forzado se evaporó, pero Shoto no ha dejado de ser callado; simplemente es así, lo aprendió con el paso de los días.
—Hah —Una sonrisa socarrona adorna el rostro del rubio mientras alza su jarra llena, brindando al aire—. Nos gusta celebrar. Es tarde para que finjas que prefieres a los estirados de tu reino.
Todoroki entrecierra los ojos.
—Este es mi reino.
Cuatro simples palabras que bastan para ampliar la sonrisa de Katsuki.
El sonido de los aleteos interrumpe la breve charla. Un grupo de dragoncillos deciden unirse a la celebración —y sobretodo apropiarse de algunas patas de jabalí—, el más avispado posándose en el hombro de Bakugo, que rasca su mentón distraídamente.
El bicolor, desde su asiento a un lado, solo observa la escena, que le arranca una discreta y pequeña sonrisa. Recuerda la hostilidad de su pareja al inicio, lo horroroso que parecía todo; el cambio que han tomado las cosas es sin duda... agradable.
—¡Por el futuro heredero! —vocifera alguien.
–¡Por el futuro heredero! —corean un centenar de voces.
Las brasas crepitan cuando el fuego se aviva, como si quisiera unirse al jolgorio de risas y gritos entre vasos chocando.
—¿No estás contento? —inquiere el rubio con cierta sorna.
Shoto guarda silencio un par de segundos. ¿De verdad se lo pregunta?
—Lo estoy.
Pero no va a gritarlo. Está bien aquí, callado, tranquilo.
La secuencia de alaridos felices pone en alerta a los dragones bebés que revolotean sobre la mesa de banquete, siendo el que se posó sobre el hombro de Bakugo el único que se mantuvo tranquilo y silencioso; tal vez porque esos mimos en la barbilla cubierta de escamas son demasiado agradables.
A Todoroki le gusta verlos moverse en un lado a otro en total libertad, porque los dragones son como las personas de esta tribu: aparentemente peligrosos, pero la verdad es que solo se trata de una gran familia. Justamente lo opuesto a lo que una vez le enseñaron en su antiguo reino.
—Puede que seas el rey, Katsuki —susurra al inclinarse un momento hacia él, dejando que su aliento le roce los labios—. Pero sigues siendo un Alfa. Según tus costumbres... estoy por encima.
Le está molestando. Él lo sabe, Bakugo lo sabe, y el gruñido que le dedica ni siquiera guarda una molestia real.
Después de todo tiene razón: en las tierras salvajes, las costumbres son muy distintas. Libre de esa jerarquía opresiva que tuvo un yugo sobre su nuca desde que nació Omega, Shoto ha aprendido a aceptarse aquí, donde aquellos que dan vida están por encima de todo.
Aunque, por el rubor que enrojece la nariz de Katsuki y esa manera de mirarle —como la de un depredador—, puede adivinar que esta noche no estará encima.Es precisamente por esa mirada que ahora se encuentra aquí, acariciando de manera tranquila su vientre y celebrando por lo que crece dentro.
