—¡Déjalas en paz! —gritó cuando pudo incorporarse. El adorno estaba junto a la pata de la cama y fue fácil llegar hasta él.

Se aseguró de que George volteara al momento de golpearlo de nuevo, esta vez en medio del rostro. La sangre oscura fluyó desde su nariz gruesa, pero nada podía detenerlo. Otro golpe y Louis estaba cansado, esperando lo peor al no poder hacer que se debilitara al menos un poco. Hizo un paso hacia atrás y propinó un golpe más, la punta de mármol del objeto entrando directamente en uno de los globos oculares del hombre. Eso pareció dejarlo en desventaja, y Louis aprovechó para hacer que saliera de la habitación de las niñas.

Con ayuda de Charlotte, quien salió de la habitación de Judith con la cara empapada en lágrimas, lo empujó por las escaleras. George salió despavorido por la puerta abierta, y el sonido de las gomas de su coche chirriando se oyó segundos después.

~

Judith lloraba sobre el hombro de su hija mayor, quien acariciaba la espalda de su madre en un intento de tranquilizarla. La situación se percibía novelesca, en un mal sentido de la palabra. Ninguno de los Tomlinson tenía demasiada idea de lo que acababa de pasar hace unas horas.

Mike, el dueño de la cafetería del pueblo, terminó de arreglar la puerta de entrada, colocando una traba adicional encima del picaporte.

—Listo —suspiró, frotando sus manos juntas y recibiendo una taza de té que Louis le tendió en agradecimiento.

Los ojos compasivos de Mike se dirigieron hacia Judith.

—Era tan bueno al principio —lloriqueó la mujer—. Quería conocer a los niños y decía que no tenía ningún problema en cuidarlos por la tarde mientras yo trabajaba... fui tan ilusa.

—Mamá, no es tu culpa —murmuró Diana, acercándose por detrás de Charlotte para apretar su mano.

—¡Casi los mata! Debí saber- era extraño, insistía en quedarse aquí. Podría haber sucedido cualquier otro día, ¡Cualquiera, solo, con mis bebés!

Louis se dirigió a la cocina para guardar la bolsa de hielo que anteriormente estaba utilizando en su golpe de la cabeza. Creía estar convencido de las intenciones reales de George, y se culpaba enormemente por ello.

—Mami —llamó Charlotte. Le levantó la cabeza a Judith para poder verla mejor—. Lo peor ya ha pasado y la policía está al tanto de todo. Como se le ocurra volver...

—No volverá —aseguró Louis. De alguna forma, lo sabía. Los vampiros ya se habían marchado, de todas maneras, y ni sus hermanas ni él eran de gran interés para el asqueroso hombre ni quién sea que fuera con él.

Lo sabía.

La realización le cayó en la cabeza como un balde de agua helada, sin estar acostumbrado tanto a ella como a la piel de Harry, porque ese frío sí que le gustaba. Ya todo se había terminado, y su vieja vida continuaba. ¿Qué más daba que su joven corazón estuviese roto? No podía hablar de ello con nadie. No quería perder a Harry, pero siempre supo que iba a perderlo. Lo pensó cada noche cuando el latido de su propio corazón era una canción de cuna en una habitación silenciosa, reproducido por la enorme sonrisa que obtenía a cambio de él.

Ahora la casa del noreste del bosque volvió a estar abandonada. Louis iba a ir cada día; se conocía lo suficiente como para saber que lo haría. Se sentaría en el banco inestable del piano cubierto con una sábana que seguramente no funcionaba, miraría las teclas gastadas y recordaría la canción.

Miró a Mike, quien torpemente buscaba excusas para acariciar la mano de Judith y le susurraba palabras de aliento. Sonrió. Todo volvería a la normalidad.

~

Cólera.

En sus venas, alimentando cada parte de su importante presencia, manchando de sangre sus pupilas negras y haciendo que su racionalidad sucumbiese ante su más primario instinto.

Harry estaba enfurecido.

No había mentido aquella vez, cuando le dijo a Louis que él lo sabía todo. Tenía ojos en todas partes. No podría llevar el liderazgo si eso fuese de otra forma.

Por eso, decidió tomar entre sus manos pálidas el volante del coche. Con él iban Derek, Liam y Zayn. Los últimos dos por fin habían logrado aceptar que su relación de amor-odio contenía más amor que odio, e iban muy juntos en la parte de atrás. Derek, quién antes iba manejando, se cambió al asiento del copiloto y mantuvo su semblante estoico. Era el más parecido a Harry, serio y determinado. Quizás se debiera a que pasaron demasiado tiempo juntos antes de encontrar a los demás, y sus personalidades eran similares.

El coche destartalado que buscaba entró en su línea de visión en la ruta. Su enfado se agravó con el simple hecho de notar a la silueta conduciendo tan tranquila. Pisó el acelerador con demasiada fuerza, alcanzando a igualarlo con facilidad. No estaban lejos de Woodville todavía, el sol era molesto en sus ojos, pero no importaba. Nada importaba, cuando tenía en cuenta lo que aquel ser malnacido había hecho.

—Espero que tengan hambre, muchachos —Sonrió, cínico, antes de dar un volantazo y cruzar su camioneta por delante del auto, obligándolo a detenerse.

Derek miró por el espejo retrovisor hacia Liam y Zayn, sonriendo de lado al notarlos un poco aturdidos.

Del coche descendió George Mccafee, como se hacía llamar ante la familia Tomlinson. Una mosca muerta, a su parecer. Harry vio su cara un par de veces, no tan interesado como para que le importase. Un vampiro de baja categoría, relativamente joven en el nuevo mundo. Hubiese sido más fácil si lo hubiese visto antes, pero, de todas formas, no estaba dispuesto a dejar cabos sueltos. Su Louis merecía que no lo hiciera.

—Buenos días, Keith —dijo Harry con la frente en alto, cuando sus dos pies estuvieron pisando el asfalto. El sol le golpeaba y le hacía humear apenas la piel. No podía tardar demasiado.

Harry hizo una seña para que Derek bajase con él; Liam y Zayn también la acataron.

—Harry Styles —escupió el hombre, como quien odia tanto a alguien que siente que no puede siquiera pronunciar su nombre, y si lo hace, debe de hacer notar que lo detesta.

Eso sólo alimentó el siniestro regocijo en los ojos aceitunados, oscurecidos.

Derek y Liam ya se habían puesto en la posición que siempre ejercían: uno a cada lado del jefe. Zayn se miró las cutículas, apoyado con gracia en la puerta negra de la camioneta. Zayn era así, y a Harry le agradaba un poco de desestructuración.

Harry miró al pobre hombre una vez más, escaneándolo desde sus botas gastadas hasta su traje de segunda mano. Vio, al llegar a sus ojos, una mirada burlesca que intentaba esconder el temor de su final. No había manera de escapar. Harry soltó una risa áspera, cruzándose de brazos.

—Déjenme su garganta —ordenó a sus muchachos, quienes se abalanzaron contra George con rapidez. Iban a despedazarlo—. Me encargaré personalmente de su final.

Y fue tan trivial como reclamar la cereza del postre. 




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