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Existe un edificio público que por su antigüedad es común a la mayoría de las ciudades: el hospicio. En uno de estos hospicios nació, en una fecha que no he de molestarme en repetir, el ser mortal cuyo nombre da título a esta historia.
 –¡Todo ha terminado, señorita Thingummy! – exclamó el cirujano.

 –¡Ah, pobre criatura! ¡Así es! –dijo la enfermera al tiempo que se inclinaba para tomar al niño.

 –La trajeron anoche–replicó una anciana mujer que ayudaba a la enfermera–. La encontraron tumbada en la calle. De dónde venía o a donde iba, nadie lo sabe.

 El cirujano se inclinó sobre el cuerpo.
 –La historia de siempre –dijo sacudiendo la cabeza–. No hay anillo de boda, por lo que veo.

 El bebé, a quien se le dio el nombre de Oliver Twist, lloró con fuerza. Si hubiera sabido que era un huérfano a merced de la misericordias compasiva de sacristanes y vigilantes, acaso hubiera llorado aún más fuerte.

Oliver Twist- Charles DickensWhere stories live. Discover now