VIII

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Durante muchos días, Oliver permaneció en la habitación del judío, sacando las marcas de los pañuelos (de los que llegaban a casa en gran cantidad), y a veces participando en el juego antes descrito. Finalmente, una mañana, fue encomendado a la custodia conjunta de Charles Bates y su amigo el Truhán. Los tres muchachos se acercaron a la plaza de Clerkenwell, cuando el Truhán se detuvo de repente.

 –¿Qué pasa? –preguntó Oliver.

 –¡Chitón! –replicó el Truhán–. ¿Ves a aquel viejo que está en el puesto de libros?

 –¿El anciano caballero que está al otro lado del camino? –dijo Oliver–. Sí, lo veo.

 –Ése nos sirve –dijo el Truhán.

Los dos muchachos cruzaron la calle y se deslizaron por detrás del anciano caballero, que había tomado un libro del puesto y allí estaba, leyendo distraídamente. Con horror y alarma, Oliver vio que el Truhán metía la mano en el bolsillo del caballero y sacaba de allí un pañuelo. Entonces, el Truhán y Charley Bates echaron a correr, doblando la esquina a toda velocidad. Oliver permaneció quieto por un instante; luego, confuso y asustado, salió corriendo tan rápido como pudo. En aquel preciso instante, el anciano caballero se dio la vuelta de repente, y viendo al muchacho llegó a la natural conclusión de que él era el delincuente, y gritando 《¡Detengan al ladrón!》con toda su fuerza, salió tras él, libro en mano. Una multitud persiguió al muchacho y finalmente lo detuvo. La muchedumbre se reunió a su alrededor. 《¡Apártense! ¡Aquí viene el caballero! ¿Es éste el chiquillo, señor?》. 

–Sí –respondió el caballero–. Me temo que es el chico. ¡Pobre muchacho!

–No fui yo, de verdad, señor. De verdad, de verdad, fueron otros dos muchachos –dijo Oliver buscando a sus amigos. 

–¡No le hagan daño! -pidió el anciano caballero, compasivamente, y Oliver fue arrastrado por las calles por el cuello de la campera. El caballero caminó junto a ellos, acompañado por un policia hasta la oficina del magistrado, el señor Fang, un hombre de semblante colorado que tenia la costumbre de beber bastante más de lo que era precisamente bueno para su salud.

《Hay algo en el rostro de este muchacho que me conmueve》, dijo para si el anciano caballero, 《¡Dios bendito! ¿Dónde he visto esta cara antes?》. 
–¡Oficial! –exclamó el señor Fang mirando al caballero– ¿De que se acusa a este tipo?

–No se le acusa de nada, su señoria -replicó el oficial–. Comparece contra el muchacho, su señoría.

 –Mi nombre es Brownlow, señor –dijo él.

Entonces el policia narró la historia. ¡Acércate, joven vagabundo!-dijo Fang- ¿Cómo te llamas? 

 Oliver trató de responder, pero la lengua le fallo. Estaba mortalmente pálido. El policía, que era un hombre amable y que veía que Oliver se mostraba débil y aterrado, dijo que, en su opinión, el muchacho estaba realmente enfermo. Como confirmando sus palabras, Oliver cayó al suelo de un desmayo.

–Sé que está fingiendo –dijo Fang, como si aquella fuera la prueba incontestable del hecho– ¡Tres meses de trabajos forzado! ¡Despejen la sala!

En este instante, un anciano de aspecto decente pero pobre, entró corriendo en la sala y se acercó estrado.

 –¡Por el amor de Dios, deténganse un momento! exclamó el recién llegado–. Lo he visto todo. Soy el dueño del puesto de libros. Señor Fang, debe escucharme. El robo lo cometió otro muchacho. Yo lo vi todo.

Tras escuchar la historia, el señor Fang ordenó que le fueran retirados los cargos al muchacho y que despejaran la sala. El señor Brownlow pidió un carruaje, mandó colocar a Oliver cuidadosamente en uno de los asientos y se dirigió a su casa.

Oliver Twist- Charles DickensWhere stories live. Discover now