La Balaustrada

331 1 0
                                    

¿Fueron liebres o conejos las piezas ya casi alcanzadas y cobradas que vieron venir a los perros y discutieron  suicidas que si galgos, que si podencos, en lugar de huir aterrorizadas? Pero para X e Y no es una fábula la situación en la que se encuentran. Atados sobre la aridez de pies y manos, sin agua, expuestos al sol del mediodía y a la merced de media docena de buitres leonados revoloteando, ahora más lejos, ahora cerca, no les queda otra que encomendarse a los dioses y despedirse de la vida. Ellos ya se han despedido a estas alturas el uno del otro, que han sido muchas correrías juntos, que muchos negocios, que muchos trabajos, antes de intentar pegársela a Don Mario, codo con codo, porque el sol por esta latitud es un poderoso emperador que no perdona la vida, encaramado a su cenit. No tienen salida, las cuerdas son resistentes y lo que no hayan urdido ya para salvarse no lo harán ahora que la insolación les ha quitado las fuerzas. Don Mario no comete errores, ya lo sabe todo el mundo. Si tiene que liquidar a alguien porque es un obstáculo, lo hace rápido, porque en el fondo el fiambre no tiene la culpa de nada. Pero si alguien ha osado ponerle cuernos, le hace sufrir con vehemencia. Los primeros buitres arrastran ya sus alas por el suelo en dirección a los en breve cadáveres, porque los carroñeros empiezan a comerte cuando todavía estás vivo, y eso Don Mario lo sabe. 

De pronto, X  e Y ven una especie de enrejado en la lejanía. Un camión sin lona. Imposible, porque no se acerca de frente, sino de lado, como si el remolque circulara perpendicular a la cabina. O tal vez sea una manada de elefantes a los que únicamente se les ven las patas, mientras el cuerpo es encubierto por la calina. Aquel objeto baja por las dunas aproximándose a los moribundos que con sus últimas fuerzas espantan a los perseverantes buitres. X dice que cree que es el teclado de un piano gigante. Pero Y empieza a estar convencido de que es una balaustrada. X replica que con total seguridad es el código de barras que se encargará de informar del instante, situación y motivo de sus muertes, como una referencia más en el supermercado de los negocios, un exclusivo artículo del catálogo de ofertas de verano, sin duda, porque su plan estaba totalmente perfilado, casi perfecto, pero en el fondo sólo un producto más en la gran superficie de los difuntos. Y dale con lo de la balaustrada, y X que no, que serán las hebras del cepillo con que los maderos están peinando la zona en busca de nuestros restos carcomidos por estos pajarracos cabrones. No, joder, que te he dicho que es una balaustrada, o es que acaso no ves las curvas a cada balaustre, combadas y relucientes como las panzas de los jueces y de los obispos. Si fuera todo eso que tú dices no serían balaustres, y son balaustres. La supuesta balaustrada se acercaba por el llano desértico, perpendicular a ellos, ocupando mucha extensión, cada segundo más cuanto más se iba avecinando. 

Debe de ser un extraño fenómeno atmosférico de la zona, joder, que Don Mario ha escogido el peor sitio para matarnos, qué hijo de puta, además de moribundos, acojonados, porque cada vez me parece más que es una nave alienígena que viene a abducirnos. Si fuera así, tendríamos suerte, pero resulta que es una balaustrada y no va a abducirnos ningún alienígena, porque ya se habrá encargado Don Mario de eliminar a todos los alienígenas que quisieran joderle la fiesta de sabernos puteados por los buitres. Mierda, quién coño nos mandó vengarnos jugando con fuego, hostia. La balaustrada seguía su camino imparable, recortando la distancia, turbia por la calina que encubre el cuerpo de los elefantes, firme y constante. Los buitres empezaban a picar a Y en la cintura, y él trataba de espantarlos moviéndose compulsivamente, pero ya no le salían los gritos y sus sacudidas eran como un siseo de su cuerpo. X, con más fuerzas tal vez, gritaba procurando espantar a los buitres, pero dejó de intentarlo cuando adivinó en los ojos de Y que aquello era el final. La balaustrada se detuvo muy cerca de ellos y se levantó sobre sí misma para mirar al cielo en el mismo sentido de las agujas del reloj. No era un código de barras, ni un peine rastreador, ni un fenómeno atmosférico, ni una nave alienígena. Ni siquiera era una balaustrada. Lo que para X fueron cientos de objetos y para Y fueron balaustres, se convirtió en los peldaños de la escalera que les llevaría, una vez muertos y comidos por los buitres, al merecido Parnaso, otorgado por haber descubierto el pastel de corrupción de menores que organizaba y se comía Don Mario y otros peces gordos en varios burdeles de lujo de su propiedad. X e Y no pudieron salvarse ni entregando esa información a la policía. Don Mario les encontró antes que los maderos a él.

A pesar de todo, el capo fue detenido en la puerta del Cabaret Haustein nada más bajar del Mercedes negro junto a sus sicarios al regresar del desierto, y lo que le había parecido un sufrimiento acorde con la cantidad sustraída por aquellos dos desgraciados que no habían sabido robarle sin ser descubiertos, el ser comidos por buitres no le pareció más que un juego de niños comparado con todo el dolor que les infligiría ahora si pudiera resucitarlos y volverles a matar. 

La BalaustradaWhere stories live. Discover now