1. Infiltración.

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―Dardazo y suplantación―había dicho, casi solemnemente, como si estuviera haciendo un juramento frente a la bandera nacional con el Rey de España al lado.

Pero aún así, lo peor de todo había sido el broncazo de don Alfredo Fuentes. Esa casi no la contamos. Javi, Laura, Sergio, Irene y yo habíamos ido en representación de la ADICT tras dimitir Marco como jefe de operaciones y pasar a un discreto segundo plano. Así me gusta. Huyendo de los marrones. Javi y Sergio le dijeron: no, tú no dimites y si dimites es para largarte. Pero ni caso. Así que con todo aquello a la pobre Irene no le quedó más remedio que quedarse de jefa de operaciones. Total, que nos presentamos ese día en la comisaría después de que el tipo al que había cogido Galindo se escapara por culpa de Lucas, como siempre... y el comisario empezó a echar broncas. Y Javi se enfadó y empezó a gritar.

―¡Lo que no es de recibo es que se os escape ese desgraciado! ―gritaba don Alfredo―. ¡La próxima vez lo atáis, le ponéis unas esposas, algo! ¡Lo que tengo que ver...!

―¿Ver? ¡A mí no me eche la culpa si fue Galindo el anormal de campo que se distrajo dos segundos mirando a una tía buenísima, que le cantaba una nana al crepúsculo, que pasaba por allí! ¡Que siempre está pensando en lo mismo, el muy ceporro!― gritaba Javi.

Y Sergio siguió los gritos diciendo que aquello era injusto porque seguro que aquellos tipos eran profesionales. E Irene acabó con la cara roja, yéndose de la sala, indignada con el comisario.

―¿Pero qué le habremos hecho?―decía, enfadadísima con don Alfredo.

―¡Venirme con el cuento de que son esos dos no cuela! ¡Porque esos dos eran tripulantes del barco! ¡¡No – pueden – robarlo, coño!! ¡Llevan cinco años navegando ahí! ¡Cretinos! ¡Ceporros!

Y Laura, conteniendo la respiración ante la escenita del comisario, al final estalló. Anda que estaban suaves los jefes...

―¡Javi no tiene la culpa, Sergio no tiene la culpa y yo no tengo la culpa!

Menudo número. Los policías se quedaban mirándonos a través de la cristalera del despacho de don Alfredo como si fuéramos monos peleándonos por el último cacahuete. Si llegan a venir del circo nos cogen y nos hacen un contrato vitalicio.

―¡¡Quiero la puta flota del puerto vigilada las veinticuatro horas!!― había ordenado Javi, de muy malas pulgas, al salir de la comisaría, arrancándose la corbata de un tirón que casi lo estrangula―. Sergio y Laura coordinarán los turnos de vigilancia. ¡Y al que cometa un solo error le mando a galeras!

Y ahí estábamos, durante la primera semana de un mes de junio que batía todos los récords de temperatura, vigilando a unos tipos que entraban en los barcos y se llevaban todo lo que pillaban y sacando tiempo de debajo de las piedras para estudiar para los exámenes finales de la universidad. Qué despropósito. Y es que habíamos hecho algunas averiguaciones tras el fiasco del tiburón de Lucas: habían aparecido destrozados, por ejemplo, varios paneles de mando de los que solamente quedaban dos cables mal puestos. Los sistemas electrónicos de a bordo habían sido saqueados. Vete a saber quién haría una cosa así.

ADICT II: TornadoWhere stories live. Discover now