Capítulo III

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Tras un delicioso almuerzo en casa del señor Kowalski, Stefania y yo descansámos en el amplio salón. Sentada frente a un magnífico piano, mis dedos bailaban sobre las teclas, haciéndolas emitir sonidos idílicos, dignos de las musas griegas, las diosas de la música y la arte. Stefania, descansada sobre el mullido sofá, con su hermoso cabello cayendo elegantemente del apoyabrazos. Sus ojos azules como el cielo del mes de agosto, viajaban en una ensoñación que la hacían sonreír. Las últimas notas se perdieron en el aire y ella, sentándose a mi lado, aplaudía animada. 

- Eres una diosa del piano, pequeña. Apolo debería tenerte envidia - dice-.

- ¡Por favor! Déjate de hipérboles - respondo riendo-.

- Nada de hipérboles, no señorita. Pero aún siendo tu una diosa musical, debo resaltar que mi voz conquistaría al ser humano mas impasible- dijo adoptando un aire de majestuosidad-. 

- Y sobre todo, no eres narcisista- digo sarcásticamente-.

- Con tu música y tu voz, ambas podríamos estar de gira por los mejores palacios de ópera del mundo. En París, Viena, Venecia, Nueva York... ¿te imaginas cruzar el Atlántico? Sería maravilloso.

- Ya, pero eso es imposible. Aún así, sería maravilloso- un deje de melancolía se deja entrever en mi  voz-. Amo la música más que a nada en este mundo. Ser un pájaro libre de su jaula, que puede volar feliz y amar las perfecciones de la vida pura.

- Estas hecha una filósofa, amiga mía. Tan filósofa como las viejas que pueden vivir más que entre sus agujas de calceta - se le escapa una risita¿No tienes pensado amar a un hombre? Casarte y tener hijos con un duque francés, con su acento que hace suspirar hasta las más impasibles damas  - hace un gesto de desmayo, dejando caer su delgado cuerpo sobre mí-.

- Esa actuación ha sido de opereta- digo arqueando una ceja-. Solo...- solo te prefiero a tí, quise decir. Pero las palabras se me atragantaron en la garganta- quiero hacer música.

De inmediato se levanta y me acerca su violín, que descansa sobre la mesa de ébano. 

- Ten. 

-¿Para qué?

- Para...¿tocar?. ¿Cómo quieres que interprete mi aria favorita sin un violín?

- Vale. Está bien.

El violín expresa dócilmente las notas musicales que interpretan mis finos dedos sobre las cuerdas.

-Casta Diva, che inargenti

queste sacre antiche piante,

a noi volgi il bel sembiante

senza nube e senza vel...


Su voz de soprano inundaba la estancia con un aura que sólo puede hacer la música. En medio de este concierto particular, la señora Kowalski estaba apoyada en el umbral, observándonos silenciosamente. Cuando advertimos su presencia, cesamos de inmediato. 

- Es una gozada oíros, pero debo pediros que llevéis unos alimentos al hospicio.

El hospicio estaba situado en los barrios judíos, próximo al río Vístula. La familia Kowalski colaboraba con uno de los muchos hospicios y hospitales de la ciudad. Todas las semanas llevaban ropa y alimentos, además de donativos para que los más pobres tuviesen cubiertas en la medida de lo posible las necesidad más básicas. 

En los barrios judíos, pese a la buena aceptación entre ambas culturas, era palpable que existían unas diferencias claras. Algunos, debido al carácter reservado de sus gente quizás o bien ese recelo ante aquellos diferentes a nosotros. Aunque nunca hubo conflicto, pasearse por un barrio judío si resultaba, en cierto modo violento; aunque para mí  fuese habitual visitar estas calles.

Tras cumplir nuestro recado, caminamos por entre el gentío rumbo a nuestras respectivas casa. De repente, alguien se choca conmigo, haciéndome perder el equilibrio y me caigo al suelo. Un hombre, todavía en la veintena, vestido con elegante traje negro, se topa delante de mí, malhumorado. 

- Mira por donde vas, niña- dice-.

- Me ha tirado- digo levantándome, en un intento de no perder la dignidad-. Mira por donde vas tu, maleducado. 

- ¡Largo de mi vista! Antes de que te lleve a tu casa por los pelos.

Stefania, se acerca y ayuda a levantarme, dedicándole a aquel hombre una mirada fulminante. Ambas nos marchamos a prisa, siguiendo nuestro camino.

- ¿Estás bien, Wanda?- pregunta preocupada-.

- Sí, estoy bien. Pero ese hombre era un completo irrespetuoso.

Cuando ya estamos cerca de mi casa, Stefania se despide y se marcha con rapidez. Está anocheciendo y las calles nunca son del todo seguras por la noche. Cuando voy a entrar en casa, oigo una voz masculina que se acerca.

- ¡Niña!

Es el hombre de antes, que camina hacia mí con un pañuelo blanco en la mano. 

 

Veintisiete más unoWhere stories live. Discover now