2: De una noche en el bar

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—Como no dejen de besarse en el próximo minuto, juro que me pego un tiro

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—Como no dejen de besarse en el próximo minuto, juro que me pego un tiro.

Nerea no puede hacer más que darle la razón. Pero la envidia es latente. Y no habla de Alfred, sino de ella misma. La relación que tiene Agoney con Miguel es tan bonita que por instantes le da pena que tengan que separarse unos días.

De momento, solo saben que no tienen billete de vuelta.

—Y entonces... —vuelve a comentar Alfred, mientras esperan a que la pareja se despida— ¿estamos seguros de que esa chica sigue allí? Porque su nombre y apellidos son españoles... o mexicanos, o lo que sean.

—Su último domicilio es en Las Vegas. No se ha movido en diez años. Y sí, su nacionalidad de origen es española, pero básicamente lleva toda la vida en Estados Unidos. Buscarían un lugar mejor para su familia.

—Sí, claro, Estados Unidos, la tierra de las oportunidades... —Levanta las manos para ejemplificar—. Con su gobierno de mierda, la sanidad y la educación privadas y una pistola por cada tres habitantes.

—No me seas exagerado. —Lo reprende. Echa una última mirada a la pareja, poniendo una mueca—. Es mi única pista para encontrarla.

—¿Y si no lo logras?

—No lo sé. —Se sincera. Se encuentra más histérica de lo que deja ver.

Nerea siempre ha creído saberlo todo. Era la niña lista, la niña que tuvo todas las oportunidades del mundo para ser feliz, la que heredó un imperio de empresas que ha llevado a lo más alto. Pero no sabe cómo decirle al que debería ser el amor de su vida que está casada. Y que la casó Elvis Presley, nada menos.

A cada instante se le vuelve todo más surrealista. Dadaísta, diría ella.

La catalana se acerca a los novios y los separa, llevándose a Miguel aparte. Agoney, sonrojado, vuelve con su amigo.

—Escúchame bien... Tú... —Nerea lo señala con un dedo, presionando en su pecho— no sabes nada de nosotros. Para Elisabeth, Agoney se ha ido sin avisar. No te ha dicho nada. Estaba muy raro, pero ya está. ¿Lo comprendes?

—Está claro, Nere, por mí no tienes de qué preocuparte. —Miguel pone los ojos en blanco—. Pero no entiendo por qué ocultarlo. Ella podría ir contigo y ayudar a dar con esa chica.

Eso sí lo sabe. Pero no quiere ni imaginar la reacción de su prometida ante esto. El concepto ya resulta raro de por sí. Que Lis se entere no está en sus planes cercanos. Y si todo sale bien por una vez en su vida, nadie debería tener que enterarse.

Agoney vuelve a acercarse para darle un último beso, más sentido, junto a otro abrazo. Apoya la mejilla en su hombro, tristón.

—Te llamaré en cuanto me instale —promete. Miguel asiente con una sonrisa dulce, lo besa y lo manda con Alfred—. Vuelvo lo antes posible.

Lo que pasa en Las Vegas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora