—La primera vez que lo vi, casi me ataca. Esta noche uso una llave que me juro que no tenia para entrar ilícita y descortésmente en mi departamento casi a media noche. Luego habla de  un hombre que no conozco. Y todavía se pregunta porque estoy disgustada. Señor Kaulitz, ¿alguna vez oyó hablar de la palabra privacidad?

—Oí, muchas palabras — replico, descartando su comentario, como si el estar en el departamento privado de ella no significara nada. En lugar de considerar los derechos de ella se sentó en el borde de la cama.

Samantha hizo un nuevo intento de salir de la cama.

—Esto es intolerable.

—Me alegra que estés enojada. Por lo menos es mejor que dormir toda tu vida.

—Lo que haga con mi vida no es asunto suyo— le respondió mientras se levantaba de la cama y tomaba la bata de su padre.

Tom se volvió hacia la bandeja que estaba detrás de él, levanto la servilleta que cubría la canasta con pan, y tomo un panecillo. Mordió un trozo del delicioso pan y luego con la boca llena le dijo:

—No te pongas esa bata. Es demasiado grande para ti. ¿No tienes algo más femenino?

Mirándolo con incredulidad. Se calzo la bata de manera desafiante las mangas de la gran bata. El hombre era intolerable.

—Le sugiero que si desea algo más… femenino… debería dirigirse a otra parte.

Su tono denotaba hostilidad, sin mencionar su pedido directo de que se fuera, no lo perturbaron mientras comía el resto del panecillo.

—Soy un tipo anticuado. Si fuera tú yo no haría eso.

Samantha tenía la mano sobre el picaporte y cuando él la previno por primera vez sintió miedo. De espaldas a él y con la mano temblorosa, no se volvió para mirarlo.

—Ah, Sam — le dijo con tono disgustado y exasperado—, no  tienes por qué preocuparte por mí. No voy a lastimarte.

— ¿Se supone que tengo que creerle? — susurro Samantha, tratando de permanecer tranquila y ocultar su temor sin poder hacerlo—. Mintió sobre la llave.

Tom pudo advertir el temor en su voz, y no deseaba que le temiera… era lo último que deseaba de ella. Se levanto lentamente de la cama, sin realizar movimientos bruscos, y se le acerco, pero Samantha siguió mirando la puerta. Le apoyo gentilmente las manos, sobre los hombros, y luego frunció el entrecejo cuando ella encogió el cuerpo como para evitar los golpes que vendrían. Con tanta suavidad como si fuera un animal herido, la condujo hasta la cama, retiro la manta y le indico que se acostara, sonriéndole para tranquilizarla.

—No— murmuro con voz temblorosa.

Era obvio que creía que él deseaba que estuviera en la cama para poder atacarla, más fácilmente… o peor. Nunca antes una mujer creyó, que Tom era un violador. Nunca antes una mujer le había temido y eso era algo que a Tom no le gustaba, pero lo más importante era que no merecía su temor.

— ¡Oh, demonios! — exclamo Tom mientras la empujaba a la cama, y ella caía sobre el revoltijo de sabanas. Estaba cansado de lo que considerara alguna clase de depravado sexual, que atacaba a sus inquilinas. Se alejo de la cama y se volvió mirándola fijo. —muy bien, Sam, aclaremos algunas cosas entre nosotros. La besé. Quizás de acuerdo a sus reglas debería ser colgado por eso, o por lo menos castrado, pero vivimos en una sociedad permisiva. ¿Qué puedo decir? Tenemos gente que les vende drogas a los niños, vejadores de niños, y yo. Beso a las muchachas bonitas que me miran como si desearan que las bese. Desafortunadamente, la ley no castiga a los enfermos como yo.

Sweet DelusionsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora