Capítulo I

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Varsovia, 1939

Los primeros luces del día entraban por mi ventana, jugando en mi rostro todavía adormilado. Me cubro la cabeza con la manta para sumirme en la oscuridad, pero desafortunadamente, no puedo volver a conciliar el sueño. Con esa pereza tan propia de los que se acaban de despertar, saco mi cuerpo de las blancas sábanas y me levanto, con el paso todavía torpe. Echo un poco de agua en la palangana y me lavo rápidamente la cara. El agua está fría, lo que es muy agradable en estos días de verano. Abro el armario y tras mirar detenidamente todos los vestidos colgados curiosamente en las perchas. Escojo un vestido azul celteste que me regaló padre la semana pasada. Ya vestida y peinada, bajo precipitadamente las escaleras tras captar el olor de los pasteles de crema.

Entro en el comedor y veo a madre y a padre sentados a la mesa. Le doy un beso a madre en la mejilla y otro a padre, que lee atentamente el periódico y que apenas ha advertido mi presencia. Me siento en mi sitio y devoro ávida un pastel de crema. Estan deliciosos. La señora Nowak tiene los mejores pasteles de la zona. 

  - Los alemanes han atacado Polonia- dice padre de repente, con un deje preocupación en su voz-

- Trae- ordena mi madre. Padre le tiende el periódico y ella lo lee atentamente y una palidez la va invadiendo-. Dios nos asista. Aureliusz, tenemos que irnos ahora.

- No.

Yo agacho la cabeza y me hago la distraída. El silencio se puede cortar con un cuchillo. Madre remueve nerviosamente el café de su pocillo.

- Aureliusz, no podemos quedarnos aquí. Si los alemanes llegan a la ciudad estamos perdidos- dice madre, preocupada y algo angustiada-. 

- No podemos irnos, yo no al menos. Si ha comenzado la guerra necesitarán médicos. Y no puedo irme-. Se hace nuevamente el silencio. - Wanda, cariño, sal un poco. Tu madre y yo tenemos que hablar- dice al mismo tiempo que una leve sonrisa de amor paternal florece en sus labios finos-. 

 Obedezco sin rechistar. Cuando padre se pone serio es mejor no contrariarle, aunque ha sido mas afectuoso que autoritario. Al menos puedo salir. Salgo a la calle. Hace sol, aunque alguna nube rebelde se apostiga en el cielo azul.  La calle se llena de gente que camina para sus trabajos, otros con sus bestias hacia el mercado y todos forman un gran panal de abejas, independientes y desconocidas. Y yo, me sumo a ese panal, para dirigirme a casa de Stefania.

Veintisiete más unoWhere stories live. Discover now