—¡Suficiente! —fue frenado, pero no precisamente por Freya que le miraba con los ojos a punto de soltar lagrimas —. Freya, déjanos solos —ordenó la tercera persona, que apenas sacaba a relucir su presencia dejándoles callados.

—Luisa, yo... —trató de articular la nombrada una excusa, pero ella negó instándola a salir.

—Espérame en el tocador —solo asintió, y la dejó sola con él. Sin notar que tras la puerta había alguien más que la procuraba y no quiso importunarle con su inadecuada presencia.

...

En ese momento el silencio se extendió por el lugar.

Alexandre la miraba con los ojos en llamas, portando las ganas suficientes para acabar con ella, mientras Luisa le enfrentaba con desinterés. Contrarrestando el fuego con la frialdad.

Siendo el complemento perfecto, dejando sus ímpetus en medio.

—Pensé que las mujeres como usted, no se metían en asuntos que no les competen —atacó en tono despectivo tratando de herirle.

Que si lo logró no fue demostrado.

—Usted sabe perfectamente que su hermana no se merecía ese rapapolvo —dijo en tono calmo —. Que si tiene sentimientos destructivos debería desquitarse con quien los ocasiona, y no con una inocente —quería reírse en su cara.

Es que era una maldita descarada.

Especulaba en vez de asegurar, cuando sabia mejor que nadie que lo tenía en ese estado.

—¿Y me lo dice la reina de la hipocresía? —no podía más que atacarle.

Era lo único que tenía para esa mujer.

—Se lo dice alguien, que sabe perfectamente lo que significa Freya en su vida —soltó mientras se acercaba sin poder evitarlo, quedándose pasmado —. Trate de comprenderle y apoyarla. No está pasando un buen momento.

—¿Y cree que me importa su opinión? —esa no valía nada para él.

Suspiró dejando su capa de imperturbabilidad. Demostrando lo cansada que estaba.

Lo dañada que la vida la dejó.

—Sé qué hace mucho tiempo perdí el derecho de siquiera dirigirme hacia su persona por no ser digna, pero no desquite toda su frustración con su hermana —por lo menos aceptaba la culpa —. Ella merece todo, menos que la trate como algo insignificante —odiaba darle la razón.

—En esos estamos de acuerdo —concedió a regañadientes —. Como en el hecho de que no merece siquiera respirar mí mismo aire —no podía dejar de mirarle, y embriagarse con su aroma a Jazmín más que adictivo. El que por años lo tenía obsesionado.


¿Porque no podía sacarle de su vida?

¿Por qué le resultó tan fácil destrozarlo?

Luisa sin más que añadir en la conversación dio vuelta para poder salir del lugar.

Como si no tuviese caso.

—Es curioso que una biblioteca sea precisamente nuestro lugar de encuentro —no pudo sencillamente irse solo con un escueto consejo.

Tenía que removerle lo que esa simple ironía les hacía a sus entrañas.

Porque, que no lo haya mencionado en voz alta, no significaba que aquello no lo estuviese atormentado.

Quitándole el aire.

Por eso la trataba de aquella manera.

La importunaba cuanto podía.

Sin aventurarse a ir a su encuentro para preguntarle de frente por qué.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora