Sus hermosos labios los cubría un barbijo.
Nuestros besos estaban prohibidos. Temían la contaminación de nuestras almas.
Ya no podía ver la felicidad de su hermosa sonrisa. Nos tocaba sonreír con los ojos. Fruncir las cejas de enojo, bailar en un cuarto de 4 metros, aislados.
Nadie extrañaba viajar a otras partes del mundo.
Todos deseábamos el cobijo de la casa y poder dar abrazos a quien se cruzara.
Tomarnos un té mientras nos mirábamos a la cara a un poco menos de un metro de distancia.
Su piel la cubría un traje blanco, pero aún así, yo le lanzaba besos al aire. Para que los sintiera en la mente, aunque sea, por un segundo.
