Capítulo 20: Aliadas

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Necesitaba enfriarse. Había estado soñando con una pelea que no le salió bien y que le indujo en una maldición imperdonable. Quería moverse pero su rabia le detenía. Impotencia, sí, esa era su peor pesadilla. Se miró al espejo. Su rostro aun le devolvía rasgos más suaves de los que querría. Ni con moratones o la ceja rota se iban. Quería salir de aquel sitio por un momento y aliviar la rabia acumulada que sentía.

Antes de salir de su habitación, James, como no, le retuvo. Le miró con una amenaza tras su mirada. Su primo debía aprender a alejarse de él cuando tuviese problemas de ira o saldría algún día herido y no precisamente porque no se lo hubiese buscado. Sabía que se preocupaba por él, pero debía entender que si quisiese una niñera ya la hubiese pedido hacía mucho tiempo. Además, debía ser él el que necesitaba alguien que le vigilase: los gritos de por la noche eran falta de un psicólogo, y Fred Weasley no tenía tiempo para gilipolleces. Y tampoco es que sirviese de ayuda. Sí, sabía que había cambiado. Que su madre le miraba con lástima (lo cual odiaba demasiado) y a su padre le irritaba. Era mejor si salía de su casa. Claro que sí. Aquella maldita casa llena de recuerdos de Roxanne. Ni siquiera se habían dignado a retirar su taza rosa del desayuno que nadie jamás volvería a usar. Entendía que querían recordarla, pero aquello era infligir dolor innecesario.

-¿Dónde vas?- le preguntó muy serio James.

El estúpido se hacía el que no sabía que iba a correr, a buscar pelea o simplemente a estrellar su puño con algo duro que le destrozase los nudillos de nuevo. Le hubiese gustado espetarle alguna obscenidad pero tampoco quería más problemas con James. Era buena persona, pero mal amigo. Era decir, ¿no podía dejarle en paz? Él hacía lo que le viniese en gana. Por muy ilegal que fuese.

Probablemente le habría dirigido una mirada ruda por la respuesta que recibió del rostro de su compañero de cuarto.

-Voy a entrenar.

Qué excusa más mala. Pero, bueno, él no destacaba por la inteligencia, esos eran los hijos del tío Ron. Niñatos repelentes. Antes les hubiese querido más, pero, de nuevo, no tenía tiempo para estupideces. Tanto libro jamás les ayudaría a encontrar a Albus. Porque era aquello, si encontraba a Albus supondría que había ganado. Que aquellos capullos no eran invencibles como se creían.

-Entrenamos en el mismo equipo, ¿recuerdas?

Qué perspicaz podía llegar a ser James a veces. Bufó y le encaró, no pensaba hacerlo, pero si iba a seguir por ese camino, no había otra salida.

-¿Por qué no te vas con tu hermanita?- James le dirigió una mirada de enfado y salió de la habitación.

Fred se encogió de hombros con despreocupación y le siguió. Cuando pasó ante él, no planteó pedirle disculpas ni ninguna ñoñada por el estilo. Comenzó su carrera hacia el bosque. Quizás hoy no era día de encontrar a alguien con quien pelearse. Quizás porque ninguno le seguiría el juego, por desgracia. Así jamás aprenderían a defenderse. Los hechizos de defensa no servían para atacar, como su propio nombre indicaba. Que se dejase de idioteces Ted Lupin. Necesitaban hechizos útiles. Y si no los enseñaba él, los aprendería por su cuenta. Maldita sea, necesitaba encontrar a Albus.

Sabía por qué deseaba buscarlo con tanta fuerza. No lo admitiría en voz alta, pero nadie lo sabría si pensaba en ello. Por Roxanne. Porque si acababan con Albus, significaba que Roxanne les había prevenido para nada. Ella no se habría dejado asesinar. Había llegado a aquella conclusión hacía mucho tiempo. Sobre todo dentro de los propios muros del castillo, Roxanne se había dejado matar. Cuando McGonagall se dejó matar, fue nada más que para aclararse aquello. Les avisaba de algo, solo que no sabía qué. Pero murió para protegerles a todos. Así que si Albus también moría, su último deseo no se cumpliría... Y él no podía dejar que aquello ocurriese. Tenía que protegerles a todos... Seguir la advertencia de su hermana que le costó la vida. Después de todo, sus últimas palabras hacia él fueron ese mismo día: Ten cuidado, hermanito. No se lo había dicho a nadie. Roxanne sabía que iba a morir. Y él lo supo antes de que ocurriese. Pudo haberla salvado.

La tercera generación IIIWhere stories live. Discover now