III. Porque quería saber cómo se sentía

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El siguiente sábado, Gerard despertó con un nudo en el estómago. Desde el desayuno hasta el almuerzo no había podido dejar de pensar en qué pasaría si fuera a la biblioteca apenas entrada la tarde, como siempre.

¿Estaría Anthony allí? ¿Siquiera estaría Frank?

No había tenido novedades de parte de ninguno de los dos, ni siquiera el clásico "trae gaseosas" que le texteaba Frank cada sábado una vez que llegaban a la biblioteca con Bert y su hermano. Gerard entendía; él mismo había escrito decenas de mensajes a lo largo de la semana, buscando un modo de hablar de lo que ninguno de los tres se atrevía a decir.

Quizá por eso estaba tan nervioso mientras se bañaba y se preparaba para salir. Porque no sabía si iban a estar, pero, sobre todo, porque no sabía cómo iban a comportarse, si es que estaban allí.

La última vez que los había visto, podría decirse que no se había comportado del modo más sutil. Gerard recordaba despertarse abrazado a Anthony envuelto en sudor, con pintura pegajosa hasta en los codos, mirar la escena y pensar: ¿Qué estoy haciendo aquí?

Sobraba — como siempre.

Así que se levantó, buscó su pantalón enredado a los pies de la cama y dejó su ropa interior de recuerdo, pues Frank se había dormido sobre ella. Con la cabeza aún dando vueltas, la boca seca por el alcohol y la marihuana, los ojos rojos y el olor agrio entumeciendo el ambiente, miró a los hermanos, todavía durmiendo, y se preguntó cómo había hecho para convencerlos de regalarle esa noche.

Eran hermosos los dos. No hermosos como modelos fríos y huecos de fotografías, hermosos como un arroyo, o como un pájaro bañándose y sacudiéndose las plumas en un bebedero; hermosos como el mar que no había tenido la suerte de conocer todavía, como el olor a pan en el horno y como caricias detrás de la oreja. Respiraban a un compás propio, y el naranja y el verde se entremezclaban como ingredientes de un brebaje que Gerard había tenido la suficiente suerte como para probar.

Tomó la mochila que reposaba contra la pared y dejó la casa de Sara esquivando los cuerpos que decoraban la casa, recordándole a una de esas pinturas medievales que había visto en Historia del Arte, coloridas y repletas de personajes con acciones, pero sin historias, anónimos, tristes en cierto modo.

El resto de las preguntas, las más serias, se las había hecho unos días después. Estaba comiendo un sándwich entre clases, y una de las chicas que se había encontrado en la fiesta le preguntó por qué se había ido tan temprano. No respondió, por supuesto, un caballero sabe cerrar la boca, o algo así, pero los recuerdos volvieron a su mente y mientras saboreaba el jamón y el queso pensó: ¿Qué mierda fue eso?

No era nadie para juzgar. La moralidad es relativa y los valores cambian con el paso de los años; quizá en veinte años los gemelos se podrían acostar juntos sin que nadie los señalara, y quizá eso de un hermano enamorándose del otro sería más común de lo que él creía, pero... ¿Qué mierda fue eso? En serio.

Después de ese día, los mensajes escritos y borrados antes de enviar pasaron de estar dirigidos a Frank, a estar dirigidos a Anthony, y en vez de rondar alrededor de un lo siento, estaban llenos de ¿estás bien?

No había enviado ninguno, obviamente.

Ese sábado, primero se cruzó con Frank. Estaba de pie jugando con el skate, sonriéndole a Bert, pero obviamente distraído, con la mirada perdida, sin prestar demasiada atención. Recién mostró cierto interés cuando el rubio le señaló a Gerard que se acercaba a ellos.

El chico caminó hacia él y lo saludó con un brusco abrazo, como solía hacerlo.

—Sexo con gemelos, en serio, Gerard, ¡felicidades! —bromeó en su oído y después subió a las rampas dejándolo a solas con Frank y con las mejillas rojas como un tomate.

Figura & Color {Frank Iero & Gerard Way}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora