45 - En el compás del corazón

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— ¿Puedes ser más específico? ¿De que deuda hablas? — María se sorprendió.

— Bueno, por supuesto que no de las deudas morales, esas de las cuales acabas de hablar, porque a ellas, quizá yo jamás pueda pagarlas. Y quizás yo me culpe, más por ellas de lo que tú me culpas a mí... Y más después de saber de tu... de...

— ¡Habla Esteban! Di su nombre: ¡es Isabel!

— Sí, más después de saber de Isabel. Hay cosas de las cuales yo jamás podré eximirme contigo, María y yo lo reconozco. Todo lo que yo quería era encontrar la manera de recuperar el tiempo, lograr tu perdón, pero ni siquiera yo puedo perdonarme. Desperdicié mi juventud. Desperdicié mi juventud en un mundo de fantasía, fuera de la realidad. Sí, tienes razón. ¡Yo era un hombre movido por la ambición, un gusano! Juzgaba a las personas por lo que poseían y el dinero me parecía el más importante en la vida. Hasta que te conocí a ti...

— Por favor, Esteban... — María se mostró descrente

— No lo dudes, María, no lo dudes. Conocerte ha movido a mi mundo, a mis certezas. Tú eras tan hermosa, tan íntegra, tan sencilla. ¡Era la antítesis de esta sociedad, de esta maldita sociedad que yo anhelaba formar parte! Y yo estaba a punto de tomar la decisión correcta, pero esa dote...

— Sí, la dote de Ana Rosa. — María habló con desprecio.

— No fue por dinero, no fue sólo por dinero, María. Digo, no fue por la ambición pura y simple. Desde la muerte de mi padre, yo administraba el dinero de mi familia. Mi mamá y Juliana confiaban en mí, pero la clase de vida que yo llevaba... Frecuentando los salones, moviéndome por entre la gente rica de la sociedad me hicieron consumir el dinero de mi familia y, de pronto, mi madre me pidió parte de nuestras ahorros para arreglar el tejado de nuestra casa. ¿Te imaginas mi desesperación, María? Yo tenía mi compromiso contigo, pero necesitaba sostener a mi familia. Mi compromiso con ellas me vino sobre mí dándome un shock de realidad, ¿qué iba a hacer?

— Podrías haber decidido luchar a mi lado para que salíeramos adelante.

— Pero si yo mantuviera nuestro compromiso, no tendría de donde sacar el dinero que mi madre quería y le era de derecho. Comprometiéndome con Ana Rosa, el Barón de Vasconcelos me nombró a su representante, ni siquiera necesité la dote para suplir las necesidades más urgentes de mi familia. Yo sabía que no podía ser feliz sin ti, sabía que no podía ser feliz con otra mujer, pero el matrimonio... El matrimonio para mí siempre fue un contrato social.

— Entonces, ¿por qué lo nuestro te pareció indigno? ¿No fue precisamente lo que hicimos? ¿Un contrato social como tú te imaginabas?

Esteban se quedó en silencio frente a esa indagación de María. Sí, era lo mismo que con otras familias, un contrato social. ¿Por qué con ella le pareció tan indigno y humillante?

— ¿Por qué, Esteban, por qué? — María exigió la respuesta.

— Porque a ti yo te amaba. Porque a ti yo todavía amo y no lo puedo evitar. ¿Cómo voy a tratar como un juego, un negocio una relación con la mujer que amo? ¿Con la mujer de mi vida?

— María disfrazó la conmoción. No quería creerlo, no podía confiar, ceder.

— Así que, ¿era esto? ¿Esta era la razón por la cual tú quisiste esta cena hoy? ¿Hablar sobre eso que, analizando, verdaderamente nunca hablamos con sinceridad?

— ¡No! Lo que yo quería y quiero esta noche, María, es ¡rescatar mi honor! Cuando yo estaba completamente descrente de la suerte, encuentro a un amigo y descubro que tengo títulos de valores que valen 150 mil dólares.

— ¿150 mil dólares? — María estaba sorprendida y confusa.

Desde la segunda semana de nuestra boda no hago otra cosa más que ahorrar. Si para ti las cosas se cerraron en aquella maldita noche de nupcias en la que me humillaste, para mí allí apenas empezaron. No podía vivir con esta humillación...

— ¿De qué me acusas? — indagó María

— ¡De nada! ¡Yo soy el culpable! ¡Me acuso a mí! Yo estaba seguro de que era un maldito miserable esa noche y quise recuperar mi honor, María. Porque no me importaba venderla a Ana Rosa, al barón de Vasconcelos o a quien fuera. Pero a ti... A ti yo no podía soportar. ¡Aquí está el cheque! 200 mil dólares en mi nombre. La única razón por la que no deshice el negocio esa noche fue porque ya había entregado a mi madre el dinero para reformar parte de la casa, el dinero que Irajá me entregó por adelantado. No podía recuperarlo, no podía. Hace pocos días había logrado ahorrar algunos dólares con mi modesto sueldo cuando la suerte me volvió a sonreír. El cheque de 300 mil dólares que tú me entregaste esa noche está aquí. Jamás volví a tocarlo, no podría. Los 500 mil dólares que tú has pagado por mi honor son nuevamente tuyos. ¡Y puedo así rescatar mi honor!

María miró a los dos cheques sobre la mesa. Se quedó sin palabras. Jamás esperaba que Esteban estuviera ahorrando el dinero, interesado en recuperar su honor. Él la sorprendió con esto. Tomó los cheques, se dirigió a la pequeña cómoda situada cerca de la puerta y puso los cheques en la pequeña bolsa que estaba sobre ella.

— ¿Y qué pasa ahora? ¿Qué pasa ahora, Esteban? — indagó María con un frío sobre el pecho, anclándose en la cómoda para ampararle la emoción.

— Perdóname por cómo reaccioné cuando supe de nuestra hija. Fue demasiado para mí, te tuve coraje porque tú no me dijiste nada, pero... creo que puedo entenderlo.

— Entre nosotros todo es muy complicado, ¿verdad? — dijo María con lágrimas en los ojos.

— Voy a darle mi apellido a nuestra hija. ¡Ella se merece eso! ¡Isabel no va a sufrir por ser una bastarda!

— ¡Gracias, Esteban, gracias! — María corrió hacia él e instintivamente agarró su mano. Cuando sus ojos se encontraron, la soltó atormentada — Esta fue una de las principales razones de este matrimonio. Isabel necesitaba un padre, Isabel necesitaba sobre todo el apellido de su padre.

— ¡Y ella lo tendrá! Aunque nuestro matrimonio se cierra hoy, nuestra hija va a tener en su acta de nacimiento el nombre de sus padres. Habrá nacido dentro de un matrimonio normal.

— ¿Así que es verdad? ¿Nuestro matrimonio se está terminando? — indagó María afligida.

— Cómo dijiste, ¿era un negocio no? Un contrato social. Yo quité... He pagado el precio de mi libertad, de mi honor. Vuelvo a pertenecerme a mí. — dijo Esteban triunfante.

María se volvió las cosas y agarró sus dos manos junto al pecho.

— Sí. Lo importante es Isabel. Ella va a estar bien.

Esteban se acercó a ella y puso su cara junto a su cuello que cerró los ojos.

— Yo sólo quería... Sólo quería...

María sintió su calor sobre su piel y se estremeció. Con poco control de sus sentidos, se volvió hacia Esteban y preguntó:

— ¿Qué? ¿Que es lo que quieres?

— Quería un beso, un beso de despedida. — pidió suplicante.

Los dos se miraron estremeciéndose de deseo. Esteban casi comía la boca de María con los ojos y ella no podía mantenerse mirándolo sin alterarse. Se acercaron al compás de los latidos acelerados de sus corazones.

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El marido que me compréWhere stories live. Discover now