CAPÍTVLO I: Transporte.

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Agoney llegó a la enorme casa blanca y moderna en la que Raoul vivía, resguardada en aquella urbanización verde, tranquila y cara alejada de la ciudad. Se paró ante la larga y alta cancela negra que separaba la vivienda de la calle y alargó la mano para llamar al telefonillo. Sin embargo, no llegó a pulsar el botón. Su dedo se quedó a medio camino mientras cambiaba de idea. Se ajustó el asa de la mochila al hombro derecho. Retiró la mano y sonrió de medio lado.

- Feo, abre.

Como si lo hubiese dicho a voz en grito o hubiese llamado realmente al telefonillo, la cancela vibró un poco y empezó a deslizarse a la derecha, desapareciendo tras el muro de piedra y dejando el paso libre a Agoney. Su sonrisa se ensanchó cuando le vio en la puerta de la casa cruzado de brazos y apoyado en el marco, con actitud sobrada. Luego, cuando se acercó y le vio más de cerca, la sonrisa se transformó en risa al descubrirle el gesto con la mejilla mordida desde el interior y una ceja enarcada. Llegó hasta él y le dio un pequeño toque en la nariz de forma inocente y juguetona.

- ¿Feo?

- ¿Qué pasa? —se hizo el loco— ¿Acaso no lo eres?

La respuesta de Raoul fue fruncir el ceño mientras observaba como Agoney dejaba su mochila en el suelo junto a la puerta y entraba hacia dentro, tomándose la libertad y confianza de tomar aquella casa como suya. Prácticamente, así lo era. Raoul cerró la puerta y le siguió hacia el salón.

- Dijiste dos horas y han sido tres y media.

- Sí, te recuerdo que a veces, la gran mayoría, el turno no acaba a la hora exacta aunque yo quiera, y además, no vives precisamente al lado del hospital ¿Sabes? A esta urbanización parece que no quieran venir ni los autobuses con tal de no molestar.

- ¿Te recuerdo que puedes aparecer aquí en menos de medio segundo cuando quieras?

- ¿Te recuerdo que quiero seguir siendo todo lo normal que pueda en mi ámbito diario? –se tumbó bocarriba en el sofá, estirándose con un agudo gemido de gusto y colocando sus manos tras su cabeza.

- Tonto.

- Anda, el feo y el tonto, la pareja perfecta —dijo riendo mientras estiraba el cuello hacia atrás, mirando a Raoul del revés. Raoul no pudo evitar sonreír y se acercó hasta él, dándole un tierno beso en los labios. Cuando se separó, Agoney susurró:— me siento Mary Jane.

Raoul se quedó mirándole fijamente un par de segundos mientras pensaba a toda velocidad en la gran biblioteca de cine que se había ido formando en su cabeza gracias a la insistencia del canario en que era ilegal no poder seguirle las referencias cinematográficas que le hacía.

- Me suena a superhéroes ¿Verdad?

- Verdad.

- ¿Thor? ¡No, no, no! ¡Espera! ¿Spiderman?

- ¡Bien! –celebró alargando la última vocal y aplaudiendo.

- Me merezco un premio ¿No?

Agoney le miró con las cejas elevadas.

- Humm... —sonrió con picardía— ¿Cuál?

- Que esta vez vayas tú por la comida, la que quieras.

Agoney guardó silencio, fingiendo estar afectado porque su propuesta no hubiese seguido la intención pícara de sus pensamientos.

- ¿No tienes nada en el frigo?

- Pregunta innecesaria. Sabes que no.

- ¿No podemos llamar a domicilio? –dijo con una voz disuasoria e inocente que no convenció.

La Marca II: Nueva eraWhere stories live. Discover now