1.

593 28 16
                                    

Ese día miércoles Miguel estuvo más insoportable que nunca. Siempre se dedicó a molestar y acosar a Joel, el flaquito y callado del curso, pero nunca lo había dejado llorando, al menos no en clases. Estaba acostumbrado a hacer y decir lo que quisiera, ya que nadie se atrevía a enfrentarlo; ni siquiera la profesora Mirna, quien hacía tiempo se había rendido con los niños problemas, y solo le importaba recibir su pago a fin de mes por su trabajo mediocre. No la culpo en todo caso.
Ahí estaba él, burlándose del pequeño Joel porque estaba llorando, diciéndole que era una niñita por eso, entre otros calificativos apelando a su sexualidad, como si no fuera normal estallar en algún momento producto de tanta presión (estoy seguro que lo escuché alguna vez durante una clase de física).
—Déjalo tranquilo —le grité a Miguel desde el fondo de la sala.
—Supongo que ahora nos vas a presentar a tu pololo —le dijo a Joel después de pensar un rato su respuesta.
Me levanté de mi silla y me dirigí hacia donde estaba el, inclinado sobre la mesa de Joel.
—¿Erís tontito o te hací? —le pregunté mientras lo empujaba.
—Parece que encontramos de verdad a su pololo —dijo dirigiéndose a sus amigos; luego me miró de pies a cabeza con cara de desagrado.
—Y si fuera su pololo ¿qué mierda te importaría? —lo volví a empujar—. Reprimido —me di la vuelta para volver a mi asiento.
—Maricones...
Fue lo último que alcanzó decir antes de que me volteara y le lanzara una patada que lo lanzó al suelo, golpeándose la cabeza contra el borde de la pared.
Quedó inconsciente.
Después del incidente, obviamente citaron a mis padres al liceo, donde acordaron mis castigos tanto en la casa como en el colegio, el que empezaba por ir a disculparme con Miguel. Así que lo fui a ver al día siguiente.
Ahí estaba. Se veía tan indefenso, solo en esa gran habitación blanca. Tenía la mitad de la cabeza rapada, porque le tuvieron que poner puntos por el golpe, pero aparte de eso, me llamó la atención que tenía la cabeza llena de moretones y cicatrices, invisibles a quien lo conociera con su cabellera normal.
—¿Qué haces acá? —me preguntó arrastrando las palabras.
—Mis viejos me obligaron a venir a pedirte perdón... así que, perdona, no fue mi intención abrirte el cráneo —le dije secamente.
—Bueno, no es como que haya habido mucho que cuidar ahí –dijo mirando hacia arriba. Luego sonrió, me miro a los ojos y bajó la mirada casi al instante–. Soy un imbécil.
Me sorprendieron sus palabras, y sobretodo su actitud. No estaba furioso conmigo por haberlo empujado, como supuse yo, sino que se veía derrotado, inerme. Me acerqué a él y me senté en la silla que estaba al lado de su cama.
—Sí que lo eres —le dije buscándole la mirada, sin siquiera intentar disimular que concordaba con sus palabras.
Nos quedamos en silencio un rato, hasta que se asomó la enfermera y le dijo a Miguel que iban a entrar sus padres.
—Me tengo que ir —le dije a mi compañero de curso.
En realidad quería evitar a sus padres. Me daba vergüenza mirarlos a la cara. Pero apenas me paré, Miguel me tomó la mano, y con miedo en sus ojos me dijo:
—No me dejes solo con ellos, por favor.
Me dio miedo. Nunca lo había visto así tan vulnerable. Pero no podía irme. Supongo que le debía un favor, y con esto quedaríamos a mano.
Sus padres entraron a la habitación al rato. Al darse cuenta de mi presencia la madre preguntó quién era yo. Miguel no respondió, así que tuve que hacerlo yo.
—Soy Pablo, compañero de Miguel —respondí titubeante—. Es mi culpa que esté aquí. Vine a pedirle perdón.
—Es muy decente de tu parte venir a disculparte —me dijo el padre, sin mirarme; luego se dirigió a Miguel—. Deberías aprender de él.
La madre se acercó a Miguel y le dio un beso en la frente. Se limpió la boca disimuladamente, creyendo que yo no lo notaría. Dejó una bolsa con comida sobre el velador y se dirigió a la puerta.
—Volveremos más tarde, hijo, que descanses —acto seguido cruzó la puerta, seguida de su marido. Nunca había visto una madre tan fría. Creo que hasta comenzaba a entender al pobre muchacho.
Me quedé unos segundos parado en silencio, mirando la puerta, hasta que Miguel volvió a hablar.
—Al menos trajeron comida —trató de relajar el ambiente—. ¿Quieres? —me ofreció.
No le alcancé a responder porque una enfermera entró en la habitación.
—Señor Gutiérrez, el Doctor Paredes quiere saber si sus padres dejaron el consentimiento para comenzar con las quimio.
—¿Quimio?, ¿Por qué? —le pregunté a Miguel. No me miró a los ojos.
—No lo dejaron —respondió sin mirarla a los ojos tampoco. La enfermera se acercó a comprobar que todo estuviera en orden con su paciente, y luego se alejó en silencio.
—¿Quimio?, ¿En serio? ¿Tan grave fue? —mi voz salió quebrada. Me invadió la culpa y los ojos se me comenzaron a humedecer. Sentí que el corazón se aceleraba tanto, que por el silencio de la habitación pensé que Miguel lo escucharía.
—Encontraron un tumor en el cerebro —dijo, aun sin mirarme a los ojos. Mis lágrimas caían por mis mejillas—. Dicen que de no haber sido por el golpe, lo hubieran diagnosticado demasiado tarde... así que gracias, supongo —me miró a los ojos y sonrió—. Mis padres discutieron toda la tarde ayer, pensando que estaba dormido. Ella culpaba a mi papá que el tumor se formó por los golpes que me daba cuando chico. Él decía que ni cagando gastaría plata en el tratamiento. Dijo que por fin iba a dejarlos ser libres —Miguel rompió en llanto.
Estaba boquiabierto. Sabía que existían padres que no amaban a sus hijos, pero esto ya era extremo. Ahora de verdad comprendía por qué siempre fue así. Nunca recibió amor en su vida.
Me senté en la cama, a su lado, y lo abracé, como supongo nunca hicieron sus padres. De hecho, como nunca hizo nadie. Al rato dejó de llorar y me miró a los ojos.
—Gracias —dijo con la cara toda mojada.
—Vente a vivir conmigo —pensé en voz alta. Miguel me miró sorprendido—. Tengo una cama extra en mi pieza, aparte mis viejos no tendrán problemas en recibirte —agregué, sin detenerme a pensar en lo que hablaba.
Miguel no me respondió nada, pero supe de inmediato cuál era su respuesta.
Al día siguiente lo fui a buscar después de clases. Sus padres no aparecieron y el doctor ya le había dado el alta.
—Es probable que sea benigno —le dije una vez que estuvimos tranquilos en mi pieza, ambos sentados a los pies de mi cama—. Lo busqué en internet. También encontré que hay algunas plantas que sirven como tratamiento alterna... —no pude terminar lo que estaba diciendo porque me interrumpió con un beso que me pilló completamente por sorpresa, sin embargo, no lo aparté. Era un beso inocente, puro. Genuino.
—Parece que sí estabai reprimido —le dije en tono de broma, para que no se sintiera mal.
—No —respondió mirando hacia la pared—. Nunca me enamoré de otro loco. O de nadie, en realidad—me quedé en silencio, incomodo. Cada vez que hablaba para decir algo íntimo, sentía como la necesidad de darle cariño. Creo que me estaba enamorando de él—. Y parece que sí teniai pololo —supongo que lo dijo tratando de ver si podía ser correspondido.
—No —me sonrojé—. El Joel no es mi pololo —me miró con una sonrisa—. Es el Pato —un loquito del otro curso, abiertamente gay, y a pesar de eso, todos le tenían respeto, incluso Miguel. Cuando dije eso su cara se puso pálida. Incluso pude ver la decepción y vergüenza en su rostro—. Era broma, era broma. Estoy soltero —le sonreí, haciéndome el coqueto. Acto seguido le tomé el mentón y le di un beso. Él lo recibió acariciándome el pelo.
Lo empujé sobre la cama suavemente, y me monté sobre él, sin dejar de besarnos. Comencé a bajar por su cuello, lo que le provocó un temblor por todo el cuerpo. Le saqué la polera, dejando a la vista un tatuaje en letras árabe que cruzaba su pecho, y comencé a bajar por él.
—Espera, ¿qué pasa si llegan tus papás? —me detuvo.
—Calma. Trabajan hasta tarde —le respondí—. Las ventajas de ser hijo único y pobre, podí culear tranquilo cuando querai —volví a su cuello.
—¿Aunque sea viernes?
—Trabajan hasta los domingos. Relájate —le dije, riéndome.
—¿Podemos, simplemente quedarnos así? —me pidió con timidez. Era increíble cómo había cambiado mi percepción de él en dos días. De ser el matón que intimidaba a todos, a ser el adorable adolescente que nunca ha sido querido.
Lo miré y sonreí. Lo bese en la boca y me acosté a su lado, mirándolo. Luego él se volteó también, y quedamos frente a frente hasta quedarnos dormidos.
Despertamos cuando llegó mi mamá del trabajo como a las 10 de la noche. Nos pidió que fuéramos a comprarle algunas cosas a la señora Vivian, del almacén, para dejar listo el almuerzo del día siguiente.
Esperé a llegar a la esquina, y le tomé la mano; Miguel la quitó de inmediato.
—¿Qué te pasa huevón?, ¿Querí que nos maten? —me preguntó con terror en sus ojos, mirando en todas direcciones.
—No pasa nada —lo tranquilicé—. El Pato es de acá del barrio. y lo respetan igual que en el liceo. Se pasea con sus pololos y nadie le dice nada; y si se entera que a alguien lo huevean por ser gay, se encarga que esa persona nunca más vuelva —Miguel se relajó, y me tomó la mano.
Atravesamos la plaza, que como nunca, estaba vacía. Los postes no funcionaban, como siempre, dándole un aspecto tétrico a los árboles. Tomé a Miguel de la cintura y le di un beso.
—¿Tu primer beso en público? —le pregunté.
—Sí —respondió con esa sonrisa que ya me había conquistado—, el primero de muchos, espero.
—Yo también —lo volví a besar. Luego lo abracé—. Ya, apurémonos, o mi vieja se va a enojar.
Comencé a caminar y le di la espalda. Pasaron dos segundos cuando un estallido atravesó el aire, seguido de un golpe sordo, como de algo cayendo al suelo. Instintivamente me agaché cubriendo mi cabeza. Me volteé y vi a Miguel tirado en el pasto, con sangre brotándole de la sien. Dos segundos.
Mi corazón se aceleró. Quise gritar pero no pude; la voz no me salía. Me arrastré hacia el cuerpo de Miguel con torpeza. Sentí mareos y ganas de vomitar, mientras las lágrimas caían por mis mejillas como cortinas transparentes. Me dolía el pecho. Tanto que llegue a pensar que de verdad el corazón se me había quebrado en mil pedazos. Supongo que era verdad lo que decían del amor.
Lo tomé en mis brazos y lo abracé, cuando vi una figura escuálida salir de detrás de los árboles.
—Pensé que estabas de mi lado —dijo Joel apuntándome con la pistola.
Cerré los ojos.
Un disparo.
Nada.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jul 05, 2020 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Bully [Corto]Where stories live. Discover now