Capítulo 17: Hasta las piedras se quiebran

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Livy esperaba ansiosa, de pie frente a la entrada posterior del edificio. Ahí fue donde la dejó Kian hacía unos minutos mientras le explicaba que necesitaban salir por un lugar donde no llamaran la atención y ahí era perfecto. Aquella entrada era un sencillo portón negro por donde generalmente solo entraban los suministros de la cafetería. Después de eso, Kian se fue a buscar su bicicleta.

Livy se sentó sobre sus talones, observando una mariquita que caminaba apresurada por una larga brizna en el suelo. El viento la mecía, y cuando llegó a la delgada punta, abrió las alas y salió volando.

Para vivir en uno de los barrios de lujoso prestigio, dentro de una casa como la que él habitaba, una bicicleta no era precisamente lo que se le venía a la mente cuando imaginaba un medio de transporte en las circunstancias económicas de las que Kian parecía disfrutar. Y aunque no daba importancia a cosas como esa y bien podrían irse caminando sin que a ella le molestara, tampoco podía evitar que eso le generara curiosidad. «Tal vez sea una bicicleta eléctrica de un millón de libras».

Su atención fue atraída por encima del hombro cuando escuchó pasos acompañados de una cadena giratoria.

No era ni eléctrica, ni parecía de un millón de libras. Era una bicicleta normal, lacada en negro, un asiento de piel sintética del mismo color, un manubrio como cualquier otro y una pieza de portaequipaje que sobresalía tras la parte inferior del asiento. Aún con todo lo normal que lucía, su tamaño era mucho mayor al de la bicicleta rosa con canasto al frente que ella tenía en el depósito de su casa. Supuso que era lógico que Kian necesitara una bicicleta tan alta que fuera cómoda para sus largas piernas.

Livy se puso de pie, juntando las manos tras la espalda mientras lo miraba con inquietud. Todavía tenía visible un pequeño círculo mojado en el centro de su camiseta oscura, donde ella había llorado.

—Nunca he hecho esto —confesó ella.

—¿Subirte a una bicicleta?

—Escaparme de la escuela.

Kian la observó atentamente, con las manos en el manubrio para mantener derecha la bici.

—Estás a tiempo para cambiar de opinión —propuso con ligereza, encogiéndose de hombros.

Livy lo sopesó dos segundos y después negó con la cabeza, acercándose a la bici.

—¿Me subo aquí? —señaló el portaequipaje.

Kian asintió, sacando con un pie el soporte inferior de la bicicleta mientras iba a abrir una de las puertas metálicas. Cuando regresó, se acomodó en el asiento, manteniendo el equilibrio con un pie mientras que con el otro empujó el soporte a su lugar y luego lo subió a un pedal.

Livy tenía dificultades para acomodarse, nunca se había subido en otro lugar que no fuera el asiento.

—Siéntate ahí de costado y apoya los pies en el soporte de abajo —le indicó él, mirándola sobre el hombro.

Ella hizo justamente eso y cuando él despegó el pie del suelo y lo puso sobre el pedal, el brusco balanceo le sacó un gemido de susto a Livy al sentir que se caía. Por impulso de supervivencia se agarró con una mano de la camiseta de Kian, sintiendo bajo la tela la piel caliente de su costado.

Afuera, su corazón comenzó a retumbar muy fuerte y muy rápido.

No solo se estaba saltando una clase. Se estaba escapando. De verdad se estaba escapando y dentro de sí podía sentir bullir un sentimiento de culpa mezclado en la misma cantidad con otro de alivio.

El último ganó al primero conforme la distancia entre ellos y Dancey High se hacía más grande.

Livy no supo si era una conducta normal en él, o solo lo hacía por consideración hacía ella, pero respetaba todos los semáforos en rojo y avanzaba con el verde, tomando necesariamente un impulso que cada vez amenazaba con hacerla perder el equilibrio. Livy tenía miedo de caerse, pero al ver que a Kian no parecía molestarle que ella lo jaloneara de los dos lados de su camisa, se siguió aferrando a él con fuerza hasta que se detuvo frente a una tienda de conveniencia y mantuvo la bici derecha para que ella se bajara.

Nada especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora