𝚌 𝚒 𝚗 𝚌 𝚘

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Alegría. Valentía. Cariño. Lealtad.

Esas eran las palabras correctas para describir a una familia como los Weasley. Siempre había soñado con una familia como los Weasley y no podía evitar sentir envidia de Ron. Cada uno de ellos me había recibido con los brazos abiertos y ahora no quería irme de este asombroso lugar. Deseaba ser una de ellos.

¿Cuántas veces había querido que alguien me arropara y me deseara buenas noches? ¿Cuántas veces había imaginado a un montón de hermanos que me protegieran?

Este era uno de los pocos lugares en los que me sentía realmente querida. No había resentimiento o indiferencia. Habría dado lo que fuera por haber crecido en esta familia.

Sin embargo, todo cuento de hadas debía de tener un final. La culminación del verano llegó más rápido de lo que habría querido.

Era cierto que estaba deseosa por volver a Hogwarts, pero por otro lado, el mes que había pasado en la Madriguera había sido el más feliz en toda mi vida. Mi única preocupación ahora era pensar en los Dursley y en la bienvenida que me darían cuando volviera a Privet Drive. Ya no contaba con mi protección y tío Vernon no desaprovecharía la oportunidad.

En mi última noche en La Madriguera, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía mis manjares favoritos y que terminó con un suculento pastel de melaza que tanto me encantaba. Fred y George iluminaron la noche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora. Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.

Me fue complicado cerrar los ojos porque era como despertar de un buen sueño.

A la mañana siguiente, nos llevó mucho rato ponernos en marcha. Nos levantamos con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma. Algunos chocábamos en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Gideon al coche a través del patio, casi se rompe el cuello cuando tropezó con una gallina despistada.

𝐴𝑙𝑦𝑠𝑠𝑎 𝑃𝑜𝑡𝑡𝑒𝑟||  ᶜ ᵃ ᵐ ᵃ ʳ ᵃ  ˢ ᵉ ᶜ ʳ ᵉ ᵗ ᵃ (EDITANDO)Where stories live. Discover now