La bruja de Cocles

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La trama está así, resulta que a eso de las 5:40 p.m. la luz empieza a desaparecer, por allá con el ocaso.

En Cocles, una vez el sol se puso a las 6:00 p.m, era uno de esos ocasos nublados, donde la luz es casi azul violeta, pero no de esos azules violetas de las flores sino un azul violeta grisáceo, teñido por la bruma del mar.

Ese mismo día, en un tronco encallado en una colina de arena, justo donde el último aliento de la espuma de las olas se diluye, se sentó un chepeño, del cual los locales han dado por sentada su procedencia josefina. Era temporada baja y la playa estaba vacía.

Contemplaba el mar a eso de la hora donde la luz empieza a desaparecer. Mientras el mae estaba ido en sus pensamientos, apareció un zagüate, de esos que si le das pelota te siguen toda la vida. El mae no le dio pelota y siguió en su viaje. Pasaron si acaso treinta segundos y de reojo observó que venía un segundo zagüate, esta vez no en dirección a él, solo siguiendo al primero. Paró por un momento y se dejó ir de nuevo por sus pensamientos, el sonido del mar y la calidez que había encontrado en aquel tronco. Pasaron cuarenta y cinco segundos cuando aparecieron dos zagüates más.

Alzó la mirada y se dio cuenta que los perros merodeaban el ambiente en donde se achantó, no le pareció mal, solo lo observó. Tal vez esto sea parte de lo que pensó; pero de lo cuál con certeza estamos seguros, fue lo que no esperó. Jamás creyó que estos perros dado su linaje genético y ya parte de su paisaje en ese instante tendrían dueño. Eran las 5:42 p.m. la luz empezaba a desaparecer.

A lo lejos se veía venir una silueta caminando en el horizonte de la playa, mientras se acercaba, la luz penetraba en su piel y poco a poco se distinguía a una mujer. Alta, negra, de grandes labios, sus ojos nunca los pudo observar por su gran melena afro que le tapaba la mitad de la cara. Sin decir una palabra, se sentó junto al mae; pasaron si acaso diez segundos, cuando la mujer mirando al mar se dirigió hacia él y le dijo: 

–A esta hora la luz empieza a desaparecer y el último respiro del calor del sol se va... (pasaron dos segundos) y afirmó: –¡Con lo que rico que estuvo el sol hoy en la playa! La mujer sonrío.

El mae sonrío de vuelta y preguntó: 

–¿Sos de acá? 

–Sí. Mi casa está cerca del camino donde conecta playa Chiquita con Cocles. 

A él le pareció tuanis que viviera tan cerca del mar y en medio de los árboles. Recordó las casitas elevadas en pilotes camino a su llegada al mar.

Pasaron cinco segundos cuando la mujer, como si se hablará a ella misma, susurró: 

–Qué dicha que lo encontré. 

El mae distinguió estas palabras y en un fragmento de segundo se preguntó: 

–¿A mí o qué? 

Con un gesto de preocupación, que solo podía distinguir a través de las expresiones de su media cara, la mujer le dijo: 

–Se descargó la batería de mi celular, pronto no habrá más luz, y el camino a mi casa es oscuro. En ese momento le interrumpió: 

–Muchacha, no se preocupe, le dijo el mae en un tono relajado. Puedo usar la linterna de mi celular para encaminarla. 

Ya eran las 5:50, la luz ya desaparecía, quedaba la suficiente para su última caminata por la playa, tal vez no lo suficiente para encontrar el camino.

En cuanto partieron, los perros marcharon detrás de la mujer. El mae había dejado a un lado a aquellos zagüates visitantes de su espacio y en ese momento se dio cuenta que sí tenían dueño.

Caminaron cerca de unos cuatro minutos hasta encontrar el puente de hamaca que cruzaba un río para adentrarse a la selva donde se encontraba la casa de esta muchacha, los árboles absorbieron toda la poca luz que quedaba.

El mae tal cual lo había prometido tomó su celular y empezó a alumbrar. Justo cuando lo sacó de su bolsillo, la mujer adelantó el paso, él entendió que a partir de ese momento debía seguirla si no quería perderse.

Ya no había luz, la vegetación del camino se ponía densa conforme avanzaban, los perros acostumbrados a sus tierras tomaban ventaja y solo se les escuchaba ladrar, como si se tratase de algún tipo de comunicación entre ellos, de un momento a otro corrían de un lado a otro como si persiguieran algo o jugarán como si estuvieran a plena luz.

Él estuvo consciente de todo esto mientras sentía en sus pies las piedras del camino que le raspaba los dedos con arena seca y el plástico de sus sandalias.

Llegaron a una casita de madera, no había ninguna otra, solo esta. Entraron, no había luz en la casa, la muchacha se fue a buscar una candela en su cuarto, mientras el mae esperó sentado en el comedor. Era una mesa con dos sillas que se encontraba junto a la ventana por la cual podía ver la silueta de los árboles.

Pasaron cinco minutos y vio una luz encenderse al final del pasillo de la casa, salía de un cuarto. Finalmente, la muchacha había encontrado la candela, pensó él. No se escuchaba nada, la noche estaba en total silencio. 

Llamó a la muchacha varias veces, pero no recibió respuesta, se acercó al cuarto y no había nadie. Salió de la casa para buscarla, pero no veía nada, no había luz. 

De pronto una ráfaga de viento apagó la candela que la muchacha había prendido. No se veía nada, solo las siluetas de los árboles y ahora la silueta de la casa en penumbras.

El mae salió corriendo, se metió dentro de la selva con la esperanza de recordar el camino de vuelta a la playa. 

Escuchó a los perros perseguirlo y sin más aliento encontró una llanura rodeada de árboles, estaba seguro que era el mismo lugar donde se encontraba la casa, pero ya no había nada. 

Pasaron dos minutos mientras el mae volvía en sí y pudo ver como a través de los árboles se distinguía de nuevo la silueta de la muchacha y lo único que pudo escuchar fue el ladrido de los perros. 

Al chepeño no se le volvió a ver en el centro. 

Caribbean TalesWhere stories live. Discover now