Capítulo 34

4K 249 17
                                    

Sus palabras me dejan helada, está enojado, completamente enojado conmigo. Tiene razón en hacerlo, lo merezco y lo sé, pero la distancia entre nosotros siempre anda matándome, no me apetece tener que dormir sin abrazarlo o no recibir mi beso de todas las noches porque he dicho una pavada grandísima. Lo amo y siempre digo cosas que nos hacen alejarnos el uno del otro.

—No seas tan duro conmigo, Matthew. —Mi voz se quiebra.

Retuerzo mi pijama entre mis manos nerviosas intentando evadir su mirada cargada de rabia. Una risa amarga escapa de sus labios.

—¿Yo ser duro contigo? Perdona, por lo que recuerdo tú fuiste dura conmigo.

—Lo siento, ¿si? Ya pasó, no quise decirlo, solo lo dije sin querer.

—Pues podrías haberlo pensado mejor antes de decirlo, _______.

—Por favor, Matt —digo casi abandonándome a las lágrimas.

Me ignora por completo y pasa por al lado mío para ir a abrir la nevera. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando me esquiva y no me toca ni un pelo al pasar. Mis manos caen a los costados de mi cuerpo, Matt saca comida de la nevera y la mete al microondas para calentarla. Me siento en la barra sobre la banqueta del medio, si o si tiene que sentarse a mí lado, o eso creía hasta que lo veo comer parado con la comida sobre la mesada. Las lágrimas caen por mis mejillas, no va a perdonarme fácil si ni siquiera quiere tenerme a su lado.

Matt abandona la cocina luego de lavar la losa y llevarse un vaso de agua a la habitación. Me abandono al llanto al verlo irse sin darme un beso o decirme lo mucho que me quiere, como cada noche. Me cubro el rostro con las manos para ahogar los sollozos que podrían ser escuchados por mis hijos desde la habitación que ellos ocupan en este momento. No quiero despertar a nadie, ni tampoco preocupar a los niños. Solo quiero estar bien con Matthew. Y aunque creo que va a ser horrible pasar la noche así, por lo menos ha vuelto a casa y no nos ha abandonado. No es que lo crea capaz de hacerlo, pero al no haber llegado temprano mis dudas salieron a la superficie haciéndome pensar lo peor de mi marido. Recuesto mis brazos sobre la barra y le hago una especie de casa a mi rostro para luego cerrar los ojos allí. No recuerdo cuándo ni cómo, pero la soledad, tristeza y profundidad del sueño me asaltaron por completo haciéndome sumir en una oscuridad tranquilizante. Todos mis problemas y preocupaciones quedan enterrados cuando me quedo completamente dormida sobre la barra del desayuno. 

—_______, ve a la cama.

Abro los ojos y vuelvo a cerrarlos cuando la claridad asalta mis pupilas con fervor. Me siento derecha en la banqueta y siento mis huesos crujir. Es de día allá afuera, ¿he dormido toda la noche en la cocina? Matthew se aleja de mí para ir hacia la nevera.

—¿Qué hora es?

—Las siete y veinte.

Me estiro lenta y dolorosamente elevando mis brazos en el aire. Mi espalda tira y duele, mis hombros están completamente contracturados y mis piernas adoloridas horriblemente.

—¿Matthew?

Se da vuelta para verme y es cuando me doy cuenta de que su cabello está húmedo y tiene una ropa distinta a la de ayer. Su barbilla se eleva dándome a entender que puedo hablar porque está escuchando. Dejo caer mis brazos estirados sobre la barra y a continuación apoyo mi cabeza sobre el antebrazo de mi brazo izquierdo, Matt me observa cuidadosamente, pero no hace esfuerzo alguno por comprender o hablarme. 

—¿Sigues enojado?

Da media vuelta para abrir la nevera en busca de la leche descremada, analiza los alimentos antes de sacar mermelada y mantequilla, deja todo eso sobre la mesada y busca una taza para vertir la leche allí dentro. Prende la tostadora y prepara dos panes para ser tostados, busca un plato y un cuchillo mantequero, lo deja sobre la barra a mi lado derecho y vuelve a la mesada para tomar la taza y meterla dentro del microondas. Mis ojos siguen sus movimientos sin perderse detalle. Está enojado, si que lo está. Sus tostadas están listas, apaga la tostadora y deja el plato con los panes sobre la barra, al lado de lo que antes ha dejado allí, el pitido del aparato indica que la leche ya está caliente, saca la taza y le coloca unas cucharadas de café, luego azúcar y luego camina hasta llegar a la banqueta, deja la taza sobre la barra y se sienta a mi lado. Estoy técnicamente dándole la espalda, pero dejo mi cabeza caer sobre la barra para observarlo de revés.

—Si lo estás, ¿verdad?

—Ve a la cama, no creo que la barra sea muy cómoda.

—Matt —digo casi en una súplica.

No me dirige la mirada en ningún momento, unta mantequilla en uno de los panes tostados y se lo lleva a la boca.


El sol se alza en el centro del cielo calentando completamente todo y haciendo que todos en la playa prefieran estar bajo las sombrillas que en el agua. Los niños corren alrededor de nosotros llenando todo de arena, Justin no me dirige la palabra ni para pedirme que le pase algo. Estoy llena de rabia, sueño, furia y melancolía. 
Sé que no debería haber dicho lo de ayer y que arreglarlo va a ser un tanto, muy, difícil, pero tiene que haber un modo, tengo que encontrarle solución porque esto no puede desembocar en el divorcio. He dicho muchas estupideces durante nuestro matrimonio y si de algo estoy segura es de que siempre he sabido arreglar las cosas. El conflicto más grande es que cuando nos peleamos él siempre supera mis estupideces haciendo que lo que yo digo sea un poco más leve, haciéndome llorar hasta que tiene que pedir disculpas. Y esta vez, eso no es así.

—Quiero un helado —canta Megan.

Austin se pone de pie rápidamente y busca al heladero que toca un silbato a lo lejos gritando que tiene helados, helados ricos helados. 

—Yo quiero igual —copia su hermana.

Matt cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Bien, tendré que encargarme yo solita de esto.

—Cuida a los niños, Matt, yo voy por los helados.

Mi esposo se pone de pie rápidamente.

—De hecho estaba pensando en ir al agua.
—Oh, vamos, Matt. Quédate con los niños hasta que vuelva.

Se quita la remera por encima de la cabeza y la tira sobre su silla de playa. Los niños siguen buscando al heladero con la mirada.

—Matt —mascullo apretando los dientes.

Se coloca los lentes de sol y deja las sandalias al lado del canasto con comida.

—¡Matthew, carajo!

Megan aparta la vista del cielo y nos observa atentamente. Austin y Ashley siguen la mirada de su hermana para observar la escena.

—Dije que voy al agua, ¿cuál es el problema, ________?

Al decir mi nombre completo expresa rabia y resentimiento.

—Ve al agua luego de que yo regrese.
—¿Y por qué?
—Porque los niños quieren tomar un helado. ¿Qué te cuesta? Quédate aquí.

Sin decir más palabra tomo mi bolso y camino dos pasos, Matt se da media vuelta y comienza a caminar en dirección al mar.

—Puta madre —mascullo.

Ashley frunce el ceño y sigue a su papá con la mirada. Dejo caer con impotencia el bolso sobre la silla de playa de Matt y me siento en la mía, cierro los ojos y segundo e intento calmar mis nervios. El silbato del heladero se escucha más cerca, los niños prestan demasiada atención al aviso del señor que nos dice que trae muchos helados para todos, en español.

—Quiero helado, mami —dice Austin.

Busco sus ojos con la mirada para encontrar tranquilidad en ellos. 

—No vamos a poder tomar helado, mi amor.

Los morros de Ashley me hacen dar ganas de golpear a Matthew con un ladrillo en la cabeza. Maldito inmaduro con cerebro de carozo. 

—¿Nunca?
—Mañana sí —le digo fingiendo una sonrisa.

Megan aplaude con alegría y su hermana le copia. Austin se acerca a mí y me abraza.

—Te quiero, mami.
—También te quiero, mi vida.

Siempre que hay problemas entre nosotros los niños los perciben y no creo que eso sea algo bueno cuando ni siquiera el mayor ha llegado a los diez años.

A las nueve y media de la noche nos sentamos a la mesa. La carne con papas fritas está servida, Caroline se va de la cocina para encerrarse en su habitación hasta el día siguiente. Austin prende el televisor, Matthew lo apaga sin decir palabra alguna.

—¿Papi está enojado? —Me pregunta Megan.
—Pregúntaselo a él —le digo en un susurro.
—¿Estás enojado, papi?
—No contigo, mi amor.

Frunzo el ceño con rabia y pincho una papa para luego llevarla a mi boca.

—¿Cuándo vamos a visitar a los abuelos? —Pregunta Ashley.

Matthew se queda callado. Si nuestra hija se refiere a sus padres, no tengo por qué hablar yo como respuesta a la pregunta, pero al parecer Matt tampoco parece querer hacerlo. Ruedo los ojos y me llevo un pedazo de carne a la boca. Pronto Ashley se olvida de la pregunta que ha hecho y sigue con su cena.

Cuando llega la hora de irnos a dormir, Matt se mete a la ducha. Como yo ya me he dado una ducha al llegar de la playa, me coloco el pijama y me meto en la cama, reviso los mensajes de mi móvil y prendo la televisión en busca de algo para ver, pero nada me convence. Dejo un programa que habla sobre los chicos rebeldes en su adolescencia, pero no le presto mucha atención cuando mi mente comienza a divagar sobre otras cosas completamente distintas. Matt sale de la ducha interrumpiendo mis pensamientos, vuelvo mi vista al televisor para encontrarme con “el consumo de drogas ilegales en menores” y ruedo los ojos con desgano, apago el televisor y tiro el almohadón al suelo, me acomodo en la cama y me cubro con las mantas. Matthew tiene un bóxer colorido puesto y se revuelve el cabello con las manos. Se dirige hasta la cama y toma su almohada. Parece que no vamos a dormir juntos.

—¿Iras a dormir al sillón?
—¿Tú que piensas? —Con una ceja en alto dirige su mirada hasta la mía.

Bajo la mirada para concentrarme en los dibujos de las mantas y luego le doy la espalda. Si no quiere arreglar las cosas, está bien, que así sea. 

Hacia las tres de la mañana he cambiado de idea, no creo que pueda dejar las cosas como están y aunque quizá él ya esté durmiendo quiero que me escuche y tengo derecho a despertarlo para hablarle. Necesito arreglarlo todo porque sino me quedo intranquila conmigo misma.
Me pongo de pie y me acomodo el pijama antes de salir de la habitación. El resplandor de la pantalla del televisor ilumina hasta parte del pasillo, Matt está sentado en el sillón de espaldas a mí con un paquete de papas fritas entre las manos y una película lo tiene muy entretenido. Avanzo unos pasos dudando al principio y luego me decido para caminar normalmente, cuando voy a doblar para entrar a la sala, me golpeo el dedo pequeño del pie largando así un grito agudo de dolor que no alcanzo a retener. Por instinto retrocedo dos pasos y me escondo en la oscuridad del pasillo.

—¿______? ¿Eres tú?

Presiono mis labios juntos y sigo retrocediendo lentamente, la película en la sala sigue corriendo, pero Matt se pone de pie. Respiro profundamente cuando me atrapa de pie en el pasillo con mi pie entre mis manos.

—¿Qué haces despierta?

Ahora o nunca.

—Necesito hablar contigo, Matthew.

La Bella y la Bestia - Matthew Espinosa (Segunda Temporada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora