Capítulo 9

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Durante el fin de semana posterior al arresto de Odalis, la casa lucía demasiado deprimente, al parecer Clara no había sido aceptada en sus más de dos entrevistas a las que había asistido, se notaba abatida, decepcionada y aún más triste pues la situación de su hija no tenía solución todavía, según ella las autoridades daban muchas vueltas al asunto y Julián no había mandado el dinero para pagar la fianza por un problema con el banco.

Abdiel por su parte tomaba clases por internet desde el celular de su madre, pero definitivamente no era el mismo niño alegre de siempre, todo el tiempo lo veía pensativo y rara vez lograba hacerlo sonreír.

El domingo por la noche decidí salir a dar una vuelta, necesitaba despejarme nuevamente, pero esta ocasión quise hacerlo bajo la luz de la luna, Clara y Abdiel recién habían ido a la cama cuando trepé a la azotea saltando para salir de la casa.

Sin pensar en qué rumbo tomaría, dejé que mis patas decidieran por mí, caminé por varios minutos respirando el aire fresco mientras el viento golpeaba mi pelaje, las calles lucían desiertas, solo uno que otro auto pasaba sobre la avenida. Al pasar junto a una glorieta alcancé a ver estacionada una camioneta que al instante se me hizo familiar, al escuchar una voz masculina me detuve ocultándome detrás de un árbol.

—Los guachos ya están ofreciendo recompensa por nosotros, el Chaneke cantó —dijo aquel sujeto.

—Maldito infeliz, más le valdrá quedarse encerrado o se las verá conmigo —respondió otra voz.

—Por cierto, no me creas mucho Jimmy, pero escuche que el juez de la delegación es familiar de uno de los enfermos que llegaron de Italia y apenas ayer se lo llevaron al hospital —comentó el primero. Supe de quienes se trataba al escuchar mencionar al tal Jimmy.

—No me digas que tú también crees en la mentira del siglo, te creía más listo Auri —dijo para después reír de manera burlona. —En fin, aún así fuera no veo en que nos beneficie o perjudique... —comentó apagando su cigarro y tirándolo al suelo.

—La bronca no acaba ahí, sino que varios de los que se cargaron ese día ya tienen síntomas también, el Chaneke es uno de ellos —argumentó el Auri.

—Eso significa que si no lo mato yo, ese virus lo hará por mí, después de todo me saldrá barato deshacerme de ese traidor —respondió el desagradable individuo esbozando una sarcástica sonrisa.

Habría continuado escuchando a aquellos sujetos con fin de saber lo que tramaban, si un par de instantes después no hubiera sentido una fuerte respiración a mis espaldas seguido de un furioso gruñido. Al girar pude hacer contacto con la pesada mirada de un perro que rebasaba por mucho mi estatura, me quedé estático por un par de segundos meditando mi siguiente movimiento más un poderoso ladrido me haría reaccionar emprendiendo la huida.

Corrí despavorido maullando de terror, en ese instante deseaba poder volar ya que el can corrió detrás de mí y estaba a nada de darme alcance, quería al menos encontrar un árbol para poder trepar pues aquel en el que me ocultaba minutos antes había quedado cientos de metros atrás, para mi mala suerte mis patas me llevaron a una zona donde no había dónde trepar. Creí que tarde o temprano aquel can que no dejaba de ladrar terminaría por capturarme pero cuadras adelante mis esperanzas volvieron, doblé raudo en un callejón sin que este lograra percatarse y me escondí detrás de un contenedor de basura. El enloquecido perro siguió sobre la calle principal perdiéndome finalmente el rastro.

Respiré aliviado pero aún hecho un manojo de nervios, inhala y exhala eran las únicas palabras que me venían a la mente, una técnica que Abdiel me había enseñado un día involuntariamente. Poco a poco fui recuperando el aliento, pero cuando creí que sería el momento de regresar a casa una peculiar voz hizo que me detuviera en seco.

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