Atrapado

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Tras haber terminado el turno y depositar las armas en el armario, Horacio se dirigió al mostrador para verificar cuántas horas había trabajado y posteriormente salir de servicio. Afuera había una tormenta terrible, faltaba apenas un cuarto de hora para que fuese media noche y se escuchaban fuertemente a las gotas de lluvia aterrizar contra el asfalto.

—Compi, no creo que haya manera que se pueda pirar ahora —le dijo Leónidas, quien se encontraba asegurando las puertas de entrada a la comisaria. A esa hora ya solo se atendían alertas y el registro de denuncias estaba cerrado hasta la mañana siguiente.

—Sí... es lo que veo —contestó mientras asomaba la cabeza por encima del mostrador. En ese instante un fuerte trueno azotó los alrededores y el sonido retumbó tan cerca que Horacio se estremeció.

—No me diga que le tiene miedo a los relámpagos —se río su compañero en un tono burlón al ver cómo se escondía detrás del mostrador.

—Por supuesto que no. El héroe de la ciudad no se espantaría por estas cosas, son niñerías —le replicó con toda la seguridad que le podía salir en ese momento y dirigió sus pasos hacia el vestidor.

Pensó en Gustabo y en qué tan mal la estaría pasando con la tormenta, pues apenas hace treinta minutos se habían despedido y este le había dicho que pasaría la noche dentro del aparcamiento de garaje central. Horacio se acercó a su taquilla y comenzó a desvestirse, comenzando por el chaleco.

Había sido un día muy ajetreado, empezando por dos atracos seguidos en el que en uno, según Gustabo, había resultado abatido, aunque en su mente él sabía que malpasarse de sus horas de comida le había cobrado factura con un desmayo. Después habían acudido a tres persecuciones de robo de vehículo y por último habían detenido a un sujeto que estaba vendiendo maría cerca del gimnasio. Aún con todo ese historial de éxito, le costaba cavilar no recibir el reconocimiento por parte de sus superiores. Conway hasta esos momentos no le había demostrado nada más que porrazos y gruñidos, mientras que Volkov con su expresión imperturbable manifestaba más bien poco.

Después de cambiarse a su ropa de civil, Horacio se sentó en una de las bancas y sacó su móvil. En esos momentos no podía hacer nada más que esperar a que la lluvia parase para volver a garaje central a recoger su coche. Le mandó un mensaje a Gustabo para asegurarse que estuviese bien, pero tras no recibir contestación pasados unos minutos, supuso que ya debería estar dormido.

La puerta del vestuario se abrió dejando entrar a Volkov, quien al ver a Horacio detuvo su paso sorprendido.

—Horacio, ¿qué hace aquí? Conway antes de retirarse no me informó que estaría cubriendo el turno de noche.

—Ya, si yo iba a irme, pero ¿has visto la que está cayendo allá afuera?

—Te has quedado atrapado aquí, ya veo. Un segundo. —Volkov activó la radio de su hombro y comenzó a dar instrucciones a los compañeros del otro lado de la frecuencia mientras caminaba en círculos por todo el vestidor.

Horacio lo observó atento, inspeccionando cada milímetro de su cuerpo. Notó como los músculos de su pecho se marcaban a través de la camisa y eran aprisionados por la pistolera que llevaba puesta. El pantalón se ceñía a sus piernas largas y era imposible no reparar en lo ajustado que se le veía alrededor de los glúteos. Sus manos grandes sostenían con firmeza el aparatejo y sus labios no paraban de moverse con vehemencia, parecía molesto.

—¿Pasa algo, Volkov? —Le preguntó con cuidado y se puso de pie, mirándolo fijamente. Sintió un cosquilleó en su vientre que terminó por extenderse por su columna vertebral.

Cuando pase la tormenta (Volkacio +18)Where stories live. Discover now