Acerqué mi oído a la nariz de Beth mientras miraba su pecho y sentía su respiración en mi mejilla, pero ni escuchaba al aire salir por la nariz, ni veía el pecho hincharse ni sentía el aire de su boca en mi mejilla. Estaba claro que no respiraba. Había que pasar al siguiente paso: la reanimación cardiopulmonar

-¿Se tragó algo o dejó de respirar sin más? –levanté la vista para mirar a los que la habían socorrido hasta ahora, y no solo no me percaté de que allí era un extraño, sino que además les increpé- ¡oigan! ¡¿se tragó algo o dejó de respirar sin más?! –por suerte, a ellos no les importó, supongo que porque era su única esperanza. Uno de ellos comenzó a hablar balbuceando.

-Se desmayó sin más, no sabemos cuándo dejó de respirar –después de aquello sí que me habría rendido -podría estar muerta: desde la llamada hasta mi llegada habían transcurrido unos quince minutos, veinte a lo peor, si todo ese tiempo había estado sin respirar, lo más probable es que ya estuviera muerta- pero en aquél momento no me detuve a pensar en aquello, sino que inicié inmediatamente la maniobra, repasando constantemente las clases de mi primo.

Puse una de mis manos encima de la otra entrecruzando los dedos, después las apoyé en el lugar que creí correcto con los brazos totalmente rectos y recordé las palabras de mi primo: “treinta compresiones y dos insuflaciones. Las compresiones al ritmo que iría un corazón normal y las respiraciones igual. Treinta dos, treinta dos,…” y recordando aquello empecé. Uno… dos… tres… cuatro… -después me he preguntado varias veces como fue posible que aquella gente dejara actuar a un extraño, y siempre he llegado a la misma conclusión: no tenían otra opción ante alguien que parecía saber lo que estaba haciendo- veintinueve… treinta. Después coloqué mi mano izquierda sobre su frente, de manera que pude pinzar su nariz para que el aire que yo iba a darle no se saliera, y por otra parte la mano derecha la puse rodeando su mandíbula inferior para poder inclinar su cabeza hacia atrás y que el aire entrara y saliera mejor. Acerqué mi boca a la suya, y casi sin tocarla, soplé: uno… “dejas que el aire salga” dos… “dejas que el aire salga y sigues”.

Repetí tanto aquella secuencia que comencé a llegar a los límites de mi resistencia. Mi primo siempre me había dicho que “cuando se empieza una reanimación no se puede detener, salvo dos excepciones: que lleguen los servicios médicos o que el reanimador se canse y no pueda seguir”. Y yo siempre había pensado que hacer una reanimación no podía cansar tanto como para dejar de hacerla. Aquél día comprobé que eso puede ocurrir, aunque no fue mi caso.

Como os iba diciendo, llegué a tal punto de agotamiento que creo que perdí la cabeza durante un momento, el tiempo se ralentizó, los sonidos y los movimientos parecían ir a cámara lenta.

La burbuja se rompió con el sonido de la ambulancia, resoplé mentalmente porque aquél sonido era mi descanso, aunque aún tenía que aguantar unos segundos más, o eso creí, porque tuve la sensación de que la ambulancia tardó horas en llegar.

Cuando los sanitarios me apartaron del lugar me quedé mirando a Beth y el tiempo volvió a congelarse, además mi visión se difuminó –supongo que fruto del cansancio-. A duras penas pude ver como la montaban en la camilla y la metían en la ambulancia.

Acto seguido me caí de espaldas y me quedé mirando el techo del porche con la mente en blacno. Una de mis manos se había quedado encima de mi pecho, así que podía sentir mi corazón martilleando a la velocidad a la que antiguamente se escribían los telegramas, puede que incluso más rápido. Quité la mano porque no quería sentir aquello. Mientras, mi respiración acompañaba el ritmo del corazón.

Una sombra se acercó. Gwen.

-Vamos. La trasladan a Richmond.

Me incliné, apoyé las manos en el suelo para levantarme, pero los brazos me fallaron, temblaron como si fueran gelatina y se derrumbaron, así que volví al suelo. Volví a intentarlo, y cuando estaba a punto de caer de nuevo un par de manos me agarraron por cada brazo. Lo único que pude ver fue a dos hombres ayudándome. Una vez que estuve de pie pude llegar por mi propio pie hasta el coche. Y segundos más tarde marchábamos hacia Richmond. Joel conducía, y Gwen estaba sentada a su lado. Yo iba detrás solo, así que supuse que Maggie iba con Beth en la ambulancia.

He de reconocer que el trayecto no fue fácil. Silencio. Tensión. Miedo. Nervios. El sonido de la ambulancia a lo lejos.

Por suerte la situación en el hospital cambió.

Estábamos en la sala de espera. Maggie y Gwen no podían ocultar sus nervios, que se desbocaron cuando un médico se dirigió a nosotros.

-Por favor –dijo dirigiéndose Joel y Maggie- vengan por aquí por favor –ellos siguieron al médico mientras Gwen se había quedado petrificada.

-Salgamos a tomar el fresco –ella me miró y pude ver sus ojos empapados en lágrimas. Sabía que si seguía viéndola así no podría reprimir mi tristeza, así que la abracé para que no me viera llorar.

Aquello supuso un refugio también para ella, que dio rienda suelta a sus emociones.

Pasados unos minutos sus padres aparecieron. Joel venía detrás hablando con el médico a paso lento. Parecía haber perdido el miedo, pues se asemejaba a aquél Joel que me recogió en coche esa misma mañana. Por su parte, Maggie venía delante de los dos caminando a grandes zancadas, como si estuviera a punto de arrancar a correr. Sus ojos brillaban como brillan los ojos de alguien que acaba de llorar o que está a punto de hacerlo. Sin embargo su boca esbozaba una especie de sonrisa, como alguien que quiere reír pero no puede o no quiere hacerlo.

Gwen y yo, al verlos, nos separamos para recibir las noticas. Maggie incrementó su velocidad y cuando estaba cerca se abalanzó sobre mí y me abrazó. Aquello me sorprendió tanto que en un principio no le devolví el abrazo, sino que me quedé mirando a Gwen con sorpresa, mientras ella hacía lo propio conmigo.

Joel se despidió del médico y se acercó a nosotros. Maggie me soltó y abrazó a su hija. Joel me extendió la mano. Y yo se la estreché. Pero seguía igual de confuso.

-Gracias –dijo Joel mientras seguía estrechando mi mano. Yo supuse que era por haber socorrido a su hija, la cual, por las caras que presentaban sus padres, parecía estar bien.

-Los médicos nos han dicho –empezó a hablar Maggie, a quien aún le costaba articular las palabras- que los primeros auxilios han sido vitales para preservar la vida de Beth –y rompió a llorar, supongo que por vislumbrar la idea de la muerte de una de sus hijas. Volvió a abrazarse a Gwen.

-Disculpen –una voz irrumpió por detrás de Joel, que se giró para ver quien pedía nuestra atención. Era otro médico- ya pueden pasar a verla.

Desfilamos por el pasillo hasta la puerta de la habitación. Entramos uno por uno. Yo entré en último lugar, porque, en cierto modo, no conocía a Beth e imaginé que Gwen estaría deseando ver a su hermana. Ambas se abrazaron. Cuando se separaron pude ver su cara angelical. Parecía un poco avergonzada.

-Este es Josh –dijo Gwen sonriendo. Beth pareció avergonzarse porque no dijo nada.

Me acerqué a ella porque sabía que no iba a abrir la boca. Cuando estuve al filo de la cama me incliné y le di un beso en la frente.

-Encantado de conocerte –le dije sonriendo mientras me retiraba- veo que la belleza os viene de serie –dije refiriéndome a las dos hermanas. Joel y Maggie sonrieron y se abrazaron.

Todo estaba bien.

AQUÍ TERMINA EL EPISODIO EN EL QUE CONOCÍ A BETH.

AHORA EMPEZARÉ CON EL ÚLTIMO CAPÍTULO NECESARIO PARA PODER EMPRENDER LA AVENTURA DEL DIARIO.

EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO CONTARÉ DE FORMA RESUMIDA CÓMO COMENZÓ LA RELACIÓN CON GWEN, NUESTROS ALTIBAJOS Y EL INICIO DE LOS SENTIMIENTOS HACIA BETH.

SERÁ MUY INTENSO, PUES YA HAN PASADO SIETE AÑOS DESDE EL EPISODIO EN EL QUE BETH CASI MUERE.

SIN SALIDAWhere stories live. Discover now