I.

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Título: La costilla de Adán.
Pareja: Jean Kirstein x Fem!OC.
Especificaciones: AU! Universidad.
Dedicado a Hechademar, aprovechen y visiten el perfil de la talentosa chica.

Dedicado a Hechademar, aprovechen y visiten el perfil de la talentosa chica

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Jean suspiró, derrotado. Sobre su cabeza había una nuble invisible de penurias que encajaba con el decadente ambiente congregado en su entorno, las luces en su interior poco a poco se iban apagando por el soplo del viento y sus acordes tornándose en tristes oraciones acortadas en un párrafo incompleto. Estaba cansado del fracaso, de ser un bastardo sin gloria que mendigaba migajas de amor a una joven que ni siquiera le miraba con aquellos ojos, consumiéndose en canciones tristes que se convertían en un suplicio silencioso que callaba y solo podía expresar, a través de su música y sus acaramelados orbes, el frustración que habitaba en su corazón porque nunca era suficiente, los esfuerzos siempre se reducían a polvo y la convicción se oxidaba, enjaulando su paz en una mazmorra abandonada.

Sumergido en un profundo y misterioso océano que lo empujaba al fondo, conociendo a los monstruos reinantes de la oscuridad tenebrosa del agua, en un pozo de desesperación que se manifestaba en su alma, extinguiendo de pronto la magia. No era creyente, se consideraba agnóstico si alguien le preguntaba pero eso cambió de forma drástica cuando vislumbró esos irises dorados con vestigios de verde bosque.

Como un tonto perdido en el espacio, divagando entre estrellas muertas y con los nombres de sueños olvidados a su alrededor. Deseaba aterrizar, que le enseñaran poner sus pies sobre la tierra y mantenerlos, aunque sus pensamientos navegaran en una cúpula infestada de bienaventuranzas. ¿Qué solución hallaría? Si se encontraba nadando en un amplio mar con muchas alegorías, poemas que le abrazaban el corazón frío por la soledad y le hacían sentir que quizás, podría atrapar la mariposa que obsequiaba felicidad, siendo la mayor casualidad vestida de esperanza que al vuelo lo entregaría.

Mar, quien no paraba de escribir versos en un arrebato de inspiración, percibió que le observaban y parpadeó suavemente para detallar a los individuos que se hallaban demasiado ocupados en sus preocupaciones como para notar a una chica que no dejaba de escribir aunque le doliera el túnel carpiano. Apreció esos inverosímiles faroles almendra que le cegaban, quitando todo rastro de sombras, coronado por los hermosos rayos de sol como el Mesías que tendía su mano y le sonreía, aunque ese gesto no correspondía a la turbia melancolía que lo ataba a una realidad distinta.

— ¿Son ideas mías o Kirstein viene hacia acá? —preguntó Griss, su amiga, que comía sushi y la picó con uno de sus palillos en el hombro.

—Creo que estamos compartiendo la misma alucinación, entonces —respondió la castaña, abriendo los ojos desmesuradamente.

Pero no recibió una contestación de la azabache, quien la giró de manera brusca, pellizcando sus mejillas con fuerza y dándole palmadas para que adquirieran un dulce tono bermellón en contraste con su tez pálida—. ¿Qué... carajos haces?

—Tienes un saludable color de persona anémica, como un personaje que escapó de una película de Tim Burton. Con eso agarrarás color —la morena sonrió, haciéndola volver a su posición para chocar con la presencia de su amor platónico que recién se detenía frente a ella.

—Uh, gracias —le murmuró, a lo que la contraria aprovechó para marcharse con el pretexto de que Erwin la había llamado para avisarle que la esperaba en la biblioteca. Mar sonrió al muchacho, peinando uno de sus rizos dorados con los dedos por los nervios—. Hey, hola.

Quiso darse un golpe mental por aquello, ¿en serio era lo único que se le ocurría? Llevaba colgada por ese chico desde que se conocieron en la fiesta de bienvenida y todavía no hallaba la forma de acercarse sin parecer una retrasada subnormal.

—Hey, no te vi en clases esta mañana —soltó lo primero que pensó, sintiéndose bastante estúpido porque los escasos gramos de valentía se iban escapando cuando le sostenía la mirada a esa bella chica que lo embelesaba.

—Tuve varios percances, ya sabes, la lluvia siempre tiene ese efecto. Por un momento casi me quedo parada en un charco y desisto de venir —contó, jugando con las mangas holgadas de su suéter celeste.

Él la vislumbró tan bonita, apacible y con las alas rotas. No necesitaba estudiar psicología para percibir ese halo de resiliencia, la aceptación que se leía en las manchas verdosas en sus irises y por como se comportaba cuando alguien le hablaba. Por supuesto que estaba enterado de las circunstancias que habían transitado en la autopista de su vida, colmada de desaciertos que con mucho esfuerzo se empañaba en dejar atrás y recuperarse de los pasajeros emocionales que simplemente la olvidaron como si no significase absolutamente nada. Era verdad que no profesaba ninguna religión, pero se vio confesándose mortal cuando Mar se dirigía hacia él, con voz suave y meliflua, tan calmada que se asemejaba a las brisas primaverales que se habían extraviado en su memoria con la llegada de la adultez.

Era expuesto por esas luminarias que diferenciaban los colores de su ser, atisbando con sagacidad que si Dios era espíritu y no poseía un cuerpo de carne, sino que se debía a su composición tripartita, vertió de ese mismo poder en el chasquido de gracia y aliento a la costilla que le faltaba, convirtiéndola en esa preciosa fémina que lo observaba ansiosa, aguardando una explicación por su extraña conducta.

—Me alegra de que no fuera así —le dijo, hinchándose el pecho de valentía y pidiéndole su mano para que le acompañara—, porque quería verte.

— ¿Con que propósito, Jean? —indagó, sus delgadas cejas alzadas en expresión desconcertada, aquello no se lo imaginaba. Después de todo, solo habían conversados para acordar citas de estudio.

—Quiero tener algo en que creer y eso, eres tú.

El vals de los muertos | SNKWhere stories live. Discover now