El altar que Edward había alzado para oficiar la ceremonia era maravilloso. Un arco redondo de ramas verdes, adornado con multitud de flores de tonos azules. Había sillas dispuestas a ambos lados de un pasillo que llevaba hasta él. La hierva del suelo era fina, fresca.

Eathan y yo pasamos andado por ese lugar, y Edward se giró para vernos a ambos. Sus ojos se sobresaltaron, como si hubiese visto el futuro, o el final. Sonrió ampliamente y abrió sus brazos mostrándome su obra de arte. Lo abracé con fuerza y murmuré sobre su cuello:

—Edward Shötwöon, eres, con total seguridad, lo mejor de toda mi vida. —Eathan enarcó una ceja y dudó con una sonrisa burlona.

—Los bizcochos de la señora Fabyä te gustan mucho más que cualquiera de nosotros.

El brujo me miró a los ojos, con ese brillo morado sobre ellos que comprobaba como estaba mi cuerpo y mi alma.

—Invité a Damon, pero no va a venir si tú no le permites que venga. —Se me encogió el corazón—. Ponte el anillo, Eirel. Hablad. Necesita a su reina cerca, por favor, en Save no va todo como debería... —rogó.

La mirada de ese brujo fue suficientemente persuasiva. Me encogí de un hombro y asentí. Él se destensó y agradeció algo al cielo con rapidez. Luego me cogió la mano con ternura y me susurró:

—Gracias... Sé que pasó, hablé con él, también con Robert, coincidimos ambos, es gilipollas, pero... Ese gilipollas te necesita...

Rebufé y miré a Eathan de soslayo. Parecía que la opción de mirar las flores era mucho más atractiva para él que la de darme la oportunidad de conocer su opinión con una mirada.

Crucé el jardín de nuevo, dejando a Eathan con Edward, que le había pedido sus enormes brazos para algo que sabía que solo era una excusa para mantenerle lejos de mí, y de Damon. Una vez en mi habitación, coloqué mi coraza de gala sobre mi pecho, asegurándola, acariciando el tafetán azul con las manos, mirándola en el espejo.

Esa prenda significaba tanto, que no había mejor día que ese para lucirla. El Guardián de Escolapio, legitimo, escogería a su sucesora, igual de legitima que ella, igual de poderosa algún día, y a la que amaba como una hija nacida de su entretela.

Abrí el cajón de la cómoda, sostuve el anillo un segundo sobre la palma, y cerré mis dedos sobre él. Armándome de valor y orgullo. Yo no tenía que pedir disculpas ni sentirme culpable. Jazmines en el aire, en menos de medio pensamiento.

—Si esto no es vivir al límite, que baje el Destino y lo vea. —su tono burlón me llegó desde atrás.

Por el reflejo del espejo pude verle plantado, con sus manos tras la espalda, fingiendo despreocupación cuando yo sabía de sobras que era esa armadura, esa coraza que se ponía para fingir que no estaba hecho en mil pedazos. Me giré y dejé el anillo a mi lado, sobre la madera. Eso le rompió una parte de su personaje, eso lo quebró y a mí me dio fuerza.

—Te he dejado venir porque formas parte de mi familia, de la gente a la que amo, y es un momento muy bonito de mi vida. Quiero que estés en él, igual que has estado en los malos.

Él fue a hablar y lo detuve enderezando mi mentón. Quería hablar yo, quería hacerme respetar, no iba a permitirle que pasase por encima de mí, bajo ningún concepto. Yo seguí:

—Espero que este tiempo que has tenido para pensar haya sido suficiente para entender que no vas a atarme, ni que voy a vivir a la sombra de tu poder. Soy Guardián, yo tengo mi propio país, mi propia vida y mi responsabilidad. Si no vas a aceptar eso, metete en un portal y desaparece de nuevo.

Mi voz era dura, tanto que pude sentir como le temblaba el alma a ese Demonio. Paseó por mi habitación, mirando la cama.

—He tenido mucho tiempo para pensar en muchas formas de pedirte disculpas... —Miró mi cuerpo y luego otra vez las sábanas. Enarqué una ceja y lo miré fría.

—¿Confías en mí?

—No. —La madera del tocador crujió bajo mi mano—. Todavía no, pero lo haré —añadió en tono conciliador.

—Promételo —ordené. Sus ojos se deslizaron hasta los míos.

—No. —Sostuvimos nuestra mirada.

—Entonces, no sé qué estamos haciendo, teniendo esta conversación si seguimos en el mismo punto. —Se acercó a mí, lentamente. Cogió el anillo y atrapó mi mano.

—Prometo amarte, protegerte y estar a tu lado eternamente, siempre. Prometo hacer lo imposible por mantenerte a salvo, Eirel Kashegarey...

Besó mi frente y deslizó el anillo en mi dedo de nuevo. Se apretó contra mí, lo suficiente para apretarme contra la cómoda. Apoyó su frente sobre la mía y rezó:

—Mi mundo se va a la mierda. Mi país está siendo punzado por algo que no vemos, por algo que se escapa a mi comprensión, y lo único que me mantiene de pie contra todo, es saber que todavía te tengo cerca, segura, viva y que todavía puedo oler las rosas de tu perfume. Aprenderé a amarte como tú desees que lo haga, solo dame tiempo, tenemos toda la eternidad... Solo... Ten paciencia conmigo, te lo ruego...

Susurró eso ultimo sobre los surcos de mis labios, buscando un beso. Una semana, sin tenerlo junto a mí, ni olerlo, ni sentir el tacto de sus manos. Lo dejé presionar sus comisuras contra las mías, fugazmente. Un beso suave, cariñoso, una disculpa tierna y sublime. Me separé de él, apartándole mi rostro del suyo hacia un lado cuando carraspeé y dije en un aliento:

—Vamos abajo, nos esperan. Luego seguiremos con esto... —Su cuerpo se relajó, el mío también.

Bajamos al jardín, uno al lado del otro. Damon vestido de negro, como el Rey de Save que era, yo esta vez, de azul rey, como el Guardián que era, y no iba a dejar que nadie lo olvidase.

Anna corrió hasta mí, se tiró a mis brazos y la levanté con fuerza. Se había vestido con una coraza, igual que yo. Arys sonrió alegre al ver que mis ojos brillaban de emoción. Lo había preparado ella, porque sabía que esa vez, merecíamos vestir ambas como lo que éramos: Poder.

Poder militar y la fuerza de Eralgia, sin tul, sin raso, sin satén. Armaduras de tafetán, simbolizando las mismas que vestiríamos en un campo de batalla por defender Eralgia, y a quien hiciera falta. Mi madre y mi amiga nos miraban orgullosas. Mi espada brillaba como el sol, enfundada en mi cintura y algún día, brillaría también la de mi hija en la suya.

Yarel, Líomar, Eathan y Edward serían nuestros testigos, aquellos que certificarían con su firma que habían presenciado nuestra unión. Frente la ley y frente a los Dioses. Nos esperaban los cuatro, de pie en ese altar al final de ese largo pasillo.

Bajé a la pequeña de mis brazos y le cogí la mano. Un escalofrío nos recorrió a amabas. Nos miramos, sus ojos azules bailaban de felicidad, los míos, bailaban de amor y esperanza. Andamos hasta el altar, en el que se encontraba Edward, con un bonito libro entre las manos.

Los invitados que nos rodeaban nos miraban estupefactos. Esos hombres que querían casarme con Damon para que engendrase un heredero a ese trono de Save con poder sobre Eralgia, para unir ambas coronas, tenían frente a ellos a una mujer con una niña huérfana, cogida de su mano, a la que iba a escoger como hija.

Una patada en la boca a todos esos que buscaban dominarme, porque, nadie, nadie podía llevarme la contraria en ese aspecto, no había ley escrita sobre eso. No había ley alguna que contemplase la prohibición de elegir una heredera por un lazo de sangre, me había cerciorado con horas en mi despacho.

Mis amigos, mi familia estaba ahí. Mi madre junto con Arys, sentadas a primera fila. Damon, con Robert, Zalir y Belfegör a un costado, más apartados, de pie. Gregör cerca de ellos, sonriéndome, dándome confianza.

Algunos de los amiguitos de Anna, gente del pueblo, la señora Fabyä y su marido, amigos de mi familia, gente amada y querida. En algún lugar, cerca de nosotras, mi padre, Arbenet, Alarich, Caín, Khäi...

Tambiénsupe que los padres biológicos de Anna estarían a su lado, cuidándola, amándolay dejándome amarla a mí también, y protegerla como lo habían hecho ellos. Sobrenosotras, una fuerza, alguien que había puesto en mí su fe, también la pondríasobre mi hija: Escolapio. Le rogué que la protegiera, más de lo que me habíaprotegido a mí. 

ERALGIA IV, La CondenaWhere stories live. Discover now