99. Cartas

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Preparé junto a Edward la defensa de Kayen, no teníamos mucho, y parecía que él no estaba dispuesto a colaborar, pero no iba a darme por vencida. Kayen merecía salir ileso del juicio, no era un traidor y no iba a permitir que le acusasen por ello. Encontrar a Axel parecía imposible, sabía que ese punto en el mapa sería un tiempo perdido, que estaba buscando distraerme para alejarme de algo que estaba cerca. De algo que se estaba alzando en mi contra y que empezaba a respirarme en la nuca.

También había la posibilidad de que Axel pretendiera darme una distracción provocando esas revueltas de algún modo. Atizando la llama. Puede que le tuviera más encerrado de lo que creía. Puede que me quisiese poner trabas dentro de mi propio país para alejarme de él, y entonces, ese punto tendría sentido, pero no... Había algo que se me escapaba. Gregör se mostraba más esquivo conmigo desde que le llevé la contraria, y me preocupaba, era alguien valioso para mí y poderoso, pero no iba a caer en esa trampa. No iba a ceder. Iba a ir a por Axel cuando él no lo imaginase, iba a irme a ese punto del mapa cuando él creyese que yo ya no le quería para nada. Con la guardia baja le atraparía, y esta vez, le iba a dar caza definitiva.

Hablar con Damon hubiese sido lo más sensato. Lo sabía, y lo rehusaba. Estaba inmersa en la felicidad de ese momento, no quería romperla, y él lo haría. Él me recordaría una parte de mi que ahora quería alejar. Quería ser madre, ser amante y madrina, ser hija y amiga, ser Eirel, la que era más humana, más mujer. Menos monstruo. Quería descansar de ese papel, de esa bestia en la que me convertía a veces. Quería mi ración de felicidad ¿Tanto pedía? ¿No lo merecía? ¿Al menos por unos días?

Visité un par de cientos de veces a mi ahijado y a su madre. Le conté lo pasional que había sido nuestra noche, con Anna entre nosotros. Mi amiga se había reído de mí otro par de cientos de veces. Por no decir la risotada que soltó Edward cuando harto de insistir en mi narración de los detalles, tuve que contarle los hechos. Quería tener intimidad con Eathan, y a la vez, no era primordial, no era una necesidad acérrima, no era ese impulso salvaje que había tenido por... Damon... Era algo más, natural, más tierno, menos desesperado. Aunque se me iban los ojos tras él cada vez que asomaba su cabeza por la puerta de mi despacho. Edward chasqueó los dedos ante mí.

−¿A quién estabas viendo desnudo, querida? −Me ruboricé− Anda, que he acertado... −Me palmeó el hombro− ¿Tenemos claro lo que hay que aportar para defender al cabeza-hueca de Kayen? −Afirmé− En ese caso, que los dioses se apiaden de nosotros... Y que les dé un ataque a todos esos abuelos y se mueran todos. Que lo dicho y deseado se cumpla −Se santiguó, llevándose los tres dedos de la mano derecha a la boca, luego al pecho y por último señalando al cielo. Casi estuve por rezar lo mismo que él.

−En el juicio Mörgän no va a tener piedad alguna. Kayen mató a mi padre de forma consciente, solo espero que no se meta en ese aspecto contra nosotros. Solo deseo que sea rápido, que dicten sentencia, y luego −Cogí aire, repensando lo que iba a decir− luego iniciaremos nuestra guerra. Debemos tumbar el Concejo como sea. Hay que revertir las leyes, y hacerlo por las buenas sabemos que es imposible −Froté mi rostro agotada− ¿Cómo pueden ser tan criminales los de mi raza? −Edward se sentó sobre la mesa, mirándome.

−En todas las razas hay criminales, Eirel. En la tuya, muchos, en la mía, también. Ketsyä era una de ellas, Iris otra. Ellos se rebelaron contra los vuestros −Me quedé mirando a la nada.

−Y con razón... Y ahora yo estoy luchando por lo mismo que lucharon mis enemigos −Miré al brujo que me observaba con terror− Edward, Ketsyä e Iris, ambas lo dijeron, incluso Alarich, buscaban derrocar un país de ineptos, y tenían razón.

−Querían aniquilarlo por la fuerza con muertes y guerra.

−¿Acaso lo mío va a ser una merienda popular? Será una guerra, como la suya. Puede que, sin tantas víctimas, y con menos sed de sangre, con más cabeza y con planificación, por una buena causa, pero... Yo aplasté un enemigo que tenía razón, porque luchaba contra monstruos y resulta que era yo misma la que los defendía −El brujo suspiró abatido.

ERALGIA IV, La CondenaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant