Capítulo 25

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POV: Adara

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POV: Adara


Salí de esa revelación y de mis labios se escapó un lamento que cerró mi garganta.

—¡¡Enzo!! —grité llena de un perpetuo padecimiento, pasando mis manos con brusquedad por la compuerta. La arañé. La golpeé. Creo que me partí una uña, no lo sé. El dolor físico no era ni de lejos como el emocional—. No, cariño. Tú no. Tú no —me dejé caer arrodillada contra el suelo con el cuerpo inclinado.

Mi mundo se desmoronó. La cabeza me daba vueltas. Iba a vomitar. Sentí la bilis subir por la garganta, quemándome. Sofoqué un jadeo y luego otro, era como si alguien me estuviera comprimiendo el pecho, lo aplastara a modo de saña. Y fue en ese momento que me di cuenta que las mentiras y los secretos se habían quedado reducidos a la nada. Qué no importaban. Sé que no tenía ningún derecho a guardarme esos secretos. Pero también sé que tuvo una razón para hacerlo. Ahora lo sé. Debí dejar que se explicara.

Y ahora él estaba muerto.

Me lo imaginé al otro lado de la compuerta, sumergido bajo el agua, ahogado, sin un latido de vida. Los jadeos se volvieron sollozos y las lágrimas bañaron mi rostro pálido y demacrado.

«Tú eres la luz de mi existencia, Adara. Sin esa luz, no soy nada.»

Sus últimas palabras, cálidas, tiernas, protectoras, amantes de mi amor, recobraron fuerza, y el dolor salió a borbotones, doblándome de un dolor que nunca antes había padecido en la vida.

Poco después sentí como alguien me movía el rostro. Sentí el hocico de Shamus que gemía intentando llamar mi atención.

Lo miré llorosa con los labios temblándome.

—¿Por qué Shamus? ¿Por qué tuviste que desviarte? —le reclamé con la voz baja sacudiéndose mi pecho—. Está muerto.

Él se sentó sobre sus cuatro patas y torció la cabeza en un gesto de confusión. Y aulló. Sé que no le gustaba verme llorar, por eso siempre me lamía el cuello y no paraba de pedirme a su manera que cesara el llanto. ¿Pero cómo podré cesarlo? ¿Cómo podré cesar el dolor que me estaba matando por dentro?

Mi corazón no dejaba de sangrar.

Me abracé las rodillas y quise dejarme vencer por el dolor, porque no podía apartar de mi cabeza ese momento donde nuestras miradas se cruzaron por última vez, y cuando esa revelación me hizo ver su muerte.

No podía creer que mis últimas palabras hacia Enzo fueran: «Quiero que hagas una cosa, Enzo. Qué dejes de sobreprotegerme, de pensar en mi seguridad. Déjame respirar. Déjame mi espacio. Ya no más. Estoy harta

Hipé descontrolada. Oculté mi rostro entre mis rodillas, sacudiéndose mi cuerpo por el llanto. No lo pensaba de verdad. Solo estaba dolida y sé que eso le heriría. Sé lo cabezota y protector que era, y por eso se lo dije. No lo pensaba de verdad. ¿Cómo pudiste hablarle así? Me recriminé odiándome.

El latido del deseo. Parte 1 [Deseo Éire #3] © (+18)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant