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Bruno

Era una situación completamente surrealista. Danna de nuevo sentada frente a mí, tomando una taza de té en mi despacho, justo como cuando recién nos casamos. En esos días, tan lejanos ya, yo aspiraba a tener toda una vida con esa belleza frente a mis ojos; en ese entonces yo era un muchacho apenas, recién graduado de la Universidad, y ella, para mi era una diosa hecha mujer, la perfección en gracia, y cuerpo. Claro hasta ese abominable día en el que ella se fue, sin mirar atrás.

-¿Así que anulaste nuestro matrimonio?- preguntó con una sonrisa burlona bailando en sus labios.- ¿Qué motivo fue el oficial?

Aún no podía creer su desfachatez, preguntarme eso de esa manera, como si el saber su verdad no me hubiera destrozado el corazón, dejándome cicatrices que aun, después de tantos años, no sanan del todo.

-La única verdad que acepté decir es que te fuiste, me abandonaste por un mozo de cuadras.- le dije calmado, después de todo, ya no dolía tanto recordarlo.

Ella rió.

Indolente.

Malvada.

- ¡Que humillante para ti! Pero supongo que fue mejor que decir la verdad ¿no?- No podía creer que en un pasado yo había amado esa sonrisa suya. Su poca vergüenza me daba ganas de borrarle esa sonrisa a golpes. Pero me prometí a mi mismo no volver a perder el control. Menos frente a ella.-Sin embargo, ahora entiendo porque reemplazaste a todo el personal de la casa. ¡Ay mi querido Bruno!, acepto que te debo una disculpa. Todos merecen el perdón, así como yo te he perdonado por lo que me hiciste.

Y volvió a sonreírme, como ese día en el que la vi bajando por las escaleras de la casa de sus padres. ¿En serio pensaba que la podría perdonar? ¡Lo que sucedió ni Dios lo perdona!

-¡Cállate! Lo que yo hice no fue más que reclamar mis derechos de esposo que tu te negabas a darme, a pesar de toda la paciencia que tuve, a pesar de todo el amor que te profesaba- le grité. Ya no podía más. Esa vil mujer, era el pecado encarnado.- ¡¿Crees que puedes venir aquí a reírte de mi y decirme todo eso?! ¿Piensas que puedo perdonarte? ¿Crees que te voy a creer que esa bastarda es mi hija?

Danna me miró asustada, como en esa noche fatídica, en donde en un arrebato de ira, anhelo, y desesperación ante su negativa, hice algo horrible.

-No...-dijo a media voz.-...tu bien sabes que ella no puede ser hija de nadie más. Tiene seis años, casi siete, nació en noviembre, justo nueve meses después de que me fui. Tu sabes...Que yo jamás podría haber estado con otro hombre. Nunca.

Eso lo sabía de sobra, pero me negaba a reconocerlo, ni siquiera a mi mismo. Pero era cierto, Danna no podría haber yacido en el lecho con ningún hombre, al menos no por voluntad propia. Su naturaleza se lo impedía.

-Lo sé...-dije dándome por vencido. Podías sentir mis ojos a punto de estallar en llanto de nuevo.-...Lo hubiera preferido, mil veces, a que fuera otro hombre con el que te encontré besándote esa noche. Y no ella.

Recordar esa noche en la que mi vida entera se había desmoronado, aún me quemaba el alma. Esa noche en la que la ví dándole a la señorita McKeller, la máxima demostración de afecto, que, a pesar de yo ser su esposo, de yo amarla con mi alma, de haber sido el esposo más paciente con ella, pensando que simplemente no estaba lista para reafirmar nuestra unión, no bastó para que ellas dos se encontraran carnalmente. Y luego la rabia que esa imagen generó en mí, es algo que jamás espero volver a sentir en mi vida; no era yo mismo, y en lo único que pensé fue en reclamar lo que por derecho me pertenecía. Después vino su llanto desconsolado, y mi conciencia ardiendo, me convertí en un verdadero monstruo para ella y para mi.

La Institutriz (Saga Montgomery #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora