Lily tiene un secreto ©

Capítulo 5

Un gol para ti
Lily

Escuchaba una canción que me gustaba mucho, la escuchaba una y otra vez, tantas veces que luego de varios minutos comenzó a parecerme molesta; entreabrí los ojos y la luz apenas sondeaba de forma oblicua a través de la ventana. Reparé en que el sonido venía de los pantalones de Stefano y no solo fui consciente de eso, sino de que me encontraba acostada contra su pecho, él tenía la camisa desabotonada, la tinta bajo su piel se extendía por cada centímetro del famoso six pack. La palma de mi mano estaba apoyada justo en ese lugar y la aparté únicamente para sacar el móvil del bolsillo de su pantalón. Con solo un ojo entreabierto apagué la alarma. Aún era temprano, así que sin prisas me quedé recostada a su lado, mirándolo.

Estaba relajado, sus labios emitían un murmullo bajo; ni siquiera recordaba en qué momento nos quedamos dormidos, mas no importaba. Su presencia ayudó a no sumirme en depresión por la noche anterior, lo cual no sucedía a menudo, por lo regular olvidaba esas noches, echándolas bajo llave a un lugar en mi mente donde no solía pasearme.

Estiré un poco el brazo y le quité el cabello de la frente, estaba largo, rapado por los costados de su cabeza, parecía un chico punk y rudo, los piercings en su cara me gustaban, sus tatuajes también.

Sonreí y me incorporé, poniéndole fin al acoso sobre mi vecino. Fui hacia mi pequeño baño, desnudándome sin prisas, no había mucho que desprender, el tipo con el que estuve anoche rompió mis medias y la ropa interior, se trató de un senador, un hombre de buen ver, adinerado, con porte elegante y que me trató como una reina, dejando en mi bolsillo más dólares de los que esperaba. Disfruté del sexo con él, sin embargo, al pasar el placer del orgasmo, la depresión me castigaba, haciéndome sentir sucia.

Mi vida se basaba en sentirme en la cúspide del cielo y luego en lo más bajo del infierno.

Seguramente por el hecho de que, a pesar de disfrutar del sexo, si lo hacía era porque me pagaban, no porque lo hubiera elegido directamente. Bien podía salirme de esto, pero las deudas, más que nada de la universidad, negaban con dureza ante esa idea. Era difícil conseguir trabajo para un estudiante y la paga no era mucha.

Lavé mi cuerpo con cautela, siendo minuciosa con cada parte. Estuve bajo la regadera un par de minutos, posteriormente salí envuelta en una toalla con el cabello húmedo. De un cajón saqué unas bragas negras de algodón y un sostén del mismo material sin varilla, me molestaba.

—¿Tratas de seducirme? —Inquirió Stefano, estaba acostado de lado, con un brazo debajo de la almohada y su mirada fija en mi cuerpo semidesnudo.

—No necesito desvestirme para seducir —repliqué, guiñándole un ojo.

—Siempre tienes algo bueno que decir —masculló—, y que me deja como un estúpido.

—No lo hago a propósito.

Descolgué una blusa de lana de cuadros negros y rojos, me la coloqué y enseguida me puse los jeans entubados.

—¿No piensas levantarte? —Pregunté, ahora él mantenía los brazos por detrás de su cabeza, en esa posición con la camisa abierta, lucía bastante sexi.

—Tu alfombra es cómoda —señaló. Sonreí y me dirigí a la cocina.

Dejé el pan tostado en la mesita pequeña que me servía como barra, fui por el queso crema y unas pocas fresas que me quedaban en la nevera. A continuación, puse la cafetera y volví a preparar el pan. Stefano se incorporó, guardó su móvil sin siquiera revisarlo.

—Iré a darme un baño —anunció, estiró el brazo y agarró un pan tostado.

—De acuerdo.

Se dirigió a la puerta, pero antes de que se fuera lo detuve.