Le respondió a su mensaje de buenos días y, sin pensarlo mucho, le envió otro muy conciso.

Margarita: Me gustaría que nos viéramos. Te extraño mucho.

A lo largo de los días —desde la vez de aquella sorpresiva reunión en casa de Melissa—, ellos se habían estado comunicando por mensajes y, algunas veces, por las noches se llamaban antes de ir a dormir. Sí, todo en ellos estaba bien, pero a su vez era como estar congelados en el tiempo, sin poder avanzar, por temor a dar un paso en falso.

Y quizá ya era la hora de dar un salto al vacío, consciente de que abajo, alguien estaría para sostenerla.

Andrew: ¿Acaso me leíste la mente? Porque justo estaba por invitarte a almorzar.

Andrew: Dime a qué hora y lugar paso por ti.

Margarita: Estoy en la clínica, yo llego a tu trabajo, me queda de paso.

Andrew: Como gustes.

Andrew: Pero solo avísale a Melissa, porque te robaré lo que resta del día.

Su cita con la ginecóloga fue rápida gracias a que todo estaba muy bien, así como la doctora le dijo que a finales o inicios del otro mes, junio, su hija estaría naciendo. A eso de las once de la mañana salió de la clínica, pensando en que pasaría por un centro comercial que estaba en las cercanías, para esperar las horas que faltaban para que dieran la una de la tarde y Andrew saliera de trabajar.

Anduvo hasta dicho lugar, bajo un clima agradable gracias al clima opaco por las recurrentes lluvias. Caminó alrededor de tres cuadras, por lo que no fue problema para su estado, hacer dicho esfuerzo. Entretanto, y en el interior de una cafetería, se sumergió en sus pensamientos y pasó todo lo demás a un segundo plano. Margarita comenzó a planear lo que le diría a Andrew. Ya no podía mostrarse insegura, ni siquiera insinuarle a este último que dudaba de sus intenciones y de la determinación de las mismas. Eso, si se lo pensaba bien, resultaría como una ofensa a la inteligencia y palabra de Andrew.

Y Maggie sabía que, dudar de ello, era como dudar de él.

Andrew le llamó cuando faltaban poco menos de quince minutos para la una; y quedaron que él llegaría ahí. Maggie cortó la llamada, y miró hacía el ventanal que estaba a un costado de su mesa y notó que había alguien parado, observándola. Para cuando se percató de ello, esta figura alta y gruesa giró sobre los pies, y se perdió entre el mar de gente.

Ella pestañeó un par de veces, mirando aquel punto previo, en donde vio a ese sujeto, mismo que no pido reconocer dado que llevaba un anorak con la capucha puesta. Tras unos minutos, su celular alertó una llamada. Atendió sin molestarse en leer el nombre que brillaba en su pantalla.

Hola, estoy un poco atascado en el tráfico, pero llego en unos quince minutos...

La idea de permanecer más tiempo en el lugar, la llenó de desconfianza y cierto recelo.

—Me gustaría que me llevaras a aquella cafetería, la de nuestra primera cita. —Y Andrew, como era de esperar, aceptó sin reprochar—: Saldré y me pasas recogiendo, ¿te parece?

Perfecto, yo paso por ti y te llevaré a ese lugar —Y la emoción fue muy clara en su voz.

¿Y cómo no?, si ante la posibilidad de que aquella tarde todo entre ellos se solucionara, la felicidad rebozaba en su pecho, junto a la tentación de pisar a fondo el acelerador, pero se contuvo y se exigió calma.

Margarita pagó la cuenta y salió de la cafetería, cruzó a la izquierda, rumbo a la salida más cercana. Anduvo tranquila, pero alerta, mirando a su alrededor y percatándose de las personas que pululaban a su alrededor. Andrew la pasó recogiendo y la llevó hasta aquella cafetería que quedaba en las periferias de San Salvador, en una zona alta. El mismo contaba con una diseminada neblina gracias a las recurrentes lloviznas del día, ya que por la cantidad de flora, la humedad se conservaba. Pidieron unos sándwiches de pavo, Andrew con papas fritas, y Maggie con ensalada, más un par de mocaccinos.

Maggie se miraba hermosa, llevaba un blusón de encaje color marfil, mismo que le llegaba hasta la mitad de las piernas y llevaba puestas unas mayas negras. El cabello lo llevaba en una coleta alta, y los mechones rojizos caían en graciosas ondulaciones a lo largo de su hombro derecho. Y ni hablar de su barriga de ocho meses, Margarita se miraba tan mujer, tan hermosa.

Andrew se despojó de su saco y se lo puso a Margarita, pues le notó la nariz enrojecida; y el acto fue más reconfortante que el hecho en sí. Conversaron bajo un agradable ambiente cargado de música y de las risas de los otros clientes. Y era como si en ellos el tiempo no hubiese transcurrido, volver a la normalidad fue tan sencillo y excitante a la vez.

Pero, ella sabía que lo más correcto no era dar nada por sentado. Entonces, y cuando una hermosa canción comenzó a llenar el lugar, cada recoveco de su pecho se llenó de felicidad de una seguridad abrumadora. Hasta su bebé estaba emocionada, pues desde que se subió al vehículo de Andrew no había parado de dar pataditas.

—¿No vas a preguntarme por qué te cité? —inquirió ella, la curiosidad rebozaba de sus ojos ámbar.

Andrew se encogió de hombros, y esbozó una sonrisa.

—¿Sabes cómo se llama el hermano vegetariano de Bruce Lee? —cuestionó de vuelta él, tenía una enorme sonrisa y la mirada expectante. Maggie negó con la cabeza, seguido de fruncir el ceño. Andrew se aclaró la garganta y añadió—: Broco... Lee.

Y aunque el chiste no era el mejor de todo el mundo, sí consiguió que Margarita, tras unos breves segundos de introspección, soltara una risa.

—Yo también tengo un chiste —soltó, luciendo sus hermosas mejillas rosadas y el brillo en sus ojitos limpios.

—Te escucho.

—Se abre el telón: y aparece un cabello sobre una cama. Se cierra telón, ¿cómo se llama la obra? —Se la miraba muy entusiasmada, sin embargo, la tentación de hacerla enojar fue mayor.

—Déjame adivinar... —Llevó su mano y agarró su propio mentón, fingiendo pensar. Entretanto, Maggie ya tenía la respuesta en la punta de la lengua, así como una risa construyéndose en su garganta. Entonces él añadió—: ¿Un vello durmiente?

La expresión de ella estaba para fotografiarla. Estaba indignada y triste.

—Sí, eso era —soltó, junto a un adorable mohín.

Siguieron charlando y riendo, y para cuando se dieron cuenta, la tarde ya había caído sobre ellos y posiblemente una tormenta también, si es que no se apresuraban a salir de aquel lugar. Andrew pidió la cuenta, y mientras esperaban él volvió a verla.

—Te amo, Maggie —soltó, así, sin más. Dejando a la aludida por unos cuantos segundos sin habla.

—Yo también te amo, Andrew. Te amo demasiado —respondió, con la voz en un hilo y las lágrimas a punto de salir de sus cuencas, ya que, si de por sí era sensible, con el embarazo lo era aún más.

—Lo sé, y también sé que si me citaste... es porque ya tomaste una determinación, ¿no es así? —La vio sacudir la cabeza—, está bien, quiero escucharla sin importar cuál sea.

Aunque por dentro esperaba que fuera aquello que tanto deseaba.

Y así fue.

Maggie le dijo que ya no quería alejarse de él, que ahora que ya tenía su vida bajo su control, quería hacer lo mismo con ellos. Quería tener una verdadera relación con él, y con la seguridad de que nada ni nadie iba a tener poder para separarlos. Y por eso creyeron en su amor, en esa fuerza y necesidad que los atraía.

Y dejándose envolver por dichos sentimientos; Andrew se levantó de su asiento y flexionó una rodilla, y cuando quedó a la altura de Maggie, deslizó una de sus manos por atrás de la cabeza y la atrajo hacía sí. Entonces, cuando solo hubo un par de centímetros de distancia, Andrew soltó una alarmante petición, y sin aguardar por una respuesta, pues la expresión de Margarita le bastó, la beso.

Y en medio de aquel delicioso roce de labios, y abriéndose paso en la obnubilada cabeza de Maggie, aquella propuesta tintineaba como una incitadora canción.

«Duerme conmigo esta noche».

Reveses de la vida© [COMPLETA]Where stories live. Discover now